30 de septiembre de 2016
Y Ahora ¿Quién Nos Va a Matar?
Por: Julián Santiago Chávez M
Lejos de redactar una reflexión pesimista, es de mi interés contemplar los actuales comportamientos que manifiesta la sociedad en torno al proceso de paz.
Como diría Ryszard Kapuscinski “las guerras siempre empiezan mucho antes del primer disparo, comienzan con un cambio de vocabulario en los medios de comunicación”. No hay que olvidar que la imagen de las FARC como un enemigo abominable que se percibe incorpóreo en nuestro aire, es culpa de un cambio de dialéctica en los medios de comunicación desde el fracaso de las negociaciones con Pastrana.
Eso no significa que haya que desconocer los crímenes atroces que han cometido, al igual que otras organizaciones al margen de la ley o inclusive la misma fuerza pública, cometieron actos de inmensa crueldad contra la población civil, pero evidentemente no encarnan el mismo odio que el grupo guerrillero.
Esto lleva a una verdad revelada y para muchos obvia, las FARC equivalen en Colombia, a lo que los alemanes fueron al mundo tras la Primera Guerra Mundial, los negros en el apartheid o el mismo ISIS en la actualidad, esto es el enemigo común.
Si con el proceso de paz lo que buscamos es reconfigurar ese imaginario colectivo la pregunta es ¿Y ahora quién nos va a matar?, ¿Serán las bacrim, los narcotraficantes, los terratenientes o los políticos? Cómo va la situación, pareciera que el nuevo objetivo son los propietarios de grandes extensiones de tierra, que por coincidencia guardan fuertes nexos con el narcotráfico y un sector de la extrema derecha del país.
Pareciera que la sociedad tiene esta necesidad de diferenciar entre el bien y el mal, de definir de forma clara y precisa un adversario, con tal de avanzar y compararse con su opuesto.
Pues bien, aunque comparto con alegría los acuerdos entre el gobierno nacional y las FARC, también pienso que no todo tiene que ser blanco o negro, no es necesaria la existencia del bueno y del malo. De hecho, si pintáramos el mundo real en un ideario social, este tendría que ser colorido, plural y diverso.
Esto implica comprender que en algunas regiones del país todavía persiste la violencia, que el narcotráfico es un fenómeno mundial y que los uribistas no son los ‘malos’. Una vez hayamos acabado con estos esquemas tan rígidos que hacen parte de nuestra sociedad y que limitan nuestra mente, habremos entendido que el mundo funciona mejor cuando cada persona tiene derecho a expresarse, a proponer y a ser.
El camino es largo, pero ya dimos el primer paso, que este proceso por el que pasa el país sirva para insertar una cultura de paz en la sociedad y revisar todos esos prejuicios que nos alejan de nuestra identidad, en el que cada ciudadano reconozca al otro como ser humano viviente, valioso y necesario.
Una vez haya triunfado el sí, que resulta ser lo más seguro según las últimas encuestas, es necesario avanzar en la construcción de nuestra sociedad, por esto, el acuerdo con la guerrilla debe verse como una mancha más que logramos limpiar de nuestros lentes, que cada vez más nos permiten darnos cuenta de ese hermoso diamante que tenemos entre nuestras manos al que llamamos ‘Colombia’.