22 de mayo de 2020
La fórmula del desastre
Por: Carlos Bonilla
La seguridad es la nueva salvación: un mandato incontestable en cuyo nombre se ejerce la autoridad. ¿Qué podía ser más importante que la salvación?, preguntaban los poderosos de antes, y vendían bulas y dispensas para asegurar el más allá. Atreverse a cuestionar la autoridad era correr el riesgo de perder la salvación. Los tiempos cambiaron y las personas empezaron a dudar las promesas del más allá porque el más acá no dejaba de ser apremiante, entonces las autoridades empezaron a prometer seguridad. ¿Qué puede ser más importante que la seguridad?, preguntan ahora las autoridades. Tanto antes como ahora solo una voz se ha atrevido a responder a estas preguntas con lucidez, una voz que hoy más que nunca es imposible ignorar.
La seguridad es la nueva salvación: un mandato incontestable en cuyo nombre se ejerce la autoridad. ¿Qué podía ser más importante que la salvación?, preguntaban los poderosos de antes, y vendían bulas y dispensas para asegurar el más allá. Atreverse a cuestionar la autoridad era correr el riesgo de perder la salvación. Los tiempos cambiaron y las personas empezaron a dudar las promesas del más allá porque el más acá no dejaba de ser apremiante, entonces las autoridades empezaron a prometer seguridad. ¿Qué puede ser más importante que la seguridad?, preguntan ahora las autoridades. Tanto antes como ahora solo una voz se ha atrevido a responder a estas preguntas con lucidez, una voz que hoy más que nunca es imposible ignorar.
El problema con la seguridad es el mismo problema que con la salvación. Cada quien la define a su manera y construye sus estructuras de poder con base en esa definición. Los antiguos decían “Yo soy Dios”, luego pasamos a “yo soy el representante de Dios”. Cada uno, a su manera, intentó establecer un monopolio de la salvación para ejercer dominio sobre los demás. La seguridad apela a fuentes más terrenales, pero no deja de ser una construcción cultural también.
Cuando Luis XIV dijo “El estado soy yo”, quería decir “la seguridad soy yo”. Era un regreso a los antiguos. El concepto evolucionó de la misma forma y ahora tenemos representantes de la seguridad que aseguran tener el poder de garantizarla y, por supuesto, deciden qué es. Desde su punto de vista todo puede ser seguridad. La securitización consiste en considerar que todos los aspectos de la sociedad deben ser tratados como potenciales amenazas a la seguridad. El concepto se conoce como Seguridad Humana e intenta abarcar toda la diversidad del quehacer humano.
A primera vista la Seguridad Humana parece tener sentido. ¿Qué puede ser más importante que la seguridad? Cada quien define la seguridad a su conveniencia crea su propio paradigma y sus propias paradojas. De la misma manera que se cometían pecados en nombre de la salvación, se cometen atrocidades en nombre de la seguridad ¿Qué otra cosa si no son las guerras? Mandamos a miles de humanos a matar a otros miles en nombre de ella. Se trata de herramientas subjetivas, o si se prefiere, intersubjetivas; basta con convencer a un grupo de personas que esta cosa y no aquella es prioritaria para la seguridad y estarán dispuestos a sacrificar todo por conseguirla.
La seguridad es sagrada, cuestionarla es cometer una profanación. Todo cuestionamiento a la autoridad suele ser tratado como una amenaza a la seguridad. Cedemos parte de nuestra libertad, cedemos parte de nuestra privacidad, de nuestra voluntad a la autoridad en nombre de la seguridad porque todos estamos de acuerdo en su importancia.
Conocemos los riesgos de esta entrega; hemos inventado mecanismos como la democracia para reducirlos. Sin embargo, el peligro del carácter intersubjetivo de la seguridad no está solo en su abuso como mecanismo de poder; el peligro también es que ignora a las verdaderas amenazas que enfrentamos si estas no son del interés de quien ejerce el poder.
Yuval Noah Harari, en sus “21 lecciones para el siglo XXI” afirma que:
Desde el 11 de septiembre de 2001, los terroristas han matado anualmente a unas 50 personas en la Unión Europea y a unas 10 en Estados Unidos, a unas 7 en China y a hasta 25.000 en todo el mundo (la mayoría en Irak, Afganistán, Pakistán, Nigeria y Siria). En comparación, los accidentes de tráfico matan anualmente a unos 80.000 europeos, a 40.000 norteamericanos, a 270.000 chinos y a 1,25 millones de personas en todo el mundo. La diabetes y los niveles elevados de azúcar matan al año a hasta 3,5 millones de personas, mientras que la contaminación atmosférica, a alrededor de 7 millones. Así, ¿por qué tememos más al terrorismo que al azúcar, y por qué hay gobiernos que pierden elecciones debido a esporádicos ataques terroristas, pero no debido a la contaminación atmosférica crónica? (
No solo tememos más al terrorismo. Los gobiernos típicamente destinan un presupuesto muchísimo más alto a la seguridad que a la salud. Hablan de protegernos de enemigos, externos o domésticos, reales o imaginarios, pero no enfrentan los verdaderos peligros. La política se ha convertido en el arte de inventarse enemigos. Un grafiti lo resumía magistralmente: nos regalan miedo para vendernos seguridad.
Las probabilidades de morir aumentan dramáticamente si tienes armas en casa, pero muchas personas las compran para sentirse más seguras. Ponemos alarmas, pagamos vigilantes, levantamos muros para sentirnos seguros, pero no llevamos un estilo de vida saludable. La ilusión de la seguridad es la ilusión del control. Actuamos como el acusado astuto que responde lo que no le están preguntando. Le vendemos nuestro albedrío al político que inventa el enemigo más temible. Imaginamos males que podemos controlar fácilmente para no tomarnos el trabajo de controlar aquellos que requieren nuestro esfuerzo.
Sin embargo, la realidad es implacable. En algún momento nos toca enfrentar esos riesgos que quisimos ignorar. El caso de la pandemia actual es paradigmático: nos preparamos para la batalla equivocada. Nos encontramos con un bicho microscópico al que no podemos amedrentar, ni bombardear. Esta no es la primera vez que enfrentamos un problema de salud global, ni es el único, ni es el más letal. ¿Por qué este caso puso de rodillas a los gobiernos del mundo?
Los políticos invierten más en terrorismo que en campañas de vida saludable porque en los medios de comunicación genera más impacto presentar un tiroteo que información sobre enfermedades prevenibles. La seguridad es intersubjetiva y es necesaria la participación de los medios de comunicación para fabricarla, para venderla. La pandemia es vendible, por ello la conocemos. Los medios son determinantes en las construcciones intersubjetivas; ellos solo las multiplican. Son las fuentes a las que hay que apelar para encontrar la voz que puede oponerse la arbitrariedad de estas construcciones. Esa es la voz de la ciencia.
Fue la ciencia la que levantó la voz por encima de la autoridad y se atrevió a contradecirla. Cuando la iglesia le ordenó a Galileo retractarse de afirmar que la tierra giraba alrededor del sol, no fue porque estuviese equivocado, ni siquiera fue por las implicaciones teológicas de esta afirmación, fue simplemente porque encontró que existía una voz que podía hacer afirmaciones y demostrarlas, es decir, una voz que no podía someter a su autoridad, una voz que escapaba a su control.
Vimos que muchos gobiernos se resistieron inicialmente a tomar medidas frente a la pandemia porque no quieren entregar el control, no quieren renunciar al poder que ostentan en nombre de la seguridad. Sin embargo, no se puede refutar la ciencia con opiniones. La ciencia es falible y perfectamente susceptible de ser refutada, pero para hacerlo se necesita más ciencia. En un mundo que ha entronizado la ignorancia y el subjetivismo, y que considera que todas las opiniones son válidas, es difícil entender el funcionamiento de la ciencia. Demasiadas personas imaginan que es una creencia o una opinión y que puede ser ignorada como a cualquier opinión que no nos gusta. No es así. No se puede decretar que desaparezca un virus como no se puede decidir cuál es el centro del sistema solar mediante una bula papal. Lo que se puede hacer es adoptar las medidas que científicamente se han comprobado como efectivas para detener el virus.
Frente a la cómoda idea de que la realidad no es subjativa, la ciencia levanta su voz y nos enfrenta con el hecho simple y puro de que existe una realidad objetiva contra la cual nuestras opiniones son insignificantes.
Este es un paso importante. El mundo necesita aprender una lección y esta empieza por aceptar la necesidad de mayor formación científica para todos. He tenido la experiencia de conocer personas que toman decisiones respecto a políticas de salud y creen en la homeopatía, o respecto a políticas medioambientales y creen que la ciencia es un invento de las grandes corporaciones. La falta de formación científica en los tomadores de decisiones es un peligro que puede conducirnos a la tragedia: lo estamos viendo. La pandemia tiene indudablemente implicaciones políticas, pero el virus no tiene una naturaleza política y no puede ser detenido con una demostración bélica, ni con marchas, ni con votaciones; de la misma manera que no tiene naturaleza religiosa y no puede ser detenido con rezos. En estas condiciones, la ausencia de educación científica pasa de ser pintoresca a ser peligrosa.
Este es un llamado a escuchar a la ciencia, una evidencia de cuánto la necesitamos. Es la información veraz y comprobable la que nos ha permitido enfrentar esta situación, es la rigurosidad científica la que nos ha ayudado a tomar decisiones; pero, sobre todo, a entenderlas. No tenemos que seguir órdenes para protegernos, tenemos que entender el sentido de las instrucciones y la efectividad de las medidas para adoptarlas. Este entendimiento solo es posible si todos tenemos acceso a la ciencia, y por acceso me refiero no solo a la posibilidad de contar con un respirador mecánico, de un poco de desinfectante, de una mascarilla. Necesitamos tener mejor acceso a la ciencia no solo en el sentido de que nos proporcionen información constante y fiable. Necesitamos acceso a la ciencia en el sentido de que podamos entender esta información, de que podamos tomar decisiones informadas y conscientes, de que tengamos educación científica. Decía Carl Sagan que “Vivimos en una sociedad profundamente dependiente de la ciencia y la tecnología en la que nadie sabe nada de estos temas. Esto constituye una fórmula segura para el desastre.” Tal vez todavía estamos a tiempo de evitar el desastre.