Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales

23 de julio de 2014

La lucha de titanes teóricos en el arena internacional

Por: Daniel del Castillo

El presente artículo tiene como objetivo realizar un análisis crítico de la política internacional – en términos de seguridad, multilateralismo y cooperación internacional – a la luz de la vigencia teórica de dos de los mayores pensadores modernos: John Locke y Thomas Hobbes. El resultado de esta reflexión es el debilitamiento manifiesto del contrato social y la subsistencia, en dichos términos, de la anarquía internacional.

A través de una reflexión sobre la institución que reúne a las 20 economías más importantes del planeta, el G20, buscamos responder en el presente artículo a quienes defienden la idea de la madurez de la anarquía internacional, encajada en una serie de reglas sociales y jurídicas.

Creado en 1999, siguiendo tres grandes principios internacionales: la estabilidad financiera mundial, la cooperación internacional y el diálogo entre las potencias industrializadas y emergentes; el G20 representaba en 2011 el 85% del comercio mundial, 2/3 de la población mundial y más del 90% del Producto Interno Bruto (PIB) del planeta. No obstante, el editor económico y político británico del Financial Times Philip Stephens evalúa, en un artículo publicado el 27 de octubre de 2011, que “Volvimos al mundo de Hobbes”. El contexto macroeconómico actual se dibuja entonces como una antinomia del pensamiento filosófico y político liberal de John Locke (1632-1704). Comenzaremos por retomar los principios fundamentales de su filosofía política.

Los principios políticos fundamentales de la filosofía de John Locke.

Locke propone la limitación de los poderes del Estado, a favor de la ampliación de los derechos de los ciudadanos. Plantea la hipótesis que en el estado de naturaleza “los seres humanos viven de acuerdo con la razón”: Locke es un optimista antropológico. Enseguida, como nos lo muestra Andrés Mejía Vergnaud en su artículo ” ‘Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil’, de John Locke”  (Ámbito Jurídico, 15 de octubre de 2012), Locke defiende la propiedad privada como el producto de la razón y el trabajo. El Estado debe garantizar la libertad de los individuos, basado en la protección de los derechos y la propiedad.

Aplicando estos principios al G20, podemos inferir que consolida una iniciativa política para regular el poder de los Estados. En primer lugar, el G20 buscaba crear condiciones para la convergencia de intereses nacionales; en segundo lugar, crear tendencias de comportamiento y uso habitual internacional. Podemos deducir que, el G2O esconde la idea de una especie de pacto social a nivel internacional, sin que esto signifique para nada la transferencia de partes de soberanía nacional hacia el ente. Se esperaba que el G20 fuera un concierto internacional, garante de la cooperación internacional. Empero, como lo observaremos a continuación, se ha mostrado incapaz de cumplir estas funciones.
Análisis crítico de las decisiones macro-económicas en la actualidad.

Philip Stephens argumenta que por la crisis de legitimidad de la institución – “La era del multilateralismo está cediendo ante la nueva era de los nacionalismos” – “Estamos regresando a los estados del siglo XIX”, anuncia. A la luz de los indicadores actuales, al editor en jefe le sobran argumentos para defender esta idea que deriva en la pérdida del poder tradicional de los Estados en el sistema internacional y el bloqueo del G20. Frente a estos problemas, Stephens responde que los outputs del sistema político internacional pueden ser enumerados a nombre de tres: 1) la importancia que ha tomado la repartición de las influencias estatales en las decisiones del Consejo de Seguridad de la ONU y, según el autor, de las Instituciones de Bretton-Woods desde 1944; 2) el multilateralismo aplicado a los procesos de toma de decisión política internacional, y 3) la gobernanza internacional.

Por los siguientes tres motivos principales, esto no ha sido posible. En primer lugar, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas – que cuenta con poder real – continúa siendo una institución rígida cuyo equilibrio interno entre los miembros permanentes bloquea el sistema entero dejando una amarga sensación de impotencia. El estudio del caso Sirio así lo demuestra (1). Corolario a este motivo, podemos agregar que las Instituciones Financieras Internacionales son una torta política internacional que hace tiempo se reparten los grandes del mundo, lo cual ha llevado a que países como China, Brasil e India, con el apoyo de Rusia – y frente a la imposibilidad de verse representados a la cabeza ni del FMI ni del BM – hayan decidido integrar sistemas de cooperación paralelos.

Multilateralismo y embrión gobernanza internacional

En segunda instancia, después de la intervención norteamericana en Irak (2005), el multilateralismo – cómo metodología aplicada a los procesos de toma de decisión política internacional – quedó sometido en una crisis de legitimidad. Las influencias relativas de los unos y los otros siguen predominando en los procesos de toma de decisión en las áreas fundamentales: la guerra y la paz, la soberanía, la economía, las finanzas, la seguridad alimentaria y el medio ambiente.

En tercer lugar, la gobernanza internacional es apenas un embrión de paradigma en las Relaciones Internacionales, y su aspecto multinivel no ha logrado una aplicación efectiva de este modelo. En efecto, es muy difícil gobernar lo regional-local desde lo internacional, las ONG han entrado en una fase neoliberal dónde – nos dice Jenny Pearce – no cumplen con sus objetivos fundamentales que son el desarrollo y la seguridad de las poblaciones. La iniciativa internacional tiene tendencia a perderse en lo local, hay demasiados actores intermediarios que intervienen en la reinterpretación y reapropiación de los programas de desarrollo y cooperación internacionales.

En efecto, siguiendo a Thomas Hobbes, el autor infiere que el Hombre se ha dejado llevar – más que por la razón que constituía la fe de John Locke – por una búsqueda aguerrida y pasional del beneficio personal o sectario. La socióloga Saskia Sassen evoca un retorno a “la acumulación primitiva” en el capitalismo. Mientras tanto, los Estados multiplican las intervenciones económicas para rescatar a las multinacionales y los bancos en default, con el fin de evitar olas masivas de despidos; al mismo tiempo que se enfrentan al surgimiento de los nuevos actores de las relaciones internacionales, en una nueva configuración en la repartición del poder mundial.

El contrato social se debilita – en Grecia, en Italia, en España – incluso ha llegado a romperse en Estados como Irak, Libia y Afganistán. Ahora comprendemos bien el motivo de la añoranza de nuestro autor por aquella época del surgimiento del paradigma del multilateralismo y el paroxismo de la cooperación internacional. ¿En qué condiciones reales podríamos entonces considerar la desaceleración de las lógicas anárquicas en la política internacional?

Daniel del Castillo

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