25 de abril de 2018
¿Dominación o desarrollo?
Por: Juan Bautista Pavajeau
Desde la creación oficial de las Naciones Unidas, la palabra “desarrollo” se ha vuelto protagonista en el escenario internacional; los objetivos de la organización, el actuar de los actores internacionales, y el propósito de la cooperación entre países giran en torno del desarrollo del “tercer mundo”. Sin embargo, más de 70 años de esfuerzos con pocos resultados demuestran que se ha tenido un concepto erróneo de lo que es el desarrollo. Además, es posible preguntarse si el desarrollo ha sido, de alguna u otra manera, una medida para asegurar la dominación europea y norteamericana sobre “el tercer mundo”.
El fracaso del desarrollo clásico
Tras la descolonización de los territorios europeos en África y Asia, las potencias europeas han manifestado como prioridad de su agenda internacional, la cooperación para el desarrollo de los países “poco civilizados”, como los calificó en un principio la Carta de las Naciones Unidas. De hecho, la política exterior de las potencias económicas se ha enfocado en introducir el desarrollo como una necesidad para los países que en algún momento fueron sus colonias.
Es importante resaltar que el desarrollo es el proceso que busca el máximo bienestar para la totalidad de los ciudadanos de un país. Sin embargo, el término, según la concepción que los europeos introducen a finales de los años cuarenta, se iguala al crecimiento económico; se considera que el desarrollo consiste en la maximización de producción y consumo de bienes. Es decir, la comunidad internacional ha optado por un concepto de bienestar meramente material.
El mayor problema con la concepción del desarrollo clásico es que propone la imposición de modelos espejistas; se busca que los países subdesarrollados recreen en sus territorios modelos económicos y sociales a la imagen y semejanza de Europa y Estados Unidos. Sin embargo, la adopción de dichos modelos no ha mostrado mayores resultados, teniendo en cuenta que la comunidad internacional lleva más de setenta años centrando sus esfuerzos en garantizar el bienestar universal, y aun así, el 80% de la humanidad vive bajo la línea de la pobreza establecida por la ONU.
Además de las alarmantes cifras de pobreza, y el hecho de que menos del 10% de los países “tercermundistas” hayan logrado los objetivos del desarrollo planteados a finales de los años cuarenta, se encuentra una tendencia en los países con bajos índices de desarrollo: generalmente son altamente dependientes de potencias económicas. Cabe resaltar que la mayoría de las economías emergentes africanas y latinoamericanas son, de hecho, absolutamente primarias y dependen de la extracción de recursos naturales, de manera que sus economías, son meramente estables y poco competitivas en el mercado internacional; dependen de los compradores desarrollados que adquieren las materias primas a bajos precios, y luego las revenden transformadas a los países con bajos índices de desarrollo por un precio mucho más elevado.
Bajo esta dinámica económica es imposible que los países con bajos índices de desarrollo lleguen a igualar económica o competitivamente a los países en la cúspide económica. Además, los actores desarrollados conocen esta realidad y la aprovechan para garantizar el éxito de sus sistemas económicos; en la medida que no hayan competidores en el mercado internacional, no existe riesgo de que aquellos que se encuentran en la cúspide del poder, pierdan el control económico. De esta forma, la imposición del concepto europeo del desarrollo ha fallado, puesto que imposibilita el empoderamiento de los países subdesarrollados y permite que se mantenga la hegemonía económica de Norteamérica y Europa en el mundo.
Replanteando el desarrollo
Setenta años de esfuerzo constante es tiempo prudencial para solucionar los problemas que trata de sobrepasar el desarrollo como la pobreza, los conflictos armados, entre otros. Por lo tanto, se evidencia que las fórmulas para acabar con el subdesarrollo han sido pocos efectivas, puesto que se comprende una definición incorrecta de lo que realmente es el desarrollo.
Primero, el desarrollo debe comprenderse como un concepto íntegro, un concepto que involucra a todos los componentes que construyen un país: la cuestión política, humanitaria, la cultura, el medio ambiente y la economía. En pocas palabras, el desarrollo es el proceso mediante el cual un país logra articular de manera eficiente todos los aspectos que lo componen, y a través de ellos, garantizar el máximo bienestar a sus ciudadanos.
No obstante, se debe considerar que el bienestar no se puede limitar a una cuestión material. El bienestar es la satisfacción de las necesidades primarias; es el respeto por las libertades individuales y colectivas; por los derechos humanos; es garantizar el acceso a las oportunidades; es brindar espacios adecuados para la innovación y la realización personal; es la oportunidad de vivir en un ambiente sano y limpio. En general, el bienestar es brindar los espacios para lograr el máximo nivel de prosperidad posible para un individuo sin comprometer el bienestar de los demás, tal como lo menciona Vilfredo Pareto.
Cabe resaltar que que no existe una fórmula universal para lograr el desarrollo mundial; cada país tiene procesos sociales, características geográficas y aspectos culturales distintos, de manera que cada país debe adoptar su propio modelo de desarrollo, teniendo en cuenta sus características y necesidades específicas. Entonces, se debe eliminar la práctica del espejismo en el desarrollo, pues que en Europa y Estados Unidos haya funcionado una fórmula para garantizar el bienestar a sus ciudadanos, no garantiza que el mismo proceso pueda llegar a funcionar en todo el mundo.
Por lo tanto, es hora de que los países cambien la noción de desarrollo que han adoptado por los últimos setenta años; ha llegado el momento en que la nueva generación de líderes reconozca que el mundo no se puede limitar a una concepción europea del desarrollo, ya que se ha demostrado que la fórmula no conduce a la prosperidad de los pueblos. Es necesario que cada país se plantee hacia dónde quiere proyectarse en el futuro, y que cada cual, según sus propias características e intereses, desarrolle sus fórmulas hacia su propia concepción de desarrollo. Así, se acabará el establishment de dominación y por fin, tal como se planteó en la Conferencia de Bandung, “demostrarle al mundo que ha llegado la hora del tercer mundo”…
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Escobar, A. (1998). La invención del tercer mundo. Bogotá: Editorial Norma