Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales

8 de marzo de 2022

Ucrania: la incertidumbre del reajuste internacional

Por: Alejandro Bohórquez-Keeney

Eventos recientes al oriente de Europa vislumbran una vez más que el sistema internacional es cualquier cosa, menos estático; aunque se toman su tiempo, los regímenes internacionales mutan de acuerdo a los choques de poder por la tan ansiada y esquiva hegemonía. Las incursiones militares rusas en Ucrania han levantado las alarmas a un mundo malacostumbrado a la insostenible arrogancia posterior a la Guerra Fría, en el cual el orden occidental progresivamente ha ido demostrando su incapacidad para sostener sus logros del siglo pasado. La falta de liderazgos fuertes, los viejos conflictos geopolíticos sin resolver, y la desilusión con modelos imperantes han dado pie a que las potencias contrahegemónicas reclamen lo que consideran suyo, y Ucrania es el ejemplo más visible de ello.

Rusia dice: “aquí estoy, no me he ido, y pienso quedarme”

Uno de los eventos más confusos en la historia reciente fue la aparición de nuevos Estados luego del colapso del bloque comunista a inicios de la década de 1990, todos ellos reclamando una etnia y cultura distinta a la dominante, en este caso: la rusa. En realidad, las cosas no suelen tener límites tan claros y marcados, y la presencia de población rusa en los Estados Postsoviéticos data de mucho antes de la misma aparición de la U.R.S.S., e incluso algunas de dichas etnias, la ucraniana y la bielorrusa principalmente, presentan más de una convergencia con la historia rusa desde Iván el Terrible, casi pudiendo considerarse como una sola historia. Por ello, el reclamo de una parte importante de la población ucraniana de ser parte del proyecto internacional ruso, como en la región de Donbás (cuyos habitantes sienten que nunca debieron haberse separado), o la región de Nueva Rusia, que desde el mismo nombre ya deja entrever su inclinación histórica.

De hecho, el quid de la cuestión ucraniana y sus límites difusos se pueden entender desde su misma condición geopolítica como pivote, en otras palabras, Ucrania es un punto de conexión continental cuyo control asegura una ventaja estratégica. Al ser casi totalmente plana, salvo una leve entrada de los montes Cárpatos, Ucrania es una vía de acceso tanto a Moscú como a Polonia, de ahí el nerviosismo que le produce a Putin las cercanías de este Estado postsoviético con los proyectos occidentales tipo Unión Europea, y por supuesto la OTAN. Sumado a esto, van por supuesto todas las vías de comercio, los gasoductos, y los recursos propios de este Estado, recordando el hecho de su importante producción de trigo, lo que la convierte en una despensa importante de la región y del mundo. Como se puede ver, Ucrania es un punto geoestratégico clave en el escenario euroasiático.

Por otra parte, no se puede dejar a un lado la profunda insatisfacción frente al modelo occidental manifestada en varios de los Estados de la otrora esfera soviética, o por lo menos en sus sectores sociales allegados a Rusia. Ante la distorsionada promesa de mayores libertades, y sobre todo mayores riquezas, contrario al modelo comunista, muchos Estados de Europa Oriental abrazaron sin reserva alguna las medidas draconianas del neoliberalismo imperante en la década de 1990, trayendo consigo las desigualdades y acumulaciones desmedidas de poder propias de este modelo. Por consiguiente, en los últimos años el modelo más conservador y autoritario centrado en la familia promocionado por Putin ha resultado atractivo para las diásporas rusas, quienes extrañan el tener cierta malla de seguridad. En efecto, las acusaciones hechas por la población ruso-ucraniana van desde el recorte de este tipo de subsidios, hasta denunciar masacres o un posible genocidio.

Un Occidente distante y poco comprometido

Ahora bien, lo que sucede en Ucrania no se debe entender exclusivamente como una ambición rusa de recuperar su poderío perdido, las acciones de las potencias occidentales también han tenido repercusiones en la debacle actual. Desde la caída del comunismo, la OTAN ha expandido su alcance para incluir a antiguos países comunistas, llegando a extenderse incluso a algunos postsoviéticos, cercando así a cualquier amenaza proveniente de su potencia rival; pero ha fallado en sustentar esta expansión con demostrar un verdadero apoyo en fuerza a sus aliados, o a aquellos Estados que desean entrar en su esfera de influencia. Al igual que en Georgia, el solo intento de Ucrania por acercarse a la mencionada alianza militar le dio la excusa a Rusia para mover sus tropas, por lo cual solo recibió una tibia respuesta limitada a sanciones, pero no acciones concretas.

Todo esto, parte de una línea base en la política exterior americana de un disimulado y continuo repliegue de los Estados Unidos de América dentro el teatro de operaciones europeo, en lo que va del presente siglo XXI. Desde las infructuosas aventuras de Bush Jr. en Oriente Medio que dejaron a su país sobre extendido en capacidades; pasando por el retiro del escudo antimisiles en Polonia, y la falta de cumplir los ultimátums en Siria por parte de Obama; y ni que decir del abierto apoyo de Trump hacia Putin, que en su extravagante populismo declaró que Europa debía encargarse de su propia defensa. Estos hechos han sido casi una invitación para que el presidente ruso haga efectiva la política exterior de bravatas de fuerza que son muy de su agrado, haciendo que esto se asemeje en el mejor de los casos, al acomode de esferas de influencia de la posguerra entre Eisenhower y Khrushev.

Precisamente, este repliegue de la potencia americana ha llevado a que la Unión Europea reconsidere sus políticas, y tome mayores medidas para contener a Rusia; ya de antes ha habido entrenamientos conjuntos entre tropas alemanas y neerlandesas, y Suecia ha reestablecido su servicio militar obligatorio. En esa misma línea, el recién estrenado canciller alemán Olaf Scholz ha dado una histórica reversa en la pacífica y acomodaticia política exterior alemana desde la posguerra, llevando a un incremento en el gasto de defensa y la búsqueda de nuevas fuentes energéticas que no dependan de Rusia, lo cual puede redundar en que otros países del viejo continente se unan a la escalada militar. Probablemente, esto le ponga el acelerador al dilatado proyecto de un ejército común europeo, aunque esto se puede ver truncado por el también plausible acercamiento voluntario de aquellos Estados en Europa Oriental hacia Rusia, dados sus recientes visos de autoritarismo y descontento con Occidente.

Con todo y todo, los hechos en Ucrania han desnudado los viejos choques de poder que se creían superados desde el final de la Guerra Fría, o más bien, que se publicitaron como superados desde finales del siglo pasado. Al momento de escribirse estas líneas, aún no es claro si el interés de Putin se limita al control del pivote ucraniano o si sus miras van más allá, pero sí es claro que a Rusia se le ha permitido mucho vuelo en las últimas décadas, y que su líder es aún más astuto que sus contrapartes occidentales al adelantarse en sus movimientos ante el miedo de una escalada nuclear. La tragedia de las grandes potencias por ser el hegemón global no está superada como se creía, Ucrania hoy es la muestra actual del drama humano de esta competencia, pero no es ni el primero, ni será el último en este relato.

Enlaces de interés:

https://www.ft.com/content/07bbc5c7-e620-4734-83b5-7bb261363c35

https://www.foreignaffairs.com/articles/ukraine/2022-03-01/return-containment

https://foreignpolicy.com/2022/02/28/putins-war-ukraine-europe-hard-power/