19 de octubre de 2018
Replanteando el desarrollo: una crítica a ¿Dominación o desarrollo?
Por: Juan B. Pavajeau
“En ciertos momentos, la única forma de tener razón es perdiéndola” José Bergamín
Hace unos meses publiqué la columna ¿Dominación o desarrollo?, en la que manifiesto mis primeras impresiones sobre lo que entendía como desarrollo. Sin embargo, durante los últimos meses he tenido la oportunidad de profundizar mis investigaciones al respecto; he conocido a personas con posiciones políticas muy distintas, y he tenido la oportunidad de debatir mis ideas con un sinnúmero de personas. En efecto, este proceso me ha hecho reafirmar algunas de mis tesis, pero también, me ha llevado a cuestionar, e incluso cambiar algunas de mis posiciones iniciales. De manera que me he visto en la necesidad de escribir esta autocrítica de mi trabajo inicial para compartir el resultado de meses de profundización.
Replanteando el desarrollo y su enfoque
¿Dominación o desarrollo?explica que el desarrollo no debe entenderse como crecimiento económico sino como “el proceso mediante el cual un país logra articular de manera eficiente todos los aspectos que lo componen, y a través de ellos, garantizar el máximo bienestar a sus ciudadanos”. Si bien esta definición reconoce que en asuntos de desarrollo la mejora de la institucionalidad también es indispensable, perpetúa la noción clásica de desarrollo. Es decir, esta idea toma como premisa que el desarrollo es una tarea del Estado, mientras sus ciudadanos, reconocidos bajo una visión colectivista, solo serán beneficiados de sus resultados.
El problema de ver a los ciudadanos bajo una óptica colectivista es que se niega la existencia de individuos libres; se acepta que el individuo, su cuerpo y su trabajo, no son sino pertenencia del grupo. Por tanto, se le niegan sus derechos inalienables y se legitima que el grupo disponga de su vida bajo la premisa de que esto conllevará al mejor escenario social posible. Bajo estas premisas es que la Alemania Nazi, la Unión Soviética, y las dictaduras asiáticas justificaron los peores crímenes cometidos en contra de la humanidad. Una visión de desarrollo que asuma a los individuos desde una visión colectivista, además de ser moralmente incorrecta, también puede llegar a ser peligrosa. En este orden de ideas, es necesario cambiar la noción de desarrollo para situar al individuo como el eje central del mismo.
El desarrollo debe entenderse bajo la visión del economista Amartya Sen, quien sugiere que desarrollo es “la libertad que tiene una persona para cumplir sus objetivos y metas en la vida”. De manera que el progreso se convierte en una tarea del mismo individuo, para que él mismo logre mejorar su realidad. Así mismo, esta nueva visión del desarrollo implica que se cambie la visión clásica del Estado en tanto este es una institución humana y no un sobrehumano. Por tanto, se debe dejar de asumir al Estado como un ente regulador para ser entendido como un árbitro en las interacciones humanas. Tal como lo menciona el nobel de economía, Milton Friedman, el Estado debe cumplir únicamente tres funciones: proteger a los ciudadanos de crímenes en contra ellos mismos o de su propiedad, asegurar el cumplimiento de contratos entre las partes, y proteger las fronteras del país. Solo de esta manera se protegerá al individuo de cualquier peligro contra su integridad, y así, se logrará garantizar el mayor grado de bienestar para todas las personas.
Una fórmula para el desarrollo
Una de los principales argumentos que se exponen en ¿Dominación o Desarrollo? es que no existe una fórmula universal para lograr el desarrollo puesto que cada país tiene una realidad social muy distinta a los demás. Sin embargo, tras meses de investigación, he concluido que solo existe una forma para lograr que cada individuo pueda realizarse según su propia voluntad, satisfaciendo de manera efectiva sus necesidades primarias y garantizando el respeto a su individualidad: el libre mercado, entendido como el laissez-faire, o la libertad de producir y consumir.
Esta fórmula ya ha sido probada en varios países y ha tenido resultados bastante alentadores. Según las investigaciones del Cato Institute, los países con mejor calidad de vida (Hong Kong, Singapur, Nueva Zelanda, Australia, Suiza y Canadá), son a su vez los países con mayor libertad económica del planeta. Este dato contradice el argumento que se presenta en la ya mencionado artículo sobre la necesidad de modelos económicos distintos para cada país, ya que cada uno de los países encontrados en el top ranking de calidad de vida y a su vez en el ranking de libertad económica, son países con realidades sociales y culturales muy diferentes, con características poblaciones extremadamente distintas, y están situados en espacios geográficos cuyas características son incomparables. De hecho, lo único que comparten estos países, además de los altos estándares de vida para cada uno de sus ciudadanos, es su modelo económico basado en las premisas del laissez-faire.
Igualmente, históricamente, la libertad de mercado ha traído consigo grandes beneficios para la sociedad. Por ejemplo, ha aumentado la riqueza de manera sustancial durante los últimos dos siglos; en 1820 solo 60 millones de personas vivían por encima del umbral de la pobreza extrema, hoy son 6.500 millones de personas. El sistema del libre mercado requiere un gran número de actores económicos libres para la producción y consumo voluntario de bienes, de manera que este ha sido uno de los pilares para grandes avances sociales como el ingreso de la mujer al mundo laboral y la abolición de la esclavitud. Gracias al libre mercado se han podido tener los mayores periodos de innovación de tecnologías que han mejorado la calidad de vida del humano, puesto que se ha empoderado la mente humana, la cual es la fuente inagotable de conocimiento, tal como lo mencionaría Schumpeter.
Así mismo, resultaría contradictorio hablar del empoderamiento de los individuos, el reconocimiento a la propiedad privada, de los derechos fundamentales, o inclusive de la misma libertad de expresión si se habla de la necesidad de restringir los mercados. Esto se debe a que negar el libre mercado es negar la autonomía de la voluntad, la naturaleza racional del Ser y la capacidad innovadora de los humanos. De hecho, cabe resaltar que los gobiernos más represivos, violentos y fracasados son aquellos que han tratado de centralizar y regular estrictamente las actividades económicas. De manera que si se desea una sociedad libre, donde pueda haber desarrollo, es necesario que haya libertad de mercado, o en palabras de Ayn Rand debe haber “capitalismo completo, puro, incontrolado, no regulado, laissez-faire. Con una completa separación del Estado y de la Economía del mismo modo y por las mismas razones por las que existe separación entre el Estado y la Iglesia”.
Solo renunciando a las medidas tradicionales (la donación de recursos a los países con bajos índices de desarrollo), para ser reemplazados por la implantación de una política mundial de libre mercado, y asumiendo una visión individualista de los humanos, será la única manera de lograr el verdadero desarrollo.