11 de diciembre de 2017
El respeto a los Derechos Humanos, declive y resurgimiento de un estándar de civilización
Por: Estefania Jaramillo Duarte
¿Por qué en la actualidad el respeto a los Derechos Humanos es un elemento de legitimidad internacional, a tal punto que pone en jaque la situación social privilegiada de Estados como el Vaticano, que se han caracterizado por desconocer algunas de estas normas? La protección a los Derechos Humanos es, ante todo, un estándar de civilización, por eso, aquellas distinciones entre sociedades civilizadas y bárbaras no se han desdibujado completamente, sino que han dado paso a nuevas formas de jerarquización, que han sido naturalizadas para volverse imperceptibles.
Cuando se habla de civilización, es importante notar que según O’Hagan existen dos usos de la palabra; el plural y el singular. Civilización en plural hace referencia a una manera particular de concebir el mundo que conecta a las personas en la forma de una comunidad imaginada, es decir, comprende principios y valores, los cuales son constituidos en una diversidad de formas. Por su parte, cuando se utiliza en singular, el concepto se yuxtapone al de barbarie y se relaciona con la “mejora humana”.
Civilización cristiana y barbarie
El uso singular del término es el que ha predominado en la Sociedad Internacional. O’Hagan muestra que en los siglos XVIII y XIX, “civilización” fue un concepto utilizado para calificar la situación de las sociedades no europeas, por lo cual, la cristiandad y la cultura europea se convirtieron en criterios cruciales para determinar la capacidad de los Estados no europeos de auto-gobernarse.
Para la autora, el progreso tecnológico de Europa reforzó aún más la idea de su “superioridad como civilización”, dando al continente una posición jerárquica privilegiada en el contexto internacional y convirtiéndolo en el principal portador de ese ‘’deber moral’’ de llevar sus enseñanzas a otras sociedades. Esto fue lo que justificó la política colonial, desarrollada bajo el mantra de “cristiandad, comercio y civilización’’ como lo cataloga O’ Hagan, posicionando estos emblemas como fines máximos de la Sociedad Internacional. En palabras de Neta C. Crawford, no hay que perder de vista que ‘’Europa fue donde la sociedad de Estados se desarrolló por primera vez, los imperios extendieron la ley europea a través del globo, y a medida que la descolonización liberó ciudades no europeas, más y más Estados fueron admitidos a la sociedad internacional gobernada por las normas [europeas]’’.
En un desarrollo posterior, los horrores de las guerras mundiales y de las armas nucleares hicieron que la “civilización” dejara de designar lo contrario a la “barbarie”, para ser un concepto aplicado en el seno de la sociedad internacional y no fuera de ella. Esto desmanteló el ‘’estándar de civilización’’ vigente hasta el momento, y cuestionó la superioridad de occidente, lo cual llevó a una reformulación del concepto de “civilización como autodeterminación”. Según Reus-Smit & Dunne, la sociedad internacional contemporánea “se está volviendo cualitativamente diferente a su progenitora europea”. Esto sucedió debido a la existencia de fuerzas globales sociales que interactuaron con los valores “fundacionales” u originales, causando su transformación .
Vestigios de antiguas civilizaciones
Dicho proceso de cambio surgió cuando las colonias empezaron a “usar las ideas occidentales para desmantelar el imperio” (Welsh, 2017). Esta fue la inauguración de una profunda contradicción que señala Welsh implícitamente, que es que la reinvensión de las instituciones no sólo fue más allá de sus orígenes, sino que se les opuso.
De este modo, la Sociedad de Las Naciones pasó de ser un soporte al imperialismo a convertirse en las Naciones Unidas, una organización que pese a mantener elementos imperiales, también fue instrumento para alzar la voz contra el colonialismo, tal como sucedió a través de la moción de la India en la Asamblea General para desafiar el tratamiento de Sudáfrica a su minoría india. Fue así como en dicha intervención ‘’Nehrú no sólo ganó una victoria por la igualdad racial, sino que también encendió una amplia campaña por explotar ideas occidentales y herramientas diplomáticas para desmantelar el imperio’’ (Welsh, 2017).
Desde ese momento, se pasó de un uso singular del término civilización a un uso plural, en el que todos los pueblos tenían el reconocimiento de civilizaciones sin consideración a su “grado de desarrollo”. Sin embargo, esto no duraría mucho, pues el discurso civilizatorio resurgió en la década de los 90, cuando se puso de relieve la posibilidad de un declive de occidente (O’Hagan, 2017).
Por medio de dicho resurgimiento, se crearon nuevos estándares de civilización, en los cuales el recurso a justificaciones que pregonan el libre comercio, la democracia y los Derechos Humanos es naturalizado y legitimado. Fue así como surgió una jerarquía moral en el escenario internacional, que compromete ciertos derechos de quienes no se adaptan a los estándares. Bajo esta lógica, ya no se contrapone la dicotomía de civilizados vs bárbaros, sino que se habla de Estados más civilizados que otros, al punto que la obligación de las metrópolis de asistir a “sus” colonias hoy en día se traduce en la obligación de los países desarrollados de asistir a otros para alcanzar su “nivel”.
Por todo lo anterior, la razón de la no observancia de algunas normas internacionales por parte del Vaticano radica en que aquel no siguió el proceso de transformación social descrito, sino que se mantuvo apegado a los valores fundacionales cristianos de la Sociedad Internacional del siglo XX, de modo que hoy en día dichos valores progenitores son considerados cualitativamente diferentes a los de la sociedad contemporánea. En otras palabras, este núcleo de valores en el proceso de globalización no sufrió un cambio como una pelota que se infla y cuya sustancia sigue intacta, sino como una que se mezcla con otros matices que fueron más allá del punto de partida, que se empapó de transformaciones y reivindicaciones sociales internacionales y locales a los cuales el Estado del Vaticano no ha sido expuesto de manera tan abrupta.
Esta argumentación es coherente con otras apreciaciones que hace Jacinta O’Hagan sobre el concepto de sociedad internacional, en las cuales pone de presente que, en cualquier grupo, sin importar su tamaño, las prácticas son heterogéneas y contestadas. Dicha heterogeneidad explica la existencia del Estado del Vaticano y al tiempo, su contraposición a Estados cualitativamente distintos. Hoy estamos en un sistema donde, además, la diversidad está estructurada por las instituciones, por eso se plantea el deber del Vaticano de cumplir con las normas internacionales más allá de sus códigos canónicos de funcionamiento. Esto, demuestra que las instituciones tienen un rol estructurador y por ende, producen una forma autorizada de diversidad (O’Hagan, 2017) .
Recomendados Libre Pensador
Crawford, N. (2017) Native Americans and the making of International Society, en Tim Dunne & Christian Reus-Smit (eds) The Globalization of International Society, New York, Oxford University press, pp 102 – 121.
O’ Hagan, J. (2017) The role of civilization in the globalization of International Society, en Tim Dunne & Christian Reus-Smit (eds) The Globalization of International Society, New York, Oxford University press, pp 145 – 164.
Reus-Smit & Dunne, T. (2017) The Globalization of International Society, en Tim Dunne & Christian Reus-Smit (eds) The Globalization of International Society, New York, Oxford University press, pp 3 – 40.
Welsh, J. (2017) Empire and Fragmentation, en Tim Dunne & Christian Reus-Smit (eds) The Globalization of International Society, New York, Oxford University press, pp 145 – 164.