25 de abril de 2018
Desarrollo: libertad y responsabilidad
Por: Jaime Andrés Romero Bermeo
El mundo actual está profundamente marcado por dramas sociales de gran envergadura: hambrunas, desnutrición, epidemias, inasistencia sanitaria, privaciones sistemáticas de derechos humanos y políticos, entre otros. Es común encontrar distintas concepciones surgidas desde la academia, las instituciones políticas y la sociedad en general, que señalan la importancia de un objetivo particular como solución a las situaciones mencionadas. Dicho fin es el alcance del desarrollo.
Pero, ¿qué es desarrollo? Desde una perspectiva apegada a la visión occidental del concepto abordado, este suele relacionarse, por razones históricas y culturales -como los procesos de industrialización-, con el crecimiento económico de las naciones. De hecho, el ideal de expansión económica encarna el fin último de los procesos de desarrollo que pretenden adelantarse en gran parte del mundo.
Alrededor del concepto de desarrollo entendido como incremento de los niveles de producción -y otros elementos que se ven reflejados en indicadores como el Producto Nacional Bruto (PNB)-, surgen cuestionamientos múltiples y sustanciales. Estos cuestionamientos se originan en razón del desconocimiento de las realidades individuales y la ignorancia de la naturaleza humana, que se reflejan en la concepción enunciada.
¿Las condiciones de vida de los individuos mejoran con el crecimiento económico? ¿El aumento del PNB per cápita redunda en las rentas individuales? ¿Los seres humanos tienen –gracias al crecimiento económico- mayores posibilidades de vivir en condiciones dignas y ajustadas a su voluntad? ¿El crecimiento económico conduce a la garantía plena de los Derechos Humanos?
Las respuestas a estos cuestionamientos son negativas. Esto obliga a reformular la definición de desarrollo considerando factores que engloben el bienestar de la población o la satisfacción de Derechos fundamentales. En definitiva, es necesario orientar la acción de la sociedad en conjunto hacia el mejoramiento efectivo de las condiciones de vida individual y colectiva. Considerar el desarrollo como la expansión y profundización de la libertad puede contribuir a este objetivo.
El desarrollo como libertad
La propuesta del Premio Nobel de Economía Amartya Sen, de abordar el desarrollo desde la perspectiva de las libertades, da al concepto una dimensión más humana y lo distancia, por tanto de visiones netamente economicistas.
La obra del economista indio, “Desarrollo y Libertad”, inicia con la transcripción de un sánscrito que reproduce la conversación de una pareja ancestral. Maitreyee, la mujer, se pregunta si sería posible alcanzar la inmortalidad si toda la tierra le perteneciera. Yajnavalkya, su esposo, contesta que aún siendo suya toda la riqueza, no podría en modo alguno conseguir la inmortalidad, como es su interés.
El antiguo sánscrito refleja, más allá de visiones que podrían ser espirituales o religiosas, intenciones arraigadas en el ser humano: vivir tanto como pueda y vivir bien mientras esto suceda.
Vivir bien no es otra cosa que tener libertad para hacer las cosas que tenemos razones para valorar, lo cual es importante por derecho propio para la libertad total de la persona y para aumentar sus oportunidades de obtener resultados valiosos. Si el desarrollo busca mejorar la calidad de vida de la humanidad, su fin debe ser la libertad, que es también un medio para conseguirlo.
Sen hace referencia a dos tipos de libertades esenciales en una sociedad: libertad económica y libertad política.
La libertad económica se relaciona intrínsecamente con el crecimiento económico y es imposible desligarla de este en la medida en que concede al individuo la posibilidad material de interactuar en un mercado abierto, que resulta indispensable para ahondar en las libertades humanas. Además, el incremento de las rentas personales contribuye a la eliminación de barreras significativas en el camino hacia el desarrollo, como lo son las necesidades básicas insatisfechas de alimentación, salud y educación.
La diferencia central entre el plantemiento del desarrollo como libertad y el desarrollo como creciemiento económico, radica entonces en la libertad política, por lo que merece una aproximación diferenciada.
Libertad política
La libertad política, que vertebra el planteamiento del desarrollo como libertad, se entiende como la agencia (poder de influencia) del individuo dentro de una sociedad. Puede verse reflejada en elementos esenciales de una democracia como la posibilidad de expresarse libremente y participar activamente en las actividades políticas y sociales.
Conferir al individuo libertad política implica que este pueda expresar públicamente aquello que valora y exigir para su consecución la atención de las instituciones.
En una sociedad que permite la libre expresión y garantiza los derechos políticos individuales, los gobernantes tienen incentivos para escuchar los requerimientos de los individuos, pues deben hacer frente a sus críticas y buscar su apoyo en elecciones periódicas, libres y regulares. Esto, en una sociedad que satisface necesidades básicas y permite, por tanto, un debate ilustrado, exige respuestas claras y adecuadas a las problemáticas sociales.
Los incentivos para fundar la sociedad desde las libertades políticas, se presentan en doble vía. Dado que los individuos tienen la posibilidad material de impactar en la acción gubernamental, estos encuentran razones suficientes para participar en el debate público pues solo así pueden conseguir aquello que valoran íntimamente; mejorar su calidad de vida; alcanzar el desarrollo.
El desarrollo exige, para su materialización, la acción política directa por parte de los individuos y por tanto, la expansión de sus libertades que se traduzcan en una mayor agencia individual –en términos económicos y políticos- dentro de la sociedad. Una mayor agencia del individuo no le presenta únicamente beneficios, sino también responsabilidades. Su acción libre no impactará exclusivamente la vida propia; puede cambiar para siempre la vida de la sociedad. Esto trae a la memoria una frase certera del pensador colombiano Nicolás Gómez Dávila: “La política sabia es el arte de vigorizar la sociedad y debilitar el Estado”.