20 de septiembre de 2017
Hablemos de sexo, hablemos de pornografía
Por: Nathalia Alexandra Acero Pérez
Sexo, pene, vagina, clítoris, condón, masturbación, penetración, coito, semen, menstruación, pornografía, entre otras cosas obscenas… ¿Obscenas? Sí, son obscenas por la expresión de asombro, repugnancia o gracia que usted, el lector, probablemente acaba de realizar. Pero si bien tomó con normalidad cada una de ellas, es conveniente felicitarlo, hace parte del pequeño porcentaje de la población al cual el sexo y todo lo relacionado con él, no representa un tabú. Ahora bien, es hora de entrar en materia: El sexo, aunque ventilado y reivindicado en la actualidad, sigue siendo tema controversial, exógeno y hasta penoso. Es por ello, que la misma contemporaneidad se hace menester de herramientas que permitan una adecuada educación sexual, íntegra en cada uno de sus componentes, en la que hablar de sexo no sea sinónimo de tabú. La educación sexual debe difundirse de tal manera que no sea difícil de entender, que pueda llegar a todos fácilmente y que asimismo genere interés. Entonces, en ese orden de ideas ¿podría convertirse la pornografía en un mecanismo de educación sexual?
Las mentiras del porno
Incrementar el consumo de imágenes pornográficas implica el aumento del deterioro de las conexiones entre el cuerpo estriado y la corteza prefrontal del cerebro, la que controla el comportamiento y la toma de decisiones, afirman investigadores del Instituto Max Planck para el Desarrollo Humano en Berlín. Por lo tanto, en términos de la medicina neurológica ver pornografía sería perjudicial para la salud cerebral, esto sin mencionar lo efectos sociales que ha tenido la pornografía en cuanto a la concepción del acto sexual: “El porno es una fantasía, pero algunos no lo entienden y mezclan la realidad con la ficción” afirma Michael Castleman, experto en sexo y bloguero del portal web de Psychology Today. La pornografía crea falsas expectativas en cuanto a la forma de tener sexo, generaliza el acto muchas veces de manera grotesca y hasta repugnante; miente con los estereotipos físicos de la pareja que realiza el acto, asumiendo las medidas perfectas para la mujer y el cuerpo marcado del hombre. Muestra una falacia en cuanto a los genitales, el masculino siempre “grande, largo y ancho” y el femenino de un tono uniforme, libre de vello púbico, estéticamente perfecto a la vista. Vende la idea de placer mutuo, pero en la realidad parece un producto hecho, en exclusiva, para hombres. En ese sentido ¿cómo podría llamarse herramienta de educación sexual a un contenido que miente acerca del sexo?
Los beneficios pornográficos
La pornografía motiva a estímulos sexuales que propician el acto en pareja o la masturbación, lo que lleva a un reconocimiento del cuerpo del otro y del propio, rompiendo de alguna manera con el tabú que lleva el acto. “El porno es un educador sexual por naturaleza, porque nosotros replicamos lo que vemos ahí” (Omaña, 2017). Y si bien es cierto que el porno ha usado un mal patrón para ejemplificar el sexo, no significa que no pueda implementarse como herramienta de educación sexual. El hecho de ser un medio audiovisual facilita la atención del público en general, en especial la de los jóvenes, quienes son los mayores menesteres de dicha educación. Además de ello, dentro del contexto pornográfico está surgiendo la propuesta del posporno: “El posporno es el porno no convencional, que involucra nuevos cuerpos… es una historia que contar en la pornografía” (Omaña, 2017), una nueva apuesta del porno que muestra al sexo, al cuerpo y en específico a los genitales en su estado natural, en un estado real que podría hacer del porno la verdadera herramienta para educar y ser educado sexualmente.
¿Qué hacer?
Este tipo de temas que implican un cierto nivel de desnudez no solo física sino mental hacen que en algún momento de la existencia humana sean vistos como tabú. Ahora bien, hacer de la pornografía una herramienta para la educación sexual podría traer grandes beneficios no solo en términos de placer, también en la concepción social de sexo y su verdadera relación con el amor y la sexualidad, pero es una tarea que claramente no depende en exclusiva de aquel que produzca y desarrolle el contenido, también va de la mano con el consumidor, que más allá de saciar sus ganas carnales de sexo debe entenderlo como una conexión y una oportunidad de explorar y ser explorado. Sin embargo, de las palabras a la realidad hay una brecha muy grande y asumir a la pornografía como un medio para la educación sexual podría chocar drásticamente con dogmas morales, religiosos y hasta estéticos, ¿qué preferiría encontrar usted en un contenido pornográfíco?, ¿en verdad estaría dispuesto a ver pornografía de un discapacitado?, ¿encontraría agradable o al menos beneficioso un acto sexual con vello púbico? La educación sexual necesita mucho más que un cambio meramente estético, requiere de una transformación estructural del pensamiento social que va desde la información de este artículo, hasta las conclusiones e incluso gestos de asombro o pena que usted, como lector, realizó al leerlo.