7 de junio de 2017
La economía del post-conflicto
Por: Jaime Andrés Romero Bermeo
Imaginar la implementación satisfactoria de los Acuerdos de Paz suscritos con la guerrilla de las FARC, y el cese de las hostilidades por parte de los diferentes actores armados que azotan el territorio colombiano, invita a repensar el futuro desde una perspectiva esperanzadora, donde la sociedad en general reconozca a los productores, principalmente rurales, su verdadero valor y se generen entre ellos relaciones de solidaridad y confianza, dejando atrás tantos años de conflicto y recelo.
Un campo de batalla y esperanza
El territorio rural colombiano ha guardado por décadas una esencia conflictiva. No en vano fue escenario de fuertes luchas entre liberales y conservadores y guarida de la guerrilla de las FARC. De igual forma, sirve aún como resguardo de grupos armados como el ELN y asiste al despliegue de bandas criminales (BACRIM), surgidas tras la desmovilización de las Autodefensas Unidas de Colombia, cuyo brazo alcanza ya diferentes cascos urbanos.
La historia de aquellos terrenos con amplio potencial productivo tiene un denominador común: la ausencia del Estado, que sumada a una tendencia de la sociedad de las grandes urbes a infravalorar la labor del productor agrario y a una escasa disposición del sistema económico hacia el fomento de la actividad agrícola, propició y posibilitó el surgimiento de los grupos al margen de la ley.
El escenario actual, marcado por un gobierno nacional que apostó todas sus cartas a la construcción de un país en paz con relativo éxito, aunque aparece débil en tantos otros frentes, se antoja ideal para hacer, finalmente, presencia efectiva en zonas donde su ausencia fue total; para aliviar, al menos, tanto daño causado y que hoy resulta irreparable; para hacer del campo colombiano el principal motor de desarrollo de la economía nacional.
La Reforma Rural Integral, punto fundamental en la estructura del Acuerdo de Paz, contempla la restitución de la propiedad a la población desplazada con motivo del conflicto armado, la creación de un fondo de tierras que serán distribuidas entre la población más necesitada, entre otras medidas que apuntan al renacer del campo colombiano. Materializarlas será cuestión de voluntad política. Entre tanto, asoma el reto de dignificar el trabajo agrícola, fomentar la independencia del productor rural y aumentar su productividad. ¿Cómo podría lograrse esto?
La economía de la confianza
Los Tratados de Libre Comercio suscritos por Colombia con Estados Unidos y la Unión Europea, entre otros, se presentan como obstáculo a los pequeños productores que no pueden acceder al mercado internacional con precios competitivos, y observan cómo el mercado interno es dominado por productos extranjeros, aún cuando se producen bienes equivalentes en el territorio nacional. 140.000 toneladas de arroz y más de 4 millones de toneladas de maíz provenientes de Estados Unidos, por citar algunos ejemplos, ingresaron al país durante 2016.
Los sistemas bancarios han jugado un papel primordial en el marco de las más grandes recesiones económicas que la humanidad recuerda: las de 1930 y 2008. El manejo del capital ha sido con frecuencia un problema, principalmente para la pequeña y mediana empresa, que se ve atosigada por el pago que debe realizar a los proveedores, bien sea de materia prima o de capital, que le garantizan culminar con éxito su proceso de producción durante un tiempo dado, mientras que, por otra parte, permite que sus clientes no le paguen inmediatamente sino a plazos, regularmente más largos y a intereses más bajos que aquellos que la empresa acuerda con sus proveedores.
La economía colombiana es esencialmente exportadora de materias primas, o insumos que otros utilizan para la fabricación y posterior venta de un bien final de consumo, como el café o el petróleo sin refinar. Por tanto, resulta idónea para adoptar un modelo como el de Suiza, implementado en 1934, que aún funciona con éxito. De acuerdo con el economista Bernard Lietaer, en ese país algunos medianos productores se reunieron y encontraron que, para suplir su demanda de insumos, regularmente acudían a la banca a solicitar un crédito en moneda corriente, que les generaba altos intereses y que a su vez debían cubrir con sus ingresos, lo que reducía enormemente su ganancia y con esto su capacidad de incrementar su nivel de producción. De igual manera, observaron que lo que uno de ellos producía, era lo que el otro necesitaba en su proceso productivo, así que crearon una moneda común, del mismo valor de la moneda oficial pero que, siendo alternativa, no podía convertirse a moneda corriente. La denominaron WIR, que significa “círculo económico”. Más de 60.000 productores suizos hacen parte de este sistema en la actualidad, según Guillaume Vallet.
Así, los pequeños productores obtienen créditos de ellos mismos y potencian una moneda que se destina únicamente al fortalecimiento de la industria nacional, ayudando al crecimiento de la economía tradicional sin perjuicio de las obligaciones adquiridas en los tratados comerciales y económicos suscritos por su país.
Dos principios, deseables en una situación de post-conflicto, son indispensables para el desarrollo de una economía de este tipo: solidaridad y confianza. Desarrollarlos con éxito en Colombia podría indicar que los tiempos del terror armado han quedado atrás. Un productor nacional competitivo a toda escala estará en camino.
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El Espectador – El impacto de la paz en la economía colombiana
La Silla Vacía – Colombia para el postconflicto rural
Centro Nacional de Memoria Histórica – La política de reforma agraria y tierras en Colombia
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