10 de octubre de 2020
La otra cara de la cultura nihilista colombiana
Por: Valentina Vásquez Garzón
La sociedad colombiana se ha arrojado a un nihilismo progresivo. Es decir, se ha dedicado a negar todos los valores supremos en los que creía. Principalmente, ha estado evadiendo cualquier indicio de aquello por lo que alguna vez fue reconocida la capital. ¿A caso se ha convertido la transmutación de valores, alguna vez propuesta por Nietzsche, el enfoque cultural colombiano? Los 723.877 colombianos implicados en riñas durante el último año (2019) pareciesen confirmarlo, según el Dane. Colombia aparenta estar sumida en una realidad carente de cultura ciudadana. En este sentido, ¿será el volver a la Urbanidad de Carreño, la antigua eminencia escrita desconocida por las nuevas generaciones, la única solución a un problema estructural? Ciertamente no. Por el contrario, como lo recalca Mockus, la pedagogía ciudadana es el camino más factible para la superación de lo que ya simulase ser un arraigo cultural. Sin embargo, resultaría un error limitar esa pedagogía a la academia. Verbigracia, paradójicamente, las ciudades de Cali y Medellín─ caracterizadas por comprender la historia más conflictiva y violenta colombiana─ le han apostado al desarrollo de modelos de transformación cultural. Esta es la muestra de proyectos culturales que, a través de su efectividad, llevan a la ilusión de poder recuperar lo olvidado en las nuevas generaciones.
La sociedad colombiana se ha arrojado a un nihilismo progresivo. Es decir, se ha dedicado a negar todos los valores supremos en los que creía. Principalmente, ha estado evadiendo cualquier indicio de aquello por lo que alguna vez fue reconocida la capital. ¿A caso se ha convertido la transmutación de valores, alguna vez propuesta por Nietzsche, el enfoque cultural colombiano? Los 723.877 colombianos implicados en riñas durante el último año (2019) pareciesen confirmarlo, según el Dane. Colombia aparenta estar sumida en una realidad carente de cultura ciudadana. En este sentido, ¿será el volver a la Urbanidad de Carreño, la antigua eminencia escrita desconocida por las nuevas generaciones, la única solución a un problema estructural? Ciertamente no. Por el contrario, como lo recalca Mockus, la pedagogía ciudadana es el camino más factible para la superación de lo que ya simulase ser un arraigo cultural. Sin embargo, resultaría un error limitar esa pedagogía a la academia. Verbigracia, paradójicamente, las ciudades de Cali y Medellín─ caracterizadas por comprender la historia más conflictiva y violenta colombiana─ le han apostado al desarrollo de modelos de transformación cultural. Esta es la muestra de proyectos culturales que, a través de su efectividad, llevan a la ilusión de poder recuperar lo olvidado en las nuevas generaciones.
La transmutación
En primer lugar, es pertinente reconocer que, en su mayoría, los colombianos no han sido capaces de superar la “brecha” nihilista. Dentro de este fenómeno se reconoce una etapa negativa en la que el tratar de deconstruir todo lo aprehendido arroja a la segunda etapa positiva, la cual construye, transforma los valores sociales. Incluso, a saber, la sociedad se estancó en concepciones literales nietzscheanas profesando una moral natural: un conjunto de valores, en los que, sedientos de alcanzar la libertad, los arroja en un profundo individualismo que lleva a la evasión de los valores morales sociales. De ser así, resulta inalcanzable una sana convivencia y progreso social.
Para ilustrar, en el caso de la capital colombiana se destaca un notable retroceso. En 1995 el proyecto de la administración local se propuso llenar los vacíos en hábitos fundamentales que dificultaban alcanzar estándares aceptables de convivencia. Paulatinamente, la autorregulación individual a conciencia fue formando parte de la rutina de los bogotanos, llegando a ser reconocida, inclusive, como la capital latinoamericana con mejor cultura ciudadana. Sin embargo, fue evidentemente más rápida la deconstrucción de todo lo aprendido. En efecto, veinte años después la duplicación de violencia interpersonal, junto a los 15 de cada 100 usuarios que burlaron el pago del sistema de transporte público a diario durante el 2019 según Transmilenio, y un total de 527 siniestros anuales denunciados en 2018 por la Agencia Nacional de Seguridad Vial [ANSV], entre tanto, se convirtieron nuevamente en una constante dentro de la cotidianidad capitalina
Restauración del tejido social
Sin embargo, bajo este panorama reiterativo existen casos de poblaciones que paradójicamente rescataron la concepción de cultura ciudadana. Es decir, propendieron a generar sentido de pertenencia, de manera tal que se facilitase la convivencia urbana en unas de las poblaciones más conflictivas del territorio nacional. Este fue el caso de Cali. Desde una encuesta desarrollada por Corpovisionarios en 2016 frente a este eje temático, la alcaldía municipal decidió direccionar su plan de desarrollo en aras de una salida ante las secuelas del postconflicto: el recrudecimiento de la violencia y delincuencia, con énfasis en la población juvenil; la segregación social; la creciente ausencia de respeto… De manera que, se ejecutaron procesos formativos basados en experiencias artísticas. Estas se dirigían a los gestores de cultura ciudadana para la paz ─ grupo constituido por individuos en condiciones vulnerables a la pobreza y vinculación con el conflicto─. Una alternativa que, a través del empoderamiento, no solo se constituyó en una oportunidad de desarrollo económico, También transformaron su vulnerabilidad en herramienta para convertirse en actores sociales comprometidos con la reconstrucción de su propio tejido social.
Paralelamente, Medellín inició con un voto de confianza ante un Creemos en la Cultura Ciudadana. El eje transversal del plan de desarrollo tomó otro rumbo hacia un nuevo reto que acogía a toda la ciudadanía, Cultura Medellín. Así, se realizaron diversos proyectos sociales con objetivos específicos: Cultura Parque, promotora de la apropiación del espacio público; Laboratorio de Cultura Ciudadana, con aportes en la consolidación teórica, y Mediadores de Cultura Ciudadana, que capacitó finalmente funcionarios públicos en la materia. De ahí que, a través de la pedagogía y una estructura comunicativa articulada entre la alcaldía y la ciudadanía, Medellín consiguió materializar un reconocimiento y cumplimiento de deberes y derechos que facilitan la convivencia ciudadana.
En definitiva, no se trata de charlas y estudios catedráticos que impongan una escala de valores predeterminada en la sociedad colombiana para mejorar su situación. No resulta furtiva la anomia que, de no adoptar medidas con alcances oportunos, se está a bordas de alcanzar. Esta es una situación en la que los vínculos sociales se debilitan lo suficiente para perder la integración y regulación de los individuos. Así y todo, es la articulación entre ley, moral y costumbre la que cuenta con la capacidad de reducir a la mitad la criminalidad de una ciudad, como lo vivenció Cali y sostener un alto bienestar colectivo, como aún lo evidencia Medellín. Concretamente, es la inculcación y apropiación formativa de la cultura ciudadana la solución que refulge como alternativa para la aclamada reconstrucción del tejido social colombiano.