28 de enero de 2019
Desarrollo en Colombia: El porvenir de la cultura en el 2019
Por: Laura Camila Beltrán Rodríguez
“El progreso y el desarrollo son imposibles si uno sigue haciendo las cosas tal como siempre las ha hecho”
Wayne Dyer
Antes de hablar de lo que puede ser, es pertinente hablar de lo que ha sido. En términos de cultura, es poco lo que puede mencionarse hasta este punto del partido. El problema no ha sido la evasión del tema en las diferentes agendas presidenciales, sino la falta de atinencia de las políticas con la verdadera idiosincrasia que prima en el país. La otra cara de la cultura que impide el desarrollo es la que no se ha abordado con la atención necesaria, lo cual ha dificultado paulatinamente la tarea de impulsar la cara que sí se quiere mostrar.
Vale la pena recalcar la incidencia de la Constitución de 1991 en la construcción de una nación más consolidada y más consciente de todos los sectores culturales que la componen. Una Constitución más garantista y más entregada al servicio de las personas, sin discriminación de tipo racial o étnica, que fue creada durante el gobierno de César Gaviria (1990-1994) y sirvió como medio de unificación, al menos en el papel, para un país separado tanto territorial como socialmente. En los gobiernos posteriores a Gaviria y anteriores a Uribe es válido resaltar la consolidación del Ministerio de Cultura en la administración Pastrana (1994-1998), pues las demás agendas presidenciales fueron ocupadas principalmente por el conflicto interno armado.
Posteriormente, la polémica “Era Uribe”, generadora de un fuerte amalgama entre amor y odio en la sociedad colombiana, estuvo compuesta por los dos periodos de gobierno comprendidos entre 2002 y 2010. Álvaro Uribe se enfrenta aproximadamente a 28 procesos judiciales en la Corte Suprema de Justicia, lo cual, aunado a los diferentes testimonios que le involucran en casos de corrupción y otros ilícitos, ha dejado en entredicho la transparencia de su gobierno. La repercusión de esta situación también se evidenció en el súbito incremento de la polarización política, la inconformidad social durante y después de su gobierno, el escándalo de los falsos positivos y todo ello acompañado de una administración cerrada y poco amigable en términos de Relaciones Internacionales. A grandes rasgos, no hubo una preocupación notable por la agenda cultural más allá de centros deportivos y promoción del arte.
Por su parte, el ex presidente Santos (2010-2018) marcó un hito sin precedentes en la historia colombiana. Desde el 2016 (año en que se firmó el acuerdo de paz), el crecimiento del presupuesto para la educación fue tres veces mayor al de defensa, este dato es muy diciente para un país que llevaba más de 50 años sumergido en la guerra. Pero, adicionalmente, adoptó políticas importantes entre las que se destacan la diáspora africana, el rescate de las tradiciones afro e indígenas, el incremento de presupuesto para festivales y demostraciones culturales, entre otras. Ello, sin mencionar el fortalecimiento las Relaciones Internacionales mediante la diplomacia cultural y la reconfiguración general de los vínculos con los países olvidados por la administración anterior. Además de la mejora en infraestructura que permitió avanzar en materia de conectividad del campo con la ciudad y, asimismo, dar un paso importante hacia la integración social.
Repensar la cultura, repensar el desarrollo: ¿Por qué no ha funcionado hasta ahora?
Ahora vale la pena preguntarse por qué los gobiernos anteriores a Santos no ofrecieron soluciones pertinentes a los problemas que la cultura ha presentado desde siempre y por qué, aunque el mismo Santos se encargó de ejecutar una agenda más atinente y detallada, esto no fue suficiente para manifestarse significativamente en términos de desarrollo.
Por un lado, es válido atribuir la falta de criterio en materia de desarrollo a una visión clásica del mismo. Los cánones del primer mundo fueron los acogidos por países como Colombia para ser implementados en las políticas públicas y más recientemente en los planes de desarrollo. Esa situación redundó en un estancamiento social y un crecimiento económico maleable, sujeto al gobierno de turno. Esto se evidencia con la perpetuación de la otra cara de la cultura, donde la institución de la informalidad y la falta de reconocimiento de las instituciones estatales hacen parte de la idiosincrasia de la sociedad colombiana.
Las distintas administraciones que han pasado por la casa de Nariño se rigieron por los dictámenes de crecimiento económico instaurados por los “gobernantes del mundo” y es algo que se mantiene incluso ahora. Organizaciones Internacionales como la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) se encargan de dar pautas para diferentes finalidades (cooperación, comercio, desarrollo, etc…), pero el modelo que proponen no discrimina entre las realidades específicas de cada país. Colombia es un claro ejemplo de ello, dadas todas las especificidades que se han explicado y que hacen que el contexto sea determinante a la hora de pensar en desarrollo.
Santos logró dar un fuerte y necesario empujón a la cara visible de la cultura mediante las acciones ya mencionadas y mediante el impulso de la industria artística nacional. De acuerdo al informe de gestión del Ministerio de Cultura para el 2017, el país invirtió más de 347 millones de pesos en proyectos culturales, con lo cual duplicó la inversión de la administración anterior. Esto se reflejó en el aumento significativo de producciones colombianas en áreas como el cine, por ejemplo. Entre 2010 y 2017, la cantidad de largometrajes producidos creció en casi un 400%, representado en 217 películas. Tan sólo en esta área los logros fueron grandes; para 2016, Colombia recibió su primera nominación a los premios Oscar en la categoría de mejor película extranjera con “El abrazo de la serpiente” de Ciro Guerra y, para el 2017, se rompió el récord con la mayor cantidad de películas nacionales estrenadas (47 en total).
Todo esto permitió dar una mejor imagen del país a nivel internacional, movió la industria interna, dejó ingresos monetarios e impulsó el arte en general y, aún sin mencionar la importancia de acciones como el proceso de paz, la arquitectura pacífica de sus discursos y el mensaje general de su gobierno, es mucho lo que Santos logró abarcar en materia cultural. No obstante, se mantuvo en la definición más ortodoxa de la cultura, por lo cual no se encargó de estructurar planes eficientes que unificaran la tradición con la idiosincrasia, la institucionalidad de la paz con la aversión a las normas y la visión del progreso con la falta de cohesión social y el estancamiento mental de los colombianos.
Nuevo presidente, mismos retos, ¿qué pinta ahora para la cultura en Colombia?
Por último, vale la pena preguntarse qué le espera al desarrollo del país a partir de este año. Esta tarea recae actualmente sobre los hombros de Iván Duque, quien cimentó unas bases interesantes con sus propuestas, al menos en lo escrito. A lo largo de su campaña, el actual presidente de Colombia se pronunció sobre la cultura y la forma en que esta potencialmente puede contribuir al desarrollo del país. Cabe recordar que Duque, junto con Felipe Buitrago Restrepo, elaboró “La economía naranja: Una oportunidad infinita”, que explica los postulados de esta corriente económica que surge en el Banco Interamericano de Desarrollo y que busca básicamente vincular la cultura a los sectores productivos con la finalidad de generar ingresos y, colateralmente, fortalecer la identidad cultural de la nación.
Su cartera cultural ofrece la creación del Fondo Nacional para la Economía Naranja con la creación de contenidos digitales, planea construir cerca de 14.000 centros SACUDETE (Salud, Cultura, Deporte, Tecnología y Emprendimiento) encargados de las específicas necesidades de cada región, propone la duplicación del PIB actual a partir del sector creativo, propone incluso una estrategia para luchar en contra de la piratería informática, no descuida tampoco la parte ambiental y en la categoría de familia y sociedad, aunque evita el tema de la comunidad LGBTI, abarca temas de equidad, de comunidades indígenas y afro descendientes, entre otras garantías hacia las minorías.
Si bien el análisis en términos de cultura que puede hacerse para el gobierno Duque es primario debido a que por ahora solo son propuestas, son varias las conjeturas que pueden extraerse de allí. Sus proyecciones son las más atinentes hasta ahora con la reiterada informalidad, con la preocupación por el realce de la pluralidad, con el impulso de la economía a partir del capital humano, con el apoyo al talento colombiano, con el fortalecimiento de la industria interna, con la creación de una consciencia ciudadana sólida y en general con la construcción de una identidad cultural mucho más fuerte. Este conjunto de cosas compone un diagnóstico más real de la sociedad colombiana y utiliza la cultura como motor del emprendimiento y como materia prima del desarrollo.
Pero si bien esto promete mucho, no pueden olvidarse los aspectos no escritos. Hasta ahora, el gobierno Duque se ha enmarcado en un panorama de escándalos que van desde resentimiento social por su partido político y la conexión del mismo con el ex presidente Uribe, hasta los incesantes cuestionamientos en materia de corrupción que involucran a su gabinete. Ello, sin mencionar su incumplimiento en cuanto a la carga impositiva que presuntamente asumirían los colombianos. La decepción para la clase media-baja que votó por él, al entender lo que la nueva ley de financiamiento significaría en términos tributarios, fue determinante para el descontento que repercute hoy en día. Así, quedan aún varios cuestionamientos y pocas certezas: ¿Será Duque el personaje correcto para portar la bandera de la cultura?