Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales

5 de septiembre de 2019

El viejo problema de la distracción

Por: Jamie Kreiner

Profesora asociada de historia en la Universidad de Georgia.

Traducción y edición Ricardo Montaño Sánchez

Sociedades en red Librepensador

 

Cómo reducir las distracciones digitales: consejos de monjes medievales

La gran exigencia que debían enfrentar los monjes medievales era mantenerse concentrados y era terriblemente difícil, pero era su trabajo. Por supuesto la fuente de su distracción no era la tecnología como pasa hoy, pero igual se distraían, pasaron un terrible momento concentrándose. La incapacidad para mantener la atención les generaba un sufrimiento casi físico. Se quejaban de estar sobrecargados de información y de cómo, incluso cuando ya habían decidido leer algún texto, caían en algo peor, se aburrían y cambiaban de libro. El deseo de mirar por la ventana o de calcular la hora por la inclinación del rayo solar, las urgencias del hambre o del sexo cuando se suponía que su mente debía estar fija en Dios, los mantenía en una constante frustración.

Según algunos monjes sus mentes vagaban como resultado del ataque de los demonios, según otros, de los ingobernables apetitos de sus cuerpos. En cualquier caso el origen está claro, la mente y el sistema nervioso central. San Juan Cassiano cuyas instituciones y conferencias reglamentaron durante siglos la vida monacal, se quejaba de que su propia mente se desplazaba de un tema a otro respondiendo solamente al azar, por momentos sentía que imaginaba situaciones como si estuviera bajo los efectos del vino. Se sorprendió a sí mismo en no pocas ocasiones absolutamente distraído mientras su boca recitaba oraciones o cantaba himnos, es decir perfectamente desconectado.

La profecía de Juan

Eso fue al final del año 420. Y eso que Juan Cassiano no tenía entre sus muchas habilidades la de la profecía, porque de haberla tenido habría podido profetizar la crisis del conocimiento que hoy padecemos como resultado del uso adictivo del celular.

Pero, en cambio, su mente, como la nuestra, estaba en otro lado. Ese mismo año, Cassiano estaba escribiendo en un momento en el que las comunidades monásticas cristianas comenzaban a crecer en Europa y el Mediterráneo. Un siglo antes, los religiosos  vivían en total aislamiento y bajo el signo de la abstención en casi todos los aspectos. El regreso de la vida en comunidad en los monasterios, exigió una compleja planificación, un establecimiento de pautas que les ordenaran sus quehaceres diarios. Se suponía que estos espacios sociales innovadores funcionaban de manera más óptima cuando los monjes tenían métodos claramente establecidos.

A Dios no le gustan los desatentos

Su trabajo, más que nada, era enfocarse en la comunicación con el Ser Supremo: leer, orar, cantar, y trabajar para entender y agradar a Dios; a fin de mejorar la salud de sus almas y las almas de las personas que los apoyaban. Para estos monjes, la mente que meditaba no debía estar a gusto, la contemplación si no era dolorosa no era confiable. El placer era sospechoso. La energía divina no era para ser disfrutada sino soportada estoicamente.

La  palabra favorita del padre Juan para describir la concentración, -atender- proviene del latín tenere, que significa aferrarse a algo. El ideal era mantenerse atento a la voz de Dios, a su mensaje, independientemente del vehículo que empleara, una mente que pretendiera su aprobación debería estar siempre activa en busca de alcanzar su objetivo: comunicarse con el Altísimo, y hacerlo con éxito significaba tomar en serio las debilidades de sus cuerpos y cerebros, y trabajar duro para hacer que se comportaran.

La oración como profesión

Algunas de estas estrategias resultaban dificilísimas, la renuncia, por ejemplo. Los monjes y las monjas debían renunciar a las cosas que la mayoría de las personas amaban: las familias, las propiedades, los negocios, el drama cotidiano, no solo para erosionar su sentido de derecho individual, sino también para asegurarse de que no se preocuparían por eso. En otros términos podría definirse como convertir la experiencia religiosa en una vida profesional de oración. Cuando la mente divaga, observan los teóricos monásticos, generalmente se desvía hacia los acontecimientos recientes. El consejo era entonces reducir sus compromisos exclusivamente a las cosas “serias” de esa manera tendría menos pensamientos compitiendo por su atención.

La moderación también tenía que funcionar a nivel fisiológico. Hubo muchas teorías en la Antigüedad tardía y en la Edad Media sobre la conexión entre la mente y el cuerpo. La mayoría de los cristianos estuvieron de acuerdo en que el cuerpo era una criatura necesitada cuyo inagotable apetito por la comida, el sexo y la comodidad le impedían a la mente lo que más debería importarle. Eso no significaba que el cuerpo debía ser rechazado, solo que necesitaba un amor duro. Para todos los monjes y las monjas, desde el comienzo del monasticismo en el siglo IV, esto significó una dieta moderada y la abstinencia sexual absoluta. Muchos de ellos también agregaron trabajo manual regular al régimen. Les resultaba más fácil concentrarse cuando sus cuerpos se movían, ya fuera horneando, cultivando o tejiendo.

Algunos trucos medievales para concentrase

Aquí también había soluciones que sin duda van a sorprender a las personas hoy en día por que han de resultarle extrañas. Una muy particular, dependía del uso de imágenes, una suerte de animación primitiva. Parte de la educación monástica consistía en aprender a dibujar figuras que ayudaran al aprendizaje, exactamente como los dibujos animados, para ayudar a agudizar las habilidades memorísticas y meditativas. La mente ama los estímulos como el color, la sangre, el sexo, la violencia, el ruido y las gesticulaciones salvajes. El reto era aceptar sus delicias y preferencias, para aprovecharlas. Los autores y artistas podían hacer parte del trabajo escribiendo narraciones vívidas o esculpiendo figuras grotescas que encarnan las ideas que querían comunicar. Pero si una monja quisiera realmente aprender algo que había leído o escuchado, ella misma haría este trabajo, representando el material como una serie de animaciones grotescas en su mente.

Si por ejemplo se trataba de aprender la secuencia de los signos zodiacales, Thomas Bradwardine (un maestro universitario del siglo XIV, teólogo y consejero de Eduardo III de Inglaterra) sugería que se imaginaran un carnero blanco reluciente con cuernos dorados, pateando a un brillante toro rojo en los testículos. Mientras el toro sangra profusamente, imaginar que hay una mujer delante de ella, que da a luz a mellizas, en un trabajo sangriento que parece dividirle el pecho. Cuando sus gemelos estallan, juegan con un horrible cangrejo rojo, que los está pellizcando y haciéndolos llorar. Y así.

Un método más avanzado para concentrarse fue construir estructuras mentales elaboradas en el curso de la lectura y el pensamiento. Las monjas, los monjes, los predicadores y las personas que se educaban en los monasterios, siempre fueron animados a visualizar el material que estaban procesando. Un árbol ramificado o un ángel con plumas finas, o en el caso de Hugo de San Víctor (que escribió una guía vívida de esta estrategia en el siglo XII), un arca multinivel en el corazón del cosmos, podría convertirse en la plantilla para dividir material complejo en un sistema ordenado. Las imágenes podrían corresponder estrechamente a la sustancia de una idea. Hugh, por ejemplo, imaginó una columna que se levantaba de su arca y representaba el árbol de la vida en el paraíso, que a medida que ascendía unía la tierra desde el arca a las generaciones pasadas y luego a la bóveda de los cielos.

El punto no era pintar estas imágenes en pergamino. Era para darle a la mente algo que dibujar, para satisfacer su apetito por formas estéticamente interesantes mientras clasificaba sus ideas en una estructura lógica. La autora enseñó técnicas cognitivas medievales a estudiantes universitarios de primer año, y este último taller es, con mucho, su favorito. La construcción de aparatos mentales complejos les brinda una forma de organizar y, en el proceso, analizar el material que necesitan para aprender para otras clases. El proceso también mantiene sus mentes ocupadas con algo que se siente palpable y fascinante. La concentración y el pensamiento crítico, en este modo, se sienten menos como un trabajo lento y más como un juego.

Pero cautela pensadores: el problema de la concentración es recursivo, tiene muchos obstáculos. Cualquier estrategia para evitar la distracción requiere estrategias que tengan este aspecto en cuenta. Cuando Cassiano hizo una de sus recomendaciones más simples: repetir un salmo una y otra vez, para mantener tu cerebro controlado, supo lo que iba a escuchar a continuación. ‘¿Cómo podemos mantenernos fijos en ese salmo hasta el infinito?’ Los monjes preguntaban. La distracción es un viejo problema, y ​​también lo es la fantasía de que se puede esquivar de una vez por todas. Había tantas cosas emocionantes para pensar hace unos 1.600 años como las hay ahora. A veces, la mente se aturde.

Ampliar en ¡Saturados! de Bree Nordenson, en revista El malpensante.