Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales

4 de octubre de 2016

Hay que ir con calma

Por: Santiago Rico Valdés

La firma de los acuerdos que ponen fin al conflicto armado con la guerrilla más antigua del mundo no significa “Paz” como inteligentemente nos quieren hacer creer. Por supuesto el 26 de septiembre marca un antes y un después en la historia de Colombia pero es algo más simbólico que cualquier otra cosa. Los problemas del país van muchísimo más allá, aunque es innegable el alivio que se siente al tener una carga más liviana.

Decir que se firmó la paz es algo tan estúpido como afirmar que vamos derecho al “Castrochavismo”. En primer lugar, porque la paz no es algo que se firme, es algo que depende de cada uno y no está condicionada por la firma de Santos (de quien ya habrá tiempo para hablar) y ‘Timochenko’, de quien, bueno, me acuerdo de Valderrama hablando de Toloza. Y en segundo lugar, porque el argumento del “no” sobre el castrochavismo solo se lo puede creer alguien que voto por Santos en 2010 porque Uribe le dijo o por alguien que confunde las privatizaciones venezolanas de multinacionales con la venta de Isagen.

En cuanto a los argumentos, si uno es completamente racional, sería mucho más fácil votar por el no. Conozco muchas personas que con argumentos demuestran las evidentes flaquezas del acuerdo, tal vez los argumentos más sólidos no los comparta porque los considere meras cuestiones morales e intrascendentes aunque así mismo tienen razones que son innegables, los famosos sapos, por lo cual es muy respetable su posición. Por el lado de los del sí, la cosa no es mucho más clara. A cualquiera que le pregunte si quiere paz, obviamente dirá que sí, desde el Ex procurador Ordoñez, hasta Gustavo Petro, pasando por los santistas y los uribistas más acérrimos. Esa ha sido hasta el momento la movida clave del gobierno para terminar de catapultar a Santos a su anhelado Nobel de Paz, que aunque no es garantizado, no sería ni siquiera una opción para alguien que sin su apellido y en otras circunstancias, no se hubiera destacado en nada en toda su vida.

Sin embargo, pese a que la gran mayoría de colombianos tenga, justificadamente, a Santos en un mal concepto, creo que el tiempo demostrará que fue tan necesario como lo fue Uribe en su momento. Si no hubiera sido por el gobierno de Álvaro Uribe, quien tiene cosas buenas y malas como todos, las FARC se hubieran terminado de tomar las zonas rurales del país (es decir prácticamente el país) como consecuencia del gobierno de Pastrana (otro que sin su apellido no hubiera acabado el colegio). También es cierto que si no fuera por el gobierno de Uribe, bien o mal, las Autodefensas se desmovilizaron. Gústele a quien le guste, el tiempo pondrá a Santos como el presidente que terminó el conflicto con las FARC, así como Uribe quedo como el presidente que les permitió a los colombianos volver a transitar las carreteras.

En la práctica, las diferencias entre Santos y Uribe son menos que las cosas que tienen en común. Que eso este mal o bien, depende de lo que interprete cada uno. Lo realmente importante es lo que viene más adelante, el voto. Desde que se hicieron públicos los acuerdos, los colombianos tienen 38 días para leer 297 páginas de un verdadero ladrillo que los más expertos juristas nacionales redactaron en sesiones de hasta 72 horas, según Juan Carlos Henao. Por contradictorio que suene, más del 80% de los colombianos dice que va a leer los acuerdos en un país que tiene un promedio de menos de dos libros leídos al año. Así somos en este país.

Todo esto permite inferir lo evidente, tal como menciona el Dr. Francisco Barbosa en su columna en El Tiempo titulada “La paz de Abad Faciolince y Janne Teller”, el voto del próximo 2 de octubre será un voto de emoción. El positivismo contra el pesimismo, así de fácil. Por lo menos yo no conozco un caso de sensatez absoluta, todos y cada uno de los colombianos tiene una pizca o mejor, una cucharada sopera de doble moral. Pensamos en nosotros, en nuestra familia y como nos afecta cada paso que damos, dejando para después al prójimo. Tarde o temprano los argumentos se acaban, de ambos bandos y no queda más que considerar que lo que sentimos es lo correcto.

Personalmente voy a votar por el sí, lo que no me hace ni más ni menos que alguien que vote no. Sencillamente tengo lo que el Dr. Henao menciona como una presunción positiva hacia lo que viene, pues si las cosas salen bien, seguiremos en la senda para vivir algo nuevo, algo que no hemos vivido ni yo, ni mis padres, ni mis abuelos, un país sin esa plaga armada que en algún momento llego a ser parte del paisaje, algo banalizado. Y si las cosas salen mal, pues seguimos como veníamos hasta ahora y la vida sigue. Finalmente, estos acuerdos no son la solución a los problemas del día a día de muchos colombianos que siguen sin tener acceso a la salud, educación y aunque parezca muy lejano, tres comidas al día.