10 de marzo de 2020
Los adioses son para los dioses
Por: María Valentina Díaz
La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos”Antonio Machado. Antes de empezar se le advierte de antemano al lector que este artículo será sensorial y lo ideal es que si es posible siga las instrucciones que se le plantean para que pueda disfrutar en su totalidad el sentido de este artículo. Para comenzar, se empezará por los oídos. Por favor busque el concierto para piano n.º 5 en mi bemol mayor, op. 73, conocido popularmente como «Emperador».Luego, si es verdad que todo entra por los ojos, busque la obra del pintor letón Janis Rozentāls que se titula “La muerte” del año 1897. Mírelo detalladamente por 5 minutos y si se requiere, obsérvelo a medida que vaya leyendo el artículo. La obra de Rozentāls se puede ver algo excepcional y que se consideraría fuera de lo cotidiano. El artista caracteriza a la muerte de color blanco, lo cual es un atrevimiento refrescante. La muerte en esta obra no tiene ese típico rol de condenadora, sino de liberadora. Con delgadas pinceladas que la enmarcan en una luminosidad divina y con delicadas facciones femeninas, se puede ver a la muerte inclinada como simulando una venia. También se puede detallar que su hoz es brillante y retroreflectiva, y la está sosteniendo hacia abajo en un acto de humildad, a diferencia de como normalmente se le retrata de una manera imponente y amenazadora. Ella (la muerte) está inclinada y se puede suponer que está susurrando una disculpa por la tristeza que dejará al irse, pero también con su reverencia es un acto de respeto por las almas que ella se tiene que llevar. Cierre los ojos y disfrute la despedida
“La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos”Antonio Machado. Antes de empezar se le advierte de antemano al lector que este artículo será sensorial y lo ideal es que si es posible siga las instrucciones que se le plantean para que pueda disfrutar en su totalidad el sentido de este artículo.
Para comenzar, se empezará por los oídos. Por favor busque el concierto para piano n.º 5 en mi bemol mayor, op. 73, conocido popularmente como «Emperador».Luego, si es verdad que todo entra por los ojos, busque la obra del pintor letón Janis Rozentāls que se titula “La muerte” del año 1897. Mírelo detalladamente por 5 minutos y si se requiere, obsérvelo a medida que vaya leyendo el artículo.
La obra de Rozentāls se puede ver algo excepcional y que se consideraría fuera de lo cotidiano. El artista caracteriza a la muerte de color blanco, lo cual es un atrevimiento refrescante. La muerte en esta obra no tiene ese típico rol de condenadora, sino de liberadora. Con delgadas pinceladas que la enmarcan en una luminosidad divina y con delicadas facciones femeninas, se puede ver a la muerte inclinada como simulando una venia. También se puede detallar que su hoz es brillante y retroreflectiva, y la está sosteniendo hacia abajo en un acto de humildad, a diferencia de como normalmente se le retrata de una manera imponente y amenazadora. Ella (la muerte) está inclinada y se puede suponer que está susurrando una disculpa por la tristeza que dejará al irse, pero también con su reverencia es un acto de respeto por las almas que ella se tiene que llevar.
Cierre los ojos y disfrute la despedida
Si el lector está emergiendo en la música, es necesario comentarle que este fue el último concierto para piano del compositor Ludwig van Beethoven. Fue escrito entre 1809 y 1811 en Viena y está dedicado a Rodolfo de Austria, protector y pupilo de Beethoven. Querido lector, la muerte no suena tan mal como generalmente la pintan, ¿no? Melódica y melancólica, así son las despedidas de los que se van pero tan hermosas que reconfortan con sus recuerdos y se puede creer que dejan así un abrazo en el viento para cuando se les extraña. La muerte se debe tener por seguro que es en realidad el único amor de la vida, en razón de que su lealtad sobrepasa los límites mundanos, que la compañía es certera, y que su amor es pasional porque ha de decir que arrasa con todo. La muerte llegará de manera violenta o de manera esporádica o de manera ansiada o de manera reconfortante, pero llegará en el momento perfecto y sin dar ninguna razón, debido a que la seguridad de la muerte no se limita a dar explicaciones.
Se nace para morir
Con cada respiración que se da, se marca el furtivo final de la vida. A la muerte no se le debe temer, se le debe reconocer y saber retar. Cuando se decide como un ser mortal tomar el rol de la muerte, ese es un acto de extremo coraje pero al mismo tiempo de cobardía. El coraje de arrancar y sentir el último suspiro de vida, sea el propio o de alguien más, es demostrar la rebeldía de deslegitimar la llegada justa de la muerte, pero por el mismo motivo es un acto de cobardía, puesto que no se es capaz de tener la paciencia suficiente para la llegada justa de la misma, solo tal vez en un justificado acto desesperado que se base en la necesidad de llegar a la otra etapa de manera tan apresurada que ni los hombres ni la muerte han de comprender solo allí han de tomar ese rol. “Se nace para morir” Estas cuatro palabras han de ser la condena o la adrenalina de otros, cuando se reconoce lo limitada que es la vida se ha eliminado la estúpida fantasía que se cree de la inmortalidad. Se sentencian los hombres por ir en búsqueda de respuestas para saber qué es lo que hay después de la vida, pero después de la vida misma solo existirá la incertidumbre de no saber que hay en ese más allá, a causa de que la muerte marca un final pero un comienzo en otro ciclo. La muerte ha de ser destructiva para los que quedan en este mundo, pero es un hecho de creación para los que se van. Se reta a la muerte cuando se vive una vida sin tapujos ni prejuicios, tan felizmente que hasta ella le da pena llegar a besar sus labios para llevarse una vida tan radiante.
Se es del olvido
Como las lágrimas de los amantes que terminan en la lluvia, que se mezclan y se disuelven como sino hubieran existido, así es la existencia de los seres humanos. Los seres humanos le temen al olvido, a la creencia que su valor se da por su legado. Por el simple hecho de dar un primer respiro ya se ha cambiado el orden del universo, donde todo tiene una razón de ser, todo ha de traer un efecto y una causa, si algo se modifica el universo se encargará de que pase. Albert Einstein lo sustenta en la teoría del agujero de gusano del inter universo, donde expone que el espacio se conecta entre el pasado y el presente para que suceda una acción mínima de la raza humana, pero gigante para el orden del universo. También se puede señalar la teoría del caos, donde el aleteo de las alas de una mariposa causan un tornado en otra parte del mundo, todo está delicadamente interconectado. Aunque se crea irrelevante, ya que su legado es más grande de el que se cree, toda la gente que lo percibe ya tienen un recuerdo de la vez que se encontraron con su existencia, como la vez que un total extraño lo vio llorando o la ocasión que hizo reír a un niño en medio de un semáforo en el carro de al lado o cuando amó locamente en medio de un espacio público sin importar el resto del mundo. Ha de agregar también que se es eterno para la historia, todos los hombres han sido una cifra relevante para un punto de la historia. Como los amantes antes mencionados, las lágrimas serán recordadas por ellos, son ellos los que las sintieron y hasta que la muerte los abrace olvidarán la razón de sus lágrimas. Se promete la eternidad pero se olvida la fatalidad del tiempo.
Para los que están en el cielo, santificado sea su nombre y venga a nosotros su recuerdo
Por todos los que nos han dejado y por los que se irán. Se manifiestan a través de los objetos más extraños pero se sabe que son ellos, tratando de dejar su vida pasada y vuelven a los que quedaron tratando de dar un consuelo. Comúnmente se dice que la luz al final del túnel es el fin, es por ello que la muerte ha de vestirse de blanco. Esa luz enceguecedora es el cambio, es la liberación para otra etapa, por eso la muerte es luz que calienta y que quema todo lo que se debe dejar atrás para dar un nuevo respiro. Para mi abuelita Marlen, que siempre me saluda en forma de mariposa.
Janis Rozentāls – “La muerte” del año 1897.