3 de agosto de 2021
“Los cuerpos de las mujeres no son botines de guerra”: reflexiones sobre la violencia sexual en el marco del paro nacional en Colombia
Por: María Camila Peña Ramírez
Desde el 28 de abril de 2021 según la Defensoría del Pueblo se han reportado 23 casos de violencia sexual en el marco de la protesta social, perpetrados presuntamente por miembros de la fuerza pública. Dentro de los casos más sonados están: la joven de 17 años en Popayán, quien se suicidó después de hacer pública la agresión sexual por parte de 4 policías. Y la patrullera en Cali que, presuntamente, fue violentada sexualmente por hombres que participaban de la protesta en dicha ciudad. En el marco de las denuncias por violencia sexual previamente señaladas, de manera reiterada la consigna ha sido: “Los cuerpos de las mujeres no son botines de guerra”. Esta expresión ha alcanzado difusión en diferentes contextos, debido a la convocatoria y promoción de discursos a través de las redes sociales, medios que han servido de vehículo para producir argumentos que terminan siendo repetidos hasta convertirse en expresiones acríticas y ahistóricas. Pero, ¿ qué significa, en el marco del paro nacional, la fuerza de este enunciado que ha tenido eco en redes sociales? Es posible afirmar que significa un avance en el reconocimiento de la violencia sexual hacia las mujeres como práctica de guerra, pero así mismo, puede significar por su enunciación repetitiva, una instrumentalización discursiva que trae como consecuencia la pérdida del carácter político propio de la lectura histórica de la guerra y la violencia hacia las mujeres, la cual es necesaria para la reparación de las víctimas y la memoria colectiva.
Desde el 28 de abril de 2021 según la Defensoría del Pueblo se han reportado 23 casos de violencia sexual en el marco de la protesta social, perpetrados presuntamente por miembros de la fuerza pública. Dentro de los casos más sonados están: la joven de 17 años en Popayán, quien se suicidó después de hacer pública la agresión sexual por parte de 4 policías. Y la patrullera en Cali que, presuntamente, fue violentada sexualmente por hombres que participaban de la protesta en dicha ciudad.
En el marco de las denuncias por violencia sexual previamente señaladas, de manera reiterada la consigna ha sido: “Los cuerpos de las mujeres no son botines de guerra”. Esta expresión ha alcanzado difusión en diferentes contextos, debido a la convocatoria y promoción de discursos a través de las redes sociales, medios que han servido de vehículo para producir argumentos que terminan siendo repetidos hasta convertirse en expresiones acríticas y ahistóricas. Pero, ¿ qué significa, en el marco del paro nacional, la fuerza de este enunciado que ha tenido eco en redes sociales? Es posible afirmar que significa un avance en el reconocimiento de la violencia sexual hacia las mujeres como práctica de guerra, pero así mismo, puede significar por su enunciación repetitiva, una instrumentalización discursiva que trae como consecuencia la pérdida del carácter político propio de la lectura histórica de la guerra y la violencia hacia las mujeres, la cual es necesaria para la reparación de las víctimas y la memoria colectiva.
Reconocimiento de la violencia sexual como práctica de guerra
En el marco del actual paro nacional, la denuncia de la violencia ejercida por los miembros de la fuerza pública sobre el cuerpo de las mujeres, ha permitido que esta se interprete como una práctica de guerra. Muestra de esto es la difusión de enunciados como: “Los cuerpos de las mujeres no son botines de guerra”, que sirven de puente para la discusión pública sobre los 23 casos de violencia sexual reportados por la Defensoría del Pueblo.
El paro nacional iniciado el 28 de abril del presente año, se ha considerado como un estallido de la crisis social que atraviesa el país, producto de problemas no resueltos y derivados de la injusticia, la pobreza, la corrupción, la violencia, entre otros. Dentro de la problemática de la violencia durante el paro nacional, está la reproducción de la violencia sexual, que simula hábitos de horror propios del conflicto armado. Las violaciones sexuales han convertido a los cuerpos en armas de guerra: un cuerpo masculino violenta a la corporalidad de las mujeres, y este acto no reconoce un sentir femenino, ya que es la extrema cosificación de la mujer, también es objeto de uso para “mancillar el honor” del contrario o, más bien, a quien se reconoce como “propietario” de la mujer violentada. Así mismo, la humanidad despojada de la mujer también se convierte en un mensaje.
Por tanto, el hecho de que en la coyuntura actual se insista en que “Los cuerpos de las mujeres no son botines de guerra”, puede significar un avance en el reconocimiento de la violencia sexual heredada del conflicto armado, como práctica de guerra recurrente de los actores bélicos (guerrilla, paramilitares y fuerza pública) para agredir a su oponente. Y, por efecto de esa misma difusión mediática, deja de ser entendida como exclusiva del territorio rural y pasa a ser visible en las ciudades, protagonizando debates en espacios tradicionalmente indiferentes a esta realidad.
Esa fuerza discursiva, en consecuencia, puede representar una oportunidad para darle continuidad a las discusiones políticas que han engendrado dicho postulado, y poner de presente que la violencia sexual ejercida contra las mujeres en el marco del paro nacional, no es aislada a la sufrida en el marco del conflicto armado, en el hogar o en el lugar público, pues en todos estos ámbitos se exterioriza el machismo que históricamente en las relaciones íntimas se ha normalizado. Por tanto, repetir que “Los cuerpos de las mujeres no son botines de guerra” puede ser un combustible para la reflexión política, que a su vez ejerza influencia en la interpretación de los hechos que originan las políticas estatales sobre prevención y reparación de violencias de género.
Pérdida de la fuerza política transformadora
Sin embargo, la denuncia pública resulta insuficiente si, enunciar de manera repetitiva que “Los cuerpos de las mujeres no son botines de guerra” solo resulta ser una reproducción mediática funcional a la legitimación de discursos, ya sea institucionales o políticos, que se hace ignorando el contexto en el cual emerge este postulado. De esta manera, se instrumentaliza el dolor de las víctimas y se aísla la reflexión que propende por la eliminación de todas las formas de violencia, la cual exige una interpretación desde la raíz, que a su vez se hace necesaria para las garantías de reparación y no repetición.
Lo anterior puede evidenciarse en la forma en la que se han caracterizado los móviles de la violencia sexual en el marco del paro nacional. No hay una discusión sobre la estructura política de la violencia sexual hacia las mujeres que permita desnudar en el seno de todas las relaciones sociales, que dichas prácticas forman parte de creencias del sistema patriarcal en donde el cuerpo de las mujeres solo se piensa en función del deseo y poder masculinos. Por ejemplo, desde el abordaje institucional de las violencias basadas en género, el análisis de estas se ha reducido a contar cifras y a hacerlas públicas en medios de amplia circulación con el propósito de legitimar la acción estatal y darles una utilidad a las políticas diseñadas para el efecto, pero ignorando las subjetividades de las víctimas. De igual manera, ha ocurrido en el manejo mediático dado a los casos sobre violencia sexual tanto por la prensa, como por algunos influenciadores de opinión.
En lo que respecta a las acciones de la fuerza pública, es necesario indicar que los procesos de humanización requieren un reconocimiento del cuerpo político de la mujer, uno que se piensa y resiste ante su instrumentalización. La omisión de ello, complace a la ignorancia sobre la violencia estructural instalada en todos los dispositivos de poder y en las relaciones sociales. En este punto se insiste que, los casos de violencia sexual no son hechos aislados al patriarcado, como sistema de creencias y prácticas que atraviesa todas las interacciones humanas, ya que este es reproducido dentro de la formación impartida a los miembros de la fuerza pública.
Por tanto, empecinarse en una reproducción de afirmaciones de manera acrítica y ahistórica, conduce al riesgo de perder el sustrato político del enunciado que ha recogido sentires y reflexiones sobre la cosificación del cuerpo de las mujeres en escenarios de guerra y, con ello, a la revictimización de quienes han sufrido la violencia sexual.
En conclusión, la fuerza del enunciado “Los cuerpos de las mujeres no son botines de guerra”, por encima de lo que significa concretamente y recogiendo las reflexiones anteriores, debe permitir la discusión para la transformación de realidades violentas que surgen en el seno del patriarcado, por lo cual es imperativa la lectura histórica de las formas de violencia que, a su vez, se producen y se reproducen en medio de las prácticas cotidianas de la sociedad, como la protesta social. Acentuar estos hechos es recalcar que la violencia sexual que sufrió la joven en Popayán y la patrullera en Cali no son hechos aislados a la violencia sexual que padeció la niña embera de 12 años por parte de siete soldados, ni a la que han experimentado y experimentan millones de niñas, adolescentes y mujeres, cuyos cuerpos se silencian e instrumentalizan y por la cual debe interpelarse a toda la sociedad, que sigue organizada bajo la lógica del pacto patriarcal.
El Tiempo- Paro nacional casos de violencia de género en las protestas