12 de septiembre de 2014
House of Cards: Cuando los malos triunfan en la televisión
Por: Juan Esteban Osorio
Obama lo reconoce como uno de sus programas favoritos. El Partido Comunista Chino lo muestra como un ejemplo de lo que es la corrupción del poder. House of Cards y su protagonista, Kevin Spacey se convirtieron en un referente del drama político por excelencia en televisión. Y sólo se transmite por suscripción online. ¿Por qué el éxito de Frank Underwood, el corrupto más simpático de la televisión mundial?
House of Cards, juego de palabras intraducible que literalmente quiere decir Castillo de Naipes, es la apuesta que hizo el portal de televisión online Netflix para posicionar sus propias series. Basada en un libro mediocre de un ex diputado inglés, fue llevado a la televisión británica en los noventa sin mayor relevancia, un drama soso y gris de los intríngulis de la política, que en Estados Unidos del 2012, se convirtió en el escándalo de ficción más importante de los dos últimos años.
La universalidad de la corrupción
La historia tiene algo de universal, y de ahí su éxito: los tejemanejes políticos planteados como un ajedrez con figuras reales. Underwood es un político mediano con ínfulas de grandeza; a pesar de ser firme candidato a ser Secretario de Estados, por una jugada en su contra termina como Vocero de las Mayorías en la Cámara de Representantes, algo así como el presidente de la cámara baja, en términos cercanos.
Underwood está casado con Robyn Writgh, una representación de Lady Mcbeth, que puede ser peor que su marido. Conforman un matrimonio armónico, con algunas licencias: si hay que ser infiel por el bien de la misión política de la familia, no hay lío; si hay que invitar al guardaespaldas a unirse a la fiesta nupcial, tampoco es un problema.
No tienen hijos, son cómplices, socios, mejores amigos, y obvio, compañeros en el crimen. Cuando el protagonista reconoce a alguien que “Jamás he mentido a mi mujer y no veo la necesidad de hacerlo” no hay un ápice de mentira en ello.
No es una serie de buenos muchachos. Él encarna el arquetipo del político corrupto, como se imagina la mayoría a un congresista promedio; ella, sorprende por su falta de escrúpulos y su capacidad de hacerle los coros a su esposo,
En una reunión informal en la Casa Blanca el presidente Obama le pidió a los ejecutivos de la productora que le dieran adelantos. Y cuando le preguntan qué piensa de la serie, el líder del mundo libre, no duda en contestar: “Ojalá en Washington las cosas se resolvieran así de fácil”.
La sinceridad por encima de la ilegalidad
El problema es que Underwood es uno de los tipos malos, realmente. No duda en abusar de su poder, de amenazar, mentir, aplastar, mandar a matar y si toca… cometer homicidios por mano propia. ¿Por qué entonces ese encanto? ¿Por qué el éxito y la glorificación de un corrupto? Porque es como si entre Superman y Lex Luthor, fuera Lex el ganador de todas las encuestas.
Sebastián Krieger, analista de televisión lo explica así: “En un mundo político claramente inmoral e inescrupuloso, un corrupto honesto, es una brisa de aire fresco. Lo que nos indigna pareciera que no fuera el delito, sino la mentira, la doble moral. Y el personaje que encarna Kevin Spacey es frentero: es un político sin hígado pero sincero. Y es simpático, divertido, y descarado. Y ferozmente inteligente. Todo eso lo hace encantador”.
¿Y el tema moral dónde queda? ¿Es suficiente con declarar que no hay ética en la Tv? ¿Es posible plantear a Frank Underwood como un Pablo Escobar anglo, como la idealización del villano por excelencia? Realmente hay diferencia. Krieger explica: “No. Cuando Escobar se convierte en un héroe se está negando una vida y una estela de horror, de sangre y de odio. Cuando es Underwood el protagonista, se ve cómo alguien traiciona a los bandidos de siempre, como se asumen los políticos; se trata casi de un caso de justicia poética”.
A pesar de esto, siempre queda flotando la idea de que los malos de la película se están quedando con el dinero, la chica y los aplausos. Y que la audiencia que los sigue, los sigue prefiriendo por encima de los héroes clásicos. La pregunta casi se cae de su peso: ¿Cómo recuperar a los buenos de antes?