3 de julio de 2016
Tea Party: una nueva fuerza electoral republicana
Por: Valeria Cárdenas Arias
En 1776, aparece en la esfera global un conglomerado de Estados libres e independientes (Fernández & Blackmore, 2008), y no una nueva nación, bajo el nombre de Estados Unidos de América. Sin imponer ninguna ley por encima de la realidad social, los padres fundadores materializaron estas instituciones informales al positivarlas y verbalizarlas en dos documentos: la Declaración de Independencia (1776) y la Constitución Política (1787) junto con “Bill of Rights” (1791), o las 10 primeras enmiendas a la Carta Magna.
Si bien, la diversidad al interior del nuevo Estado era bastante amplia, comprendiendo desde teocracias, concesiones británicas, interesados por el comercio, entre otros, todos compartían el deseo de creación de un gobierno común equilibrado. Para esto, fieles a su realidad social y política, los padres fundadores en la Constitución, consagran el establecimiento de un sistema federal donde las instituciones nacionales, estatales y locales daban tres puntos de entrada para influir (Fernández & Blackmore, 2008).
Este sistema acompañado de una fuerte división de poderes bajo el ala del sistema de pesos y contrapesos, fortalecen tres aspectos característicos de la cultura política estadounidense: la desconfianza hacia el poder político, la creencia en un gobierno limitado y la tradición de participación cívica y política (Fernández & Blackmore, 2008).
Los dos primeros se ven fortalecidos por la enmienda 10 del Bill of Rights, la cual estipula que todas aquellas facultades que la Constitución no le otorgue al gobierno federal, quedan reservadas a los Estados o al pueblo, logrando una minimización del poder federal al crear un gobierno con funciones enumeradas.
El último aspecto, podría reflejarse con los derechos consagrados en la Carta Política, como el de libertad de culto, libertad de expresión, prensa, reunión y petición (Fernández & Blackmore, 2008), que en últimas terminan favoreciendo una institución informal que siempre había estado presente: la participación ciudadana.
En efecto, las instituciones y el gobierno generan un circulo virtuoso de incentivos para la tradicional participación ciudadana. Esta última, ha tenido tres grandes medios para acceder o influir en las estructuras y agendas políticas.
El primer vehículo, es el de los partidos políticos, que en principio son las organizaciones creadas y usadas por los políticos (Fernández & Blackmore, 2008) para tres principales aspectos: the party in government (enfocado hacia el poder legislativo y compuesto principalmente por los grupos parlamentarios), the party organization (reglas mediante las cuales los funcionarios, candidatos y activistas son seleccionados) y the party in the electorate (identificación del electorado).
En segundo lugar están los grupos de interés o lobbystas, definidos como organizaciones o instituciones que buscan influir en las políticas públicas sin necesidad de acceder directamente al poder (Fernández & Blackmore, 2008). Estos grupos divididos en categorías como la de corporaciones, sindicatos y asociaciones profesionales, actúan a través del cabildeo, las comparecencias judiciales, la mediatización y la persuasión colectiva, para lograr sus intereses particulares (Fernández & Blackmore, 2008). En tercer lugar, se encuentran las Non Profits Organizations, que son las mismas organizaciones de la sociedad civil. Estas son organismos privados, voluntarios y con un propósito público, que tienen como finalidad atender las necesidades de la comunidad, y complementar, suplementar o impugnar acciónes gubernamentales (Fernández & Blackmore, 2008).
Son estas organizaciones, las que han mantenido y fomentado la participación ciudadana, fenómeno tan típico en Estados Unidos. Sin embargo, la política estadounidense se ha caracterizado por un duopolio político, condensado en el monopolio ejercido por dos partidos desde 1856: el Partido Demócrata y el Republicano. A pesar de que muchos autores consideren esta dicotomía como consecuencia de factores ideológicos (Fernández & Blackmore, 2008), es el mismo diseño institucional el promotor del marcado bipartidismo.
No obstante al imaginario común, el sistema de partidos en Estados Unidos está consagrado como uno multipartidista, lo que contempla la existencia de múltiples partidos a parte del Republicano y el Demócrata. Así mismo, la existencia de los demás mecanismos de participación ciudadana se han visto fortalecidos desde los años sesenta y sobre todo en el siglo XXI.
Para 2008, Estados Unidos no sólo vivía un cambio presidencial que implicaba un traspaso del Partido Republicano hacia el Demócrata, sino que también experimentaba fuertes descontentos sociales, ocasionados principalmente por los bajos niveles de legitimidad de George Bush y su War On Terror, y por la crisis de las hipotecas subprime (Lepore, 2011). Este panorama, propició el surgimiento de una nueva fuerza social y política con alto potencial electoral, el llamado Tea Party. Este movimiento social y político, es una red compuesta por más de 2000 organizaciones y grupos locales sin un liderazgo central ni personalista y con gran uso de las redes sociales (Cannon, 2011). En últimas, el Tea Party, ya sea el Tea Party Patriots, Nation Wide Tea Party Coalition, Tea Party Express, o cualquier otro grupo local, busca en últimas influir en el sistema al estar descontentos y no sentir sus demandas conservadoras representadas, ni en lo político ni en lo económico ni en lo social.
La aparición y la fuerza de este movimiento social en la esfera política, conlleva a preguntarnos si: ¿es el Tea Party la prueba de un desajuste del aparentemente sólido sistema bipartidista estadounidense?
Para ello, se analizará con mayor profundidad en una primera parte la aparición, trayectoria y actuación de la fuerza electoral que representa el Tea Party, para en una segunda instancia estudiar la configuración del sistema electoral y de partidos en Estados Unidos, así como la radicalización de uno de los partidos tradicionales y su conexión con la aparición del Tea Party.
El Tea Party: ¿Un verdadero desestabilizador?
La coyuntura nacional estadounidense en 2008, giraba en torno a los acontecimientos económicos del momento, que no sólo golpearon la economía nacional sino que desencadenaron en la peor crisis económica y financiera del siglo XXI.
Antes de finalizar su mandato, el Presidente George Bush, plantea como solución para recuperar la economía nacional, el rescate bancario y automovilístico, pues como lo acuñaron los medios, para el entonces Presidente eran “too big to fail” (Alexander, 2011). Por tanto, firma la controvertida ley “Troubled Asset Relief Program”, que planteaba comprar activos y acciones de instituciones financieras para fortalecer a los bancos (US Department of the Treasury, 2016), a costa de mayores cargas impositivas a la población. Lo anterior, refleja el aumento del intervencionismo del Estado, y en especial del gobierno federal en diferentes campos que poco estaban contemplados en la configuración política tradicional estadounidense. Otro ejemplo de esto, es la intervención militar en Irak (2003), realizada incluso después de que el Congreso no lo autorizara.
Agudizando la situación, llega a la Presidencia Barack Obama, por el Partido Demócrata, con un programa de gobierno de alto corte progresista (Jacob, 2014). En efecto, B. Obama decide continuar con el proyecto de rescate bancario de Bush, en adición a una cantidad de programas sociales como The Patient Protection and Affordable Care Act, en términos coloquiales ObamaCare (The White House, 2015), o como el Cape and Trade Act, que pretendía imponer límites para el comercio (Alexander, 2011). Lo anterior, continuaba y aceleraba el excesivo intervencionismo federal junto con las enormes limitaciones al libre mercado, premisas contrarias a los valores fundacionales, piedra angular de la configuración política y social de Estados Unidos.
Es bajo este panorama, que para finales de 2008 aparecen los primeros indicios, que para principios del año siguiente, terminarían consolidando el movimiento político y social autoproclamado como Tea Party. La identificación de esta fuerza con dicho nombre se debe a dos dimensiones: una histórica y otra coyuntural.
Por un lado, se inspiran en el motín de 1773, cuando los residentes de lo que después sería Estados Unidos, deciden destruir las cargas de té traídas de territorio británico, al no estar de acuerdo con el gravamen impuesto y decidido unilateralmente por la corona (Lepore, 2011). Al no tener representación política en Gran Bretaña, los habitantes de las colonias en América, llevaron a cabo estas acciones bajo el lema “no taxation without representation”, acontecimiento que pasaría a la historia como “The Boston Tea Party” (Fernández & Blackmore, 2008). Por otro lado, el nombre hace alusión en sus siglas, a una de grandes reivindicaciones que unió el movimiento en el 2008: Tax Enough Already (Alexander, 2011).
En efecto, la gestación y consolidación del Tea Party se da como un espejo del descontento social, de una parte de la población del país, que reivindicaba la necesidad del retorno a la visión estadounidense verdadera, que no era nada diferente a la concepción de los padres fundadores (Alexander, 2011). Esta visión fundacional era el reflejo de la instituciones informales, poco deseosas de un gobierno agrandado y con alta intromisión. Bajo el lema de “I want my country back”, los miembros del Tea Party, reclamaban un aumento del conservatismo tradicional, una reducción o inexistencia de impuestos y el retorno al libre mercado; así como también desaprobaban el aumento en el gasto público, los déficit presupuestales, la deuda pública y el aumento en el tamaño del gobierno (Pérez & Jové, 2015).
La exaltación del conservatismo dentro del movimiento, a parte de la explicación ideológica comprende una de carácter sociológico. Analizando un estudio del American National Electoral Studies, se puede constatar que gran parte de los miembros del Tea Party comparten rasgos de tinte religioso, racial, etario y educacional. Para el 2010, 70% de los miembros eran mayores de 44 años, 86% eran blancos, 66% eran hombres, 28% tenían estudios de posgrado, 52% eran evangélicos, 52% iban semanalmente a la iglesia y 62% eran casados (Abramowitz, 2012). En complemento, más del 90% apoyaban el conservatismo y compartían su odio hacia Obama (Abramowitz, 2012), lo que en últimas demuestra una correlación entre el Tea Party y los valores fundacionales, por un lado, y los White Anglo-Saxon and Protestant (WASP)[1], por el otro.
La consolidación del Tea Party fue acelerada y fuerte. A principios de 2008, con la oposición a la Reserva Federal y su intromisión en la economía nacional, hecha por el congresista del ala más conservadora del Partido Republicano (Alexander, 2011), Ron Paul comienzan a desencadenarse una serie de eventos que se consolidarían a principios del 2009.
El 24 de enero de 2009, decenas de estudiantes universitarios, liderados por Trevor Leach, protestan en contra de la imposición de aproximadamente 100 gravámenes por parte de la alcaldía de Nueva de York (Cannon, 2011). Casi un mes después, un comentario televisado lograría desembocar en una serie de protestas, que en últimas alcanzaron la consolidación de una nueva fuerza social y política: el Tea Party.
El 19 de febrero de 2009, Rick Santelli, editor al aire del noticiero de CNBC, expone su desacuerdo contra The Homeowners Affordability and Stability Plan, programa de vivienda social del gobierno federal. Por tanto, convoca a un Tea Party en Chicago, al justificar que los “homeowners” prudentes no tenían porque rescatar a quienes habían sido extravagantes e irresponsables (Kazin, 2013). Logró tanta acogida, que ocho días después, el 27 de febrero, aproximadamente un millón de personas se movilizaron en más de 40 ciudades, apoyando los ideales de Santelli (Kazin, 2013). Haciendo uso del poder mediático y sobre todo de las redes sociales, difunden rápidamente sus ideales, haciendo que para septiembre de ese, entre 60.000 y 70.000 personas se aglutinaran ante el Capitolio Nacional reivindicando entre otras cosas al gobierno federal y sus programas sociales (Alexander, 2011).
Comenzando con mítines y manifestaciones políticas típicas de un movimiento social, las organizaciones del Tea Party fueron escalando cada vez con más fuerza, logrando canalizarla hasta el punto tal, de llegar a no sólo formar reuniones políticas organizadas como la Convención Nacional del Tea Party en 2010 (Alexander, 2011), sino también al influir en las siguientes elecciones políticas.
El primer triunfo electoral del Tea Party, se da en tiempos electorales extraordinarios, por la muerte de Ted Kennedy, senador por el Estado de Massachusetts, por más de 30 años. El 19 de enero de 2010, con el 52% de la votación, Massachusetts, Estado tradicionalmente demócrata, elige por primera vez un senador miembro del Partido Republicano (Scott Brown), que además es abiertamente adepto al Tea Party (Alexander, 2011).
Adicional a esto, para las elecciones legislativas del 2010, el Tea Party logra consolidarse como una fuerza electoral presente dentro de la contienda, y más específicamente dentro del Partido Republicano. De un lado, en Utah y Alaska, dos candidatos en ejercicio fueron desafiados por candidatos más conservadores afines al Tea Party y vencidos en su propósito de obtener una nueva nominación (Alexander, 2011). De otro lado, en Florida, Colorado, Nevada, Pensilvania, Kentucky y Delaware, los candidatos que tenían el apoyo de los líderes estatales y nacionales del Partido Republicano (Alexander, 2011), fueron vencidos por aspirantes fuera del establishment y adherentes al Tea Party. El caso más emblemático sucedió en Florida, cuando el antiguo gobernador republicano del Estado, postulado para el cargo de senador, Charlie Crist, es vencido por el conservador radical, Marco Rubio (Levy, 2013). Al anunciar su candidatura, el cubano miembro del Tea Party, mantenía en los sondeos una popularidad que no superaba el dígito, sin embargo, a medida que transcurría la campaña, sus niveles de apoyo aumentaban. Por ende, el Partid Republicano otorga su respaldo a Rubio, y Charlie Crist se convierte en candidato independiente, quien terminará perdiendo las elecciones legislativas, frente al 48.89% de los votos obtenidos por Marco Rubio (Levy, 2013).
Otro de los eventos emblemáticos del movimiento conservador, es lo sucedido con el senador republicano Jim DeMint, representante por el Estado de Carolina del Sur. Frustrado por las débiles convicciones de sus colegas, bajo las leyes electorales, decide formar un comité de acción política, (Pérez & Jové, 2015) para el recaudo de donaciones para candidatos adeptos al Tea Party, con el ánimo de aumentar su fuerza electoral. Para 2010, aproximadamente 7,5 millones de dólares habían sido recaudados para la causa (Pérez & Jové, 2015).
No obstante, el mayor éxito del Tea Party fue encarnado por la cabeza más visible del movimiento, la ex gobernadora de Alaska, Sarah Palin. Este triunfo se materializó, al haber sido la segunda mujer en ocupar la fórmula vicepresidencial de Estados Unidos, en este caso para el candidato a la presidencia por el Partido Republicano, John McCain (Alexander, 2011).
Por último, el resultado neto del Tea Party puede resumirse con el número de votos que le agregaron al partido republicano, otorgándole un amplio margen de victoria en las elecciones de noviembre. “El partido casi ganó el control del Senado, obtuvo al menos 63 escaños de la Cámara, obtuvo una cantidad importante de cargos de gobernadores y cientos de escaños en legislaturas estatales, concediéndoles más poder en los gobiernos estatales que en ningún otro momento desde los años veinte”, (Alexander, 2011).
Para la actual (2016) contienda electoral por la presidencia de Estados Unidos, el Tea Party, al contrario de lo que muchos pensaban, se ha mantenido vivo y fuerte (Michael, 2015). Con dos candidatos compitiendo para la nominación a la campaña presidencial por el Partido Republicano, el Tea Party logra consolidarse como una viva fuerza política e incluso electoral. Si bien ambos terminaron retirándose antes de la Convención Nacional del partido, alcanzaron resultados importantes y avanzados. Por un lado, Marco Rubio, ex senador por la Florida y católico devoto alcanzó 167 de 1795 delegados escrutados por el Partido Republicano, llevándose Estados como Minnesota y Columbia (CNN, 2016). Por otro lado, Ted Cruz, la competencia más fuerte del actual candidato ad hoc a la presidencia por el GOP[2], candidato con ascendencia canadiense y cubana, ex senador por Texas y cristiano empedernido, alcanzó 572 delegados, llevándose Estados como Iowa, Oklahoma, Texas, Wisconsin, entre otros (CNN, 2016).
Con ideas radicales y claramente conservadoras, que van desde propuestas de reforma a la ley de inmigración para endurecerla y complicarla, hasta las que pretenden reducir los impuestos, Ted Cruz y Marco RubiO logran inmiscuirse fuertemente en la contienda electoral más importante del país: la carrera presidencial (Ted Cruz, 2016).
Igualmente, Sarah Palin no se queda atrás. Si bien, no es candidata a la presidencia propiamente, reiteró su apoyo al republicano Donald Trump, que a pesar de no ser miembro del Tea Party, encarna en sus propuestas, todo el espíritu del movimiento.
Sin embargo, como se refleja en las contiendas electorales tanto de 2010 como de 2016, se observa que el Tea Party no ha logrado consolidarse como un partido político sólido y con adeptos, sino que se ha adherido al partido Republicano. Lo anterior debido a que como se va a exponer a continuación, la configuración del sistema electoral estadounidense planteado desde la fundación de la nación, no lo permite.
Un sistema electoral cerrado y ancestral
Definido como el conjunto de normas y procedimientos por los cuales se transforma la voluntad popular (expresada en votos) en representación política, el sistema electoral es una parte esencial del diseño institucional y de la configuración política del país (Fernández & Blackmore, 2008).
El sistema electoral estadounidense es de mayoría simple o relativa tanto para las elecciones legislativas como para las ejecutivas.
Para las elecciones al Congreso, en cada distrito electoral, que en el caso de Estados Unidos son los cincuenta Estados más el distrito especial de Columbia (USembassy, 2012), se elige un representante por cada uno, y este será el que obtenga el mayor número de votos, sin importar si obtiene o no la mayoría absoluta (Fernández & Blackmore, 2008). Así mismo sucede para el caso del poder ejecutivo. En primer lugar, en las elecciones primarias los ciudadanos emiten su voto para determinar cuantos delegados representaran a cada candidato en una convención nacional de cada partido político (Fernández & Blackmore, 2008), encargada de la postulación del verdadero candidato a la Presidencia estadounidense. Sin importar si estas se realizan a través de caucuses (asambleas parlamentarias) o elecciones populares, se atribuyen proporcionalmente el número de delegados dependiendo de cada voto hacia el candidato en ese Estado. No obstante, la guerra de titanes realmente comienza después de las convenciones nacionales, cuando se da inicio a la carrera y grandes campañas por la Presidencia. En este caso, la elección del Colegio Electoral, grupo de electores igual al número de senadores y representantes a la cámara por cada Estado (Fernández & Blackmore, 2008), representaran a los candidatos en la segunda y decisiva etapa de votación. En esta fase, el candidato que por voto popular obtenga la mayoría simple en los distritos electorales, se lleva absolutamente todos los electores.
La anterior configuración electoral, termina creando un esquema bipartidista ad hoc, pues a pesar de que la Constitución prevé un sistema de múltiples partidos, el diseño institucional contribuye a que solo dos de estos logren mantenerse en las contiendas electorales. En 1954, estudiando el caso particular de Estados Unidos, Duverger, afirma que los sistemas de mayoría relativa, tienden a desembocar en sistemas bipartidistas, y los proporcionales en multipartidismo (Fernández & Blackmore, 2008). Dicha afirmación, se ha mantenido a lo largo de los años y se refleja en el histórico partidista y en la actual composición política de Estados Unidos.
La historia de los partidos políticos data y coincide con la consagración de la Constitución y la primera presidencia de Estados Unidos, ejercida por George Washington desde 1789 hasta 1797 (UNAM, 2006).
Dividida en cinco etapas, la historia de partidos comienza a consolidarse con la divergencia de opiniones entre los principales colaboradores del Presidente Washington (The White House, 2015). Si bien la disputa no era ideológica, se daba más por factores de clases económicas y políticas. Por un lado, estaban Hamilton y sus seguidores federalistas, que no estaban de acuerdo con las nominaciones, que pretendían afianzar y mantener las relaciones con el Reino Unido, reforzar el gobierno central y proteger los intereses empresariales. Por el otro, estaban Jefferson y sus afines, fundadores del partido Demócrata- Republicano, quienes eran partidarios de las nominaciones a las elecciones, de un gobierno central menos poderoso, y de un refuerzo al sector agrícola (The White House, 2015).
Comenzando la segunda etapa en 1828, las figuras interesadas en la política, se reconocían como de corte republicano. Sin embargo, al no haber disciplina partidista, comienzan a aparecer distintas facciones políticas, sin distinción clara en sus propuestas: el Demócrata de Jefferson (1832) y Whigs (1834) (USembassy, 2012).
Para la tercera etapa, las tensiones entre las facciones existentes se agudizaron por la Guerra de Secesión y el tema de la esclavitud (UNAM, 2006). En 1854, abolicionistas y opositores del expansionismo, disidentes del partido Demócrata, provenientes del norte (Zona industrializada, urbana, heterogénea y abolicionista (UNAM, 2006). junto con disidentes del partido Whigs, crean el Partido Republicano (UNAM, 2006). Por las presiones sobre el tema de la esclavitud, Whigs se extingue en 1856, y es a partir de ese año que se consolida el duopolio partidista que se ha mantenido hasta el día de hoy.
En 1896, los intereses de los partidos políticos comienzan a cambiar, a raíz de la transformación coyuntural de la sociedad estadounidense, al industrializarse y modernizarse con la importancia de las corporaciones petroleras y ferroviarias (UNAM, 2006). Igualmente, aparecen nuevas leyes reguladoras a los partidos políticos y cuerpos legales para la financiación de sus campañas, generando junto con lo anterior un predominio republicano (UNAM, 2006).
El último clivaje, se da en 1932 después de la crisis de los años 30, causante de la crisis de legitimidad del partido Republicano (UNAM, 2006). Esta desemboca en el auge del partido Demócrata, que con Franklin Delano Roosevelt lograba una polarización más fuerte del partido. No obstante, a partir de 1950 comienza una alternancia equilibrada entre los dos partidos.
En efecto, esta tendencia histórica demuestra que desde 1856 no han existido partidos diferentes al Demócrata y al Republicano que hayan alcanzado relevancia tal o que por lo menos hayan logrado inmiscuirse con fuerza en el ámbito político y electoral.
Sin embargo, existen otros factores del diseño institucional que también terminan afianzando el bipartidismo estadounidense. Ejemplo de esto son la ley federal de financiamiento y la Comission on Presidential Debates.
El financiamiento electoral estadounidense esta diseñado para que las grandes contribuciones provengan del sector privado (Federal Electoral Comission, 2016), lo que hace que sea muy difícil que partidos diferentes a los tradicionales, reciban dinero alguno o por lo menos equiparable a los arsenales económicos obtenidos por el GOP o el Demócrata. Por ejemplo, en lo que va corrido de la campaña presidencial de 2016, el Partido Republicano ha recibido 296 millones de dólares de un total de 340 por cuenta de los privados (Federal Electoral Comission, 2016), mientras que el Partido Demócrata ha recibo de los 369,7 millones de dólares, 352 por parte de donaciones privadas.
Por su parte, en 1987 los partidos miembros del duopolio deciden crear una Non Profit Organization bajo la figura de firma privada, para establecer la forma en que deben darse los debates presidenciales en Estados Unidos (Comission on Presidential Debates, 2015). Como bien expone Jacques Gerstlé, las campañas electorales revelan los rasgos relevantes de la comunicación política, ilustrando la efectividad de la interacción entre los medios y sus usos publicitarios e informacionales para construir una realidad política (Gerstlé, 2005). Esto se ve reflejado con el papel de la televisión, y más específicamente de los debates televisados que tomaron un lugar prioritario en las campañas, desde 1952 cuando la televisión llego a todo el territorio estadounidense (Gerstlé, 2005). Por tal relevancia es que se crea esta firma, que en últimas termina siendo una fachada para mantener el monopolio y control sobre los debates presidenciales televisados. Esto se demuestra, con que la Comission on Presidential Debates tiene como política, que solo aceptará en los debates, a los candidatos que tengan como mínimo 15% de apoyo en las 5 encuestas más importantes del país (Comission on Presidential Debates, 2015), porcentaje que sólo es alcanzado por miembros del GOP y el Demócrata.
Tan fuerte es el bipartidismo en Estados Unidos, que en el país existen Estados con una tendencia política claramente definida. Estos son los famosos Estados Rojos y Azules, siendo los primeros los fieles votantes republicanos y los azules los que siempre votan demócrata. Parte del primer grupo están Montana, Idaho, Utah, Dakota Norte y Sur, Kansas, Oklahoma, Alabama, Carolina del Sur entre otros (USembassy, 2012); mientras que Estados como California, Nuevo México, Illinois son típicamente azules (USembassy, 2012). Sin embargo, existen otros Estados con ciertas tendencias menos claras, y otros más volátiles, que son catalogados como “swing States” o Estados morados, hacia los cuales realmente son enfocadas las campañas, al no tener un electorado definido. Parte del primer grupo por el partido Republicano están Estados como Texas y Nebraska (USembassy, 2012), y por el Demócrata como Orange (USembassy, 2012). Dentro de los famosos “swing States” están Luisiana, Florida, Nevada (USembassy, 2012), entre otros.
Por todo lo anterior, es evidente que el diseño de la ingeniería electoral estadounidense es bipartidista, cerrado y ancestral, y poco permite la entrada de nuevas fuerzas electorales. Es bajo este difícil panorama que el Tea Party ha buscado influir y acceder a la esfera política, lo que hace que el movimiento recurra a estrategias diferentes a la de consolidarse como un tercer partido.
Por lo tanto, como se demostró en las elecciones de 2010 y 2016, el Tea Party se adhiere al partido más afín a su ideología, que en este caso es el Republicano.
La fuerza de este movimiento social y político surgido en 2008, materializada en su poder mediático, la fuerza de sus movilizaciones y los resultados en las elecciones electorales han terminado por radicalizar y polarizar el GOP (Abramowitz, 2012).
Prueba de ello, son las contribuciones logísticas y económicas hechas por dos organizaciones adscritas al ala más conservadora del partido Republicano, con el ánimo de polarizar al partido apoyando al Tea Party (Abramowitz, 2012). Una de estas organizaciones es Freedom Works, organización creada desde 1984 y con más de 6 millones de adeptos, bajo el lema “Government fails, freedom works”, busca mantener valores cercanos a los conservadores y fundacionales como un gobierno pequeño, bajos impuestos y mayor libertad económica (Freedom Works, 2014). La otra, es Americans for Prosperity, grupo creado en 2004, con el fin de proteger el “american dream” basándose en los principios de libertad, propendiendo por bajos impuestos, baja regulación y prosperidad para todas (Americans for Prosperity Foundation, 2015).
Con la cooperación recibida por estas organizaciones, el movimiento fue organizándose más así como fue adquiriendo mayor credibilidad y apoyo dentro de las élites y los lideres (establishment) del partido (Savage, 2014). Esto, puede demostrarse con la polarización del partido, acelerada a partir del 2008, como bien lo expone la siguiente gráfica.
Según la misma Agencia Nacional para los Estudios Electorales, 45% de quienes se identifican como republicanos y 63% de los republicanos activistas y fuertes, se describen como “supporters” del Tea Party (Abramowitz, 2012).
Otro de los síntomas de la radicalización del Partido Republicano como consecuencia del auge del Tea Party, es el apoyo a la candidatura de Ted Cruz, miembro abierto del movimiento, quien en últimas logro consolidarse como el candidato del establishment. Sus radicales propuestas, como el aumento de las restricciones a inmigrantes ilegales, como la eliminación del ObamaCare, como la reducción de los impuestos, y como la eliminación de 5 Ministerios (Educación, Energía, Comercio, Vivienda y Desarrollo Urbano), evidencian el corte libertario y de principios fundacionales (gobierno federal limitado y bajos impuestos) de Cruz (Ted Cruz, 2016).
Tal fue su fuerza, que el candidato del Tea Party salió victorioso en los Estados típicamente republicanos tales como Oklahoma (34,4% que equivale a 15 de 40 delegados), Utah (69,2% llevándose todos los delegados), Idaho (45,4%, equivalente a 20 de los 32 delegados), Wisconsin (48,2% obteniendo 36 de los 42 delegados), Kansas (48,2% con 24 de 40 delegados) y Alaska (36,4% equivalente a 12 de 28 delegados) (CNN, 2016).
Finalmente, la evidencia proporcionada permite concluir que, el Tea Party no refleja ningún desajuste del sistema bipartidista estadounidense. Por el contrario, es la prueba de la falta de oportunidades proporcionada por un sistema electoral y de partidos ancestral, cerrado, tradicionalista y sólido.
A pesar de no representar las diferentes reivindicaciones de la sociedad estadounidense, el duopolio del Partido Demócrata y Republicano es un laberinto sin salida, donde el único rescate podría ser proporcionado por una fuerte reforma al diseño constitucional de las instituciones electorales en Estados Unidos. Dicha opción, es poco factible cuando desde la misma fundación de la nación, la Constitución ha sido pocas veces reformada y más cuando el establishment de ambos partidos sigue controlando las instancias políticas, desde el Congreso hasta los estrados judiciales (UNAM, 2006).
Si bien, el Tea Party demuestra el descontento por el alejamiento de los principales pilares de la sociedad estadounidense, la rigidez proporcionada por un sistema de mayoría simple beneficioso de un bipartidismo, la ley de financiamiento de campaña y organizaciones como Comission on Presidential Debatecomo, han impedido que el movimiento se transforme en un partido político fuerte.
La pérdida de la coherencia entre las instituciones informales y formales, las extralimitaciones y el agrandamiento del gobierno federal, el aumento impositivo junto con un mercado restringido y altamente controlado, son los principales cuestionamientos de un movimiento político y social que reivindica la restitución de los verdaderos valores de Estados Unidos.
A pesar de los obstáculos impuestos por la configuración del sistema electoral, el Tea Party ha tenido tanta acogida a nivel mediático, movilizacional e incluso político, que han llegado a inmiscuirse en la política bajo el ala republicana. Los cuestionamientos sobre el alejamiento de los valores de los padres fundadores, han cobrado tal importancia, que después de años de ausencia, el Partido Republicano comienza a tener más fuerza, justo en el momento en que más se ha radicalizado (Alexander, 2011). Prueba de ello, fueron los escaños obtenidos en el 2010 que le otorgaron la casi mayoría del órgano (Alexander, 2011), así como el empuje que han tenido candidaturas con ideales radicales, próximos al Tea Party, como lo fueron la de Ted Cruz y la del actual candidato Donald Trump.
Por lo tanto, por más ingeniera electoral que exista para impedir la intromisión de nuevos partidos, esta ha sido poco eficiente para paralizar la intrusión de un nuevo movimiento, que claramente se ha convertido en una fuerza política y electoral de gran peso y causante de la polarización y el auge del conservatismo republicano. Cabe entonces preguntarse, si un candidato como Donald Trump, que si bien no es parte del Tea Party encarna su filosofía, puede alcanzar la Casa Blanca o si el mismo establishment por medio de manipulaciones institucionales, impedirá la permeabilización de estos ideales, encarnados en Trump.
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[1] Término informal que hace referencia a los estadounidenses verdaderamente blancos, con ascendencia británica directa y de religión protestante.
[2] Partido Republicano
[3] Zona industrializada, urbana, heterogénea y abolicionista (UNAM, 2006).
[4] Consolidar las 7 tasas de impuestos progresivos a personas naturales, en un gravamen único del 10% sin importar el nivel de ingresos (regresivo) (Ted Cruz, 2016)