19 de abril de 2017
La revolución de los imbéciles
Por: Ricardo Montaño
“Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos rápidamente eran silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles” Umberto Eco
Cualquier paisano armado de un celular puede crear el mensaje que quiera y hacérselo llegar a un destinatario o a toda la humanidad, lo que él decida. Puede con ese aparato hacer un aporte, ayudar a los demás en la búsqueda de un nivel superior de vida o difundir mentiras, ofensas, calumnias es decir, llenar de basura y material tóxico el ciberespacio. Puede entonces enriquecer el medio ambiente cultural o comportarse como un imbécil. A ese mágico poder se le llama autocomunicación de masas.
Según dice Manuel Castells en su libro Redes de Indignación y Esperanza el más formidable instrumento para las revoluciones en red es la autocomunicación de masas, que consiste en convertir el Internet y las redes inalámbricas en plataformas de comunicación digital. Es el cumplimiento del viejo sueño de los griegos de la época clásica: el acto de comunicación perfecto, un grupo de actores que desde un pequeño escenario, alcanza una audiencia infinita.
Puede ser el instrumento por medio del cual se produzca un avance de la democracia en el mundo. Es solamente una posibilidad, pero aunque sea solamente eso, aterra a los gobiernos y a las poderosas empresas multimedia porque según dice Castells, esa es “la comunicación que seleccionamos nosotros mismos, pero que tiene el potencial de llegar a masas en términos generales, o a las personas o grupos de personas que seleccionamos en nuestras redes sociales”.
Para que el avance se produzca, no es suficiente con los magníficos recursos con que contamos hoy, por inteligentes que sean todos esos aparatos, solamente pueden transmitir el mensaje, no producirlo y menos interpretarlo, esta parte todavía depende de la mente humana.
La Humanidad Desinformada
Se trata de diseñar una comunicación política que sea efectiva en las condiciones que caracterizan la Era de la Información, en medio de la cual intentamos entender lo que pasa en el mundo. Esas condiciones constituyen una gran paradoja: nunca antes en la historia de la humanidad tuvimos tanta información al alcance de la mano, pero igualmente, nunca antes fuimos tan incapaces de aprovecharla, padecemos el Síndrome de Atención Deficitaria.
Si queremos contribuir a la construcción de un sistema verdaderamente democrático, debemos producir comunicaciones contextualizadas, hacer circular información como recomienda Nordenson en ¡Saturados!, asimilada, entendida y plena de sentido. Es decir ya procesada.
Ese proceso como dice Richard Lanham en The Economics of Attention, consiste en dos operaciones difíciles pero no imposibles, por una parte, en producir a partir del mar de datos con que nos desayunamos cada día “conocimientos que necesita la gente para entender el mundo” y por la otra, creando en las universidades los cursos y la estructuras mentales por medio de las cuales podamos convertir las montañas de información que amenazan con aplastarnos, en conocimientos que nos ayuden a vivir mejor.
El receptor perdido
De hecho en los casos que estudia en su libro entre otros, Islandia y Túnez, la autocomunicación al servicio de la democracia, facilitó una manera más equilibrada de discusión y debate, de convocatoria, de denuncia y de motivación a la acción pacífica, pero efectiva. Se trataría sin duda de una herramienta formidable, pero no es todo coser y cantar. El periodismo en red podría servir al desarrollo de la democracia, pero la libertad de publicar no significa que haya un público que reciba la información, ni siquiera uno que esté interesado.
Por otra parte el ideal democrático que a veces se le quiere adjudicar al periodismo, debe pelear con el caos informativo, de suerte que en la práctica, la información que pudiera ser muy importante, puede perder su eficacia ahogada en un mar de datos inútiles o de datos útiles, pero inconexos como fue el caso del manejo de la información en los días posteriores al ataque a las torres gemelas como lo señala Weinberger en su ya clásico ensayo, Nueva York, 16 meses después, en el que demostró que los datos presentados como una avalancha, pueden emplearse para dar a conocer la verdad lo mismo que para ocultarla, con la hábil estratagema de la desinformación.
La tecnología sola no produce cambios
La posibilidad de que la tecnología sirviera a la democracia, se hizo una realidad perfecta en el caso de Islandia. Un grupo de ciudadanos empleando inteligentemente los recursos tecnológicos a su disposición hizo toda una revolución pacífica, sus mensajes llegaron a una población atenta, pendiente de estas comunicaciones y dispuesta a actuar. Esta exitosísima estrategia de comunicación política está lejos de poder aplicarse sin más en sociedades como la nuestra, por que como señala Bree Nordenson, las opiniones e informaciones que requerimos para tomar buenas decisiones pueden no llegar o quizás llegar y perderse en lo que Michael Delli Carpini, citado por Nordenson llama “el ambiente de información desperdigada y caótica en el que vivimos hoy”. Grandes cantidades de información política circulando no significa necesariamente avance de la democracia, si no hay un auditorio atento y dispuesto a actuar en favor de sus intereses.
El medio ambiente cultural de nuestra sociedad está dominado por los que Eco llama imbéciles, pero ellos también pueden rebelarse al triste destino que les ha sido señalado.
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