Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales

26 de noviembre de 2019

La protesta del 21N en Colombia: ¿Un hito en el surgimiento de un proceso populista?

Por: Rodrigo Mendez

Es indudable que el asunto de la protesta acaba de incorporarse en la agenda pública de Colombia. Incluso, mediante proposiciones como la de presentar un proyecto de ley que regule el derecho a la protesta, este asunto estaría muy próximo a incorporarse en la agenda institucional del país. Hay quienes opinan que el 21N, además de ser un acierto de naming, es un fenómeno producto de retóricas populistas.

Para partir desde un punto conceptual común es necesario aclarar que aquí no se habla del satanizado populismo, entendido como demagogia. Se habla de un populismo teórico, entendido como forma de construcción de la política, caracterizada por una división dicotómica del espacio social: Los de abajo y los del sistema de poder. Se opone al institucionalismo radical, es decir a la visión en la que no hay confrontación entre partes opuestas, sino que hay una unificación administrativa.

Para comenzar el análisis de los principales acontecimientos que integran ese momentum del que eventualmente podría estallar un cambio institucional que conlleve a transformaciones estructurales en el país latinoamericano, vale la pena preguntarse si Colombia está siendo testigo del surgimiento de un proceso populista.

En primer lugar, Laclau establece que la primera precondición para el surgimiento de un fenómeno populista es la existencia de una serie de demandas insatisfechas cada una con sus particularidades sectoriales, lo que parece cumplirse. Las razones argumentadas por los líderes de los sectores sociales para apoyar el 21N agrupan demandas relacionadas con educación, salud, servicios públicos, saneamiento básico, la seguridad social y hasta el derecho a la vida.

Para Laclau, cada demanda debe tener su propia particularidad, pero en conjunto esas demandas conforman un espacio social del pueblo, una cadena equivalencial antagonista del sistema institucionalizado de poder.

Como segunda precondición, Laclau también menciona que una de las demandas pasa a ser hegemónica y se desprende de su contenido particular para dar significado a la cadena equivalencial. La demanda hegemónica, por lo tanto, tiene un significante vacío, es decir que se encarna en la forma de ideología, partido político o persona. Esto pareció no cumplirse.

En este momento, no podría decirse que la confluencia de sectores sociales en el 21N constituyó una cadena equivalencial y mucho menos que tuvo un significante vacío, además del sustantivo 21N. No ha habido en Colombia un amalgama ideológico proporcional de liberalismo, socialismo y conservadurismo que permita a un partido, a un movimiento o a una persona llenar de significado a todo ese conjunto de demandas atomizadas en la opinión pública. Esto sin duda abre el espacio de oportunidades para que la habilidad de oportunistas haga gala de su creatividad retórica para unificar el sentimiento antisistémico.

No puede hablarse de la conformación del espacio popular. Lo que sucedió ayer en Colombia se trató más de la visibilización de una serie de demandas insatisfechas que serán absorbidas individualmente por el sistema institucionalizado, mediante procesos de negociación que deriven en acuerdos de difícil implementación.

Antes de seguir sucumbiendo a la tentación de afirmar que en Colombia está surgiendo un fenómeno populista, habrá que esperar a que se posicione una demanda hegemónica (la protesta social seria la más opcionada en esta coyuntura) y se construya una táctica discursiva para integrar el malestar en un líder opciones reales de confrontar democráticamente el actual sistema.

Entretanto, la protesta en Colombia seguirá siendo sinónimo de alteraciones del orden público en el centro histórico de Bogotá. Aún cuando la marcha del 21N convocó una cifra histórica de manifestantes en varios puntos del territorio nacional, no puede hablarse de un proceso populista.

De hecho, es tal la debilidad del significante de la protesta en Colombia que unos infiltrados y encapuchados son suficientes para desmontar y disipar la protesta tanto del centro histórico, como de la agenda pública. La táctica de generar disturbios refleja una táctica anacrónica de violencia de segunda generación, que prácticamente tiene una función terapéutica para que los encapuchados liberen de manera violenta sus pulsiones reprimidas; son como el gas lacrimógeno del espacio social, de ese corpus popular que exige una reivindicación de demandas insatisfechas pero incapaz de articularse.

El 21N más bien fue una victoria del sistema institucionalizado del poder, en el que quedó la evidencia de la incapacidad de la izquierda para articular reivindicaciones sociales que conduzcan a transformaciones estructurales en beneficio de la sociedad.