2 de octubre de 2015
Jóvenes en las elecciones: ¿Apatía o falta de fe?
Por: Nathaly Díaz T.
Estamos cerrando una nueva campaña política y todos los días se discute quién va a ser el próximo alcalde, por qué este candidato sí, por qué este candidato no. Y la verdad, a veces parece que fuera más una competencia de quién tiene más dinero que el otro para invertir en campaña. Como siempre, aparece el tema de los jóvenes: que si deciden, que si inclinan la balanza, que si son idiotas útiles de los candidatos. Sería importante preguntarnos entre nosotros, dónde estamos en ese panorama.
Lo mismo de siempre
Las elecciones siempre son un motivo de discordia, más que de acuerdo. Desde hace un tiempo, es común oír entre analistas de prensa, como Gustavo Álvarez Gardeazábal, quien desde El Jodario dice que “en Colombia la gente se acostumbró a votar en contra más que a favor”. Hay algunos puntos comunes que ya suenan a repetido: los mismos de siempre, esos no van a trabajar por la gente, no se renueva esto, la ciudad sigue igual. Pero ¿cuál ciudad? Cualquiera, no importa, todas son lo mismo.
Resulta que la conclusión más evidente salta a la vista y nadie la ve: si salen los mismos elegidos, ¿será porque votan los mismos? ¿O porque precisamente no votan los mismos? Las cifras no mienten: solo en las elecciones de 2014, las pesidenciales (que según los organismos veedores suelen ser las más fáciles), la abstención fue del 52%. Más de la mitad de los colombianos no tuvieron nada que ver con la reelección del presidente, y sin embargo, celebran o se quejan sobre esa decisión.
Eso quiere decir en cifras, que de 32 millones de votantes potenciales, solo 14 se tomaron el trabajo de ir a votar. Y adicionalmente, hay números impresionantes como, según la revista Semana, en las elecciones del 2014 para Congreso, se contabilizaron 1.750.000 votos nulos, y 489.000 no marcados. Estos números que parecen sobrantes y detalles, podrían marcar la diferencia entre entrar o quemarse, entre sumar y llegar de primero, o simplemente, haber quedado en el montón. El mismo artículo de Semana dice que en esas mismas elecciones solo en Senado el voto en blanco llegó a 746.000, y en Cámara 824.000.
La discusión además toca el delicado asunto del voto en blanco. Desde hace unas pocas elecciones para acá, se ha hecho campaña por el Voto en blanco, amparada en chistes como el clásico: “Nadie hace, Nadie cumple, Nadie funciona, Vote por Nadie”. Aunque parece que fuera una campaña a favor de los valores democráticos, termina por convertirse en una ola de apatía, ignorancia y poca participación. “Queda claro que si bien el voto en blanco funciona en elecciones para alcaldía, presidencia o gobernación, la verdad es que no es la mejor herramienta cuando se trata de cargos de elección popular para cuerpos colegiados como congreso, asamblea o concejo”, como afirma la Misión Observadora Electoral (MOE).
Felipe Pineda en Las 2 orillas, apunta: “A lo largo de nuestro devenir democrático el voto en blanco siempre condensó la indignación ciudadana y claramente logró encarnarse como una declaración de principios ante la falta de espacios políticos en coyunturas específicas como el Frente Nacional cuya inspiración totalitaria, absolutista, expulsó del escenario a otros polos políticos mientras que en este proceso actual esta postura obedece a una oleada de indiferencia creada que castiga a quienes podrían darle un giro al régimen político imperante”.
De acuerdo al columnista invitado al portal Las 2 orillas, no es justo ni mucho menos imparcial, meter en el mismo saco a Roberto Gerlein o Roy Barreras, e igualarlos o enfrentarlos a nombres como Claudia López o Jorge Robledo, independiententente de la afinidad política que se tenga con alguno de ellos.
Apatía y juventud
¿Hasta dónde entonces importa lo que digan los jóvenes a la hora de votar? Por un lado, es cuestión de números. Vistos como una inmensa masa sin cabeza ni corazón, no son una fuerza despreciable: solo entre personas entre 18 y 25 años, Colombia cuenta con 13 millones de almas.
Pero además de sumar, la gente joven, son personas que eventualmente pueden cambiar cosas, y no tiene que ver con la visión romántica e idealizada de muchachos que cambiaron el mundo, solo con pensarlo.
No, esto es mucho más complejo, serio y comprometido. La compañía Cifras y Conceptos calcula que en Colombia un 27% de la población tiene entre 18 y 25 años. Esto se traduce en que “trece millones de jóvenes constituyen el futuro del país y que hacen parte del censo electoral, es decir, que pueden votar y elegir a sus dirigentes”. Pero los números no siempre hablan solos. Según este informe que replica el portal Confidencial Colombia “sólo el 37.2% están inscritos en una universidad o institución de educación superior. El 17% se encuentra en situación de desempleo, con lo cual es natural que sientan escepticismo sobre sus planes de futuro”.
Esto mismo que ocurre a nivel interno, se replica internacionalmente. De acuerdo a un estudio realizado por la Facultad de Minas de la Universidad Nacional, seccional Medeelín, esta situación se refleja a nivel externo: “Una preocupación actual de muchos países democráticos es la baja participación electoral de los jóvenes; un caso preocupante es el Reino Unido, donde en 2005 solo el 37% de los jóvenes inscritos acudieron a las urnas (Edwards, 2007) al igual que con Estados Unidos donde las tasas de votación entre los jóvenes (18 a 24 años) han bajado del 50% (registrado en 1972) a un escaso 20% en las elecciones del 2002 (Shea & Harris, 2006); este comportamiento se aprecia también en países tercermundistas, allí los jóvenes son tres veces menos propensos que las personas mayores a votar (Wattenberg, 2003).
Pero volviendo a las cifras locales: si 13 millones de jóvenes son votantes potenciales, y en una elección difícil como fue la última presidencial, se ganó con 7,800.000 mil votos a favor de Juan Manuel Santos… y por Óscar Zuluaga votaron 6,915.000…. Eso quiere decir que el número de electores, los jóvenes pudieron ser los único en decidir la contienda presidencial.
Y si todos votaran.
Y si todos dejáramos de quejarnos.
Y si al menos actuáramos en consecuencia.
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