28 de enero de 2019
2019: ¿Un paso más lejos del desarrollo?
Por: Juan Bautista Pavajeau
Como lo he manifestado en ocasiones anteriores, soy un gran amante de los valores liberales. No solamente encuentro en la libertad unos principios prácticos a los que debemos los mayores avances de la sociedad, sino que también encuentro en ella la máxima expresión de respeto a la vida humana. Mi admiración por este concepto, oficialmente aplicado en la realidad tras la Revolución de las Trece Colonias en los Estados Unidos, pero intensamente tergiversada por la Revolución Francesa, es tan intensa que me he tomado el atrevimiento de entender el desarrollo como libertad.
Si se realiza una breve lectura de la historia desde los orígenes de la civilización, es posible notar que el proceso evolutivo de los humanos ha consistido en la intensa búsqueda de la libertad, del reconocimiento y del respeto por los derechos individuales. Tras la caída del muro de Berlín y las respectivas enseñanzas sobre los inimaginables alcances de los modelos colectivistas, se esperaría que la tesis de Francis Fukuyama fuera un hecho: la humanidad finalmente ha aceptado el triunfo práctico y moral del liberalismo, por lo que las sociedades, finalmente desarrolladas, solo gozarían de los beneficios de este modelo.
Paradójicamente, en Colombia una inmensa mayoría disfrutamos de los avances de la modernidad como el internet, que jamás hubiesen sido posibles sin la libertad económica o las capacidades individuales en el proceso de innovación (postulados meramente liberales), y aun así, particularmente las nuevas generaciones, sienten un gran desprecio por el liberalismo y sus principios. Este tipo de contradicciones no solo demuestran que en el 2019 nos encontramos ante una coyuntura en la que los valores de la libertad se encuentran amenazados, sino, peor aún, nos encontramos ante un retroceso en materia de desarrollo en el que las ideas y las percepciones incorrectas de las personas están conduciendo a una renuncia voluntaria a la libertad y a la condición humana.
Podemos notar esta situación en varias creencias contemporáneas claramente reflejadas en los discursos políticos actuales, tal como la falta de respeto por la figura del individuo y la libertad de cada quien. Erróneamente, se ha legitimado el código moral del altruismo; se cree que los humanos deben vivir en función del sacrificio personal por el bienestar del grupo, y hemos llegado una situación tan crítica, que se llega al punto de calificar negativamente a alguien que abiertamente defienda sus propios intereses. Cómo lo mencionaría Ayn Rand, ante los ojos de los colombianos se iguala a un banquero y a un ladrón dentro de la misma categoría moral por el hecho de que el primero busca su propio bienestar. En otras palabras, se considera moralmente incorrecto que alguien sitúe primero sus propios intereses antes que los intereses del grupo, pues se le tilda de “opresor”, y “avaro”, entre otros calificativos; se acepta la premisa que aquel ciudadano que no pertenezca al grupo, es malo en su naturaleza. No obstante, no se tiene en cuenta que la suma de los intereses individuales conllevará al aumento del beneficio colectivo, tal como lo demuestra la evidencia de regiones como Hong Kong, donde se sitúa primero el interés individual y tienen los mayores índices de calidad de vida y de libertad en el mundo.
Otra situación que me alarma profundamente son las opiniones, frecuentes en este nuevo año, frente al Estado y su rol en las garantías de los nuevos llamados “derechos sociales” pues son posturas que amenazan directamente la libertad y cualquier oportunidad de progreso. Tal como lo mencionaría Milton Friedman existen únicamente tres derechos fundamentales: la vida, la propiedad y la libertad. Su origen es el resultado de la racionalidad humana y las instituciones formadas por las interacciones humanas previas a la conformación del Estado. Resulta que sin alguna de estas, no es posible garantizar la vida en comunidad o la existencia de conglomerados humanos.
No obstante, un gran número de colombianos se encuentran a favor de transgredir los derechos de la libertad y la propiedad con el objetivo de financiar los aclamados “derechos sociales” como la educación, la vivienda gratuita y los subsidios. Teniendo en cuenta que un derecho por naturaleza es negativo (no requiere de la intervención de otro humano para su cumplimiento), si se plantea la realidad económica de estos derechos en términos coloquiales como lo realiza Axel Kaiser, “los derechos sociales son un mito, un derecho social es el derecho a la plata del otro”. Es decir, el planteamiento de los “derechos sociales” de por sí es una contradicción: su implementación de entrada requiere de la violación de los derechos de otras personas, sin mencionar todas las transgresiones de derechos que se cometen a lo largo del tiempo por garantizar los “nuevos derechos”. Sumado a ello, estas “nuevas victorias sociales” se asumen como prioridad del Estado, aumentando la presión injusta a los contribuyentes para otorgar beneficios a ciertos sectores de la sociedad.
La única explicación que los colombianos encuentran para justificar estos mal llamados “derechos” es que la constitución reconoce que a todo ciudadano se le debe garantizar educación, vivienda, trabajo, salud, acceso a servicios básicos y un sinnúmero de servicios. Pero me pregunto, ¿qué pasaría si el ordenamiento jurídico promoviera la persecución sistemática de individuos, tal como sucedió en la Alemania Nazi? ¿Los colombianos defenderían su “derecho” de vivir en un país sin ciudadanos “no deseados”? Este tipo de cuestionamientos solo me llevan a una conclusión: las leyes nunca serán generadoras de derechos, pero su contenido, tal como sucede hoy en nuestro país, sí puede amenazar la libertad.
Por otra parte, la negación a la defensa personal a través del control de armas de fuego; la idealización de dictaduras violentas y fracasadas como Cuba y Venezuela; el desprecio al sector privado mientras es el único generador de empleo, riqueza y bienestar en el mundo; la idealización del Estado como institución paternalista y garante de “derechos sociales”; las leyes de inclusión; el clamado deseo de repartición de la riqueza, entre muchas más ideas populares consideradas “políticamente correctas”, que están en contra del interés individual y son el resultados de “las victorias sociales”, demuestran que la libertad está amenazada más que nunca en Colombia. Además, es sorprendente encontrar la tendencia de miles de ciudadanos dispuestos a perder sus propias libertades para mantener un sistema que a largo plazo conlleva al fracaso económico y que son un peligro para la vida en sociedad. Entiendo que aparentemente estos planteamientos suenan bien y puede que estén llenos de buenas intenciones, pero recordemos a Friedman: “no podemos juzgar las políticas por sus intenciones sino por sus resultados”. En ese orden de ideas, si en el 2019 queremos que Colombia tome el rumbo del desarrollo, es hora de dejar los sentimentalismos sociales a un lado y apostarle a las ideas, que más de una vez, nos han llevado a la mejora de las condiciones de vida.