19 de agosto de 2015
Casa B: cultura y arte para la comunidad
Por: Julia Ladret
En el centro-oriente de Bogotá, en la carrera 2bis con 6d-30, una dirección que ya muchos bogotanos consideran sospechosa, una casa cultural reinventa las formas de “hacer comunidad” y lleva a cabo proyectos artísticos y culturales abiertos a todos. Belén es un barrio que queda justo después de una de esas “fronteras invisibles” características de Bogotá, esa que separa la localidad de la Candelaria bonita y turística, de la que todavía no está tan afectada por la multitud del Centro.
Es cierto que uno entra en Belén, y siente que es un “barrio, barrio”. Afectado como varios de Bogotá por los problemas de desempleo, de tráfico y de una cierta inseguridad. Pero también es un “barrio pueblito”, uno en el cual uno se entretiene con muchas relaciones sociales, con sus vecinos, aunque el tejido social se ha visto afectado por sus varias problemáticas. En fin, es de esos barrios estigmatizados en Bogotá que uno con decencia llamaría “popular”. Hay que caminar de día en sus calles empinadas, enredado por esas casitas de colores, en las cuales se reflejan el sol quemador de las altitudes de Bogotá, que también tiene un encanto: el encanto de los barrios vivos y auténticos. Este es el relato de una tarde en Casa B, el sueño de Belén.
En tal contexto, unos soñadores con los pies en el suelo decidieron invertir su tiempo y sus capacidades financieras, para llevar a cabo un proyecto para la comunidad de Belén, uno que tiene la ambición de llevarlos hasta un reencuentro alrededor de prácticas culturales y artísticas, destinado a todas las generaciones. Así nació, en 2012, la Casa B, una casa que se denomina como “un espacio de creación cultural y social”. Un proyecto nuevo, innovador, que como lo cuenta su co-fundador Darío Sendoya, tiene vocación de “crear una base de actividades culturales en el barrio, con los temas de las artes, de la memoria, y de la identidad del proprio Belén“. Casa B se creó con la ambición de devolverles a Belén y a sus habitantes el orgullo necesario a la creación de dinámicas positivas para su desarrollo. Gracias a la dedicación de sus fundadores como de los voluntariados que poco a poco se añadieron a la aventura, se formó un verdadero espacio, una casa abierta a los habitantes y a la realización de sus sueños. Relato de una tarde en sus muros y un poco afuera, con la energía de un proyecto social exitoso.
2 p.m.: La huerta de Casa B
Este jueves de sol quemador, entré en la huerta de la Casa B, un terreno al lado de la casa en donde me tengo que encontrar con una de sus voluntarios. Ya me impresionó el mural pintado de la fachada de la huerta, una obra del artista callejero “Guache” quién dejo su huella muy reconocible y típica de la Candelaria de figuras indígenas muy coloridas. Me instalo en este espacio semi-abierto, en el cual los voluntariados de Casa B animan talleres de agricultura y sesiones de cine al aire libre.
Mientras que Rebecca, joven voluntaria alemana de 21 años, está preparando el taller de agricultura, Nicole y Carmen, respectivamente de seis y siete años de edad, están chismoseando, sentadas en unas sillas de la huerta. “No tienes suerte”, me dice sonriendo Rebecca. Y agrega: “creo que son las peores de todos los niños que vienen en toda la semana”. Efectivamente, las dos niñas, a pesar de su tierna edad ya saben cómo actuar de manera rebelde y no quieren participar en el taller propuesto esa tarde. “Una excepción”, me asegura Rebecca. “Generalmente, todos los que vienen son adorables. Son niños increíbles y fueron los primeros que adoptaron a Casa B.” Por eso, los primeros eventos y talleres llevados a cabo por el equipo se dedicaron a ellos, a los niños de Belén. Hoy, jueves, el taller de agricultura ocupa la huerta de Casa B para seguir la plantación y el cuidado de las matas orgánicas que fueron plantados por los niños.
3 p.m.: “Plantar semillas para que no se pierda la cultura”
Con una hora de retraso – ¿Quién dijo que los voluntarios colombianos escapaban al crónico retraso de su pueblo?-, llega el segundo voluntario quien va animar el taller. Óscar tiene 21 años y es estudiante de biología en la Universidad Distrital. Me cuenta que quiere ser profesor de biología, y que no es el primer taller de este tipo que anima con niños. ¿Su meta? “Quiero que las últimas generaciones, las de esos niños, no se pierdan cosas. Que sepan sembrar semillas, cuidar unas matas, y conocerlas. Son partes de nuestra historia, ¡de nuestra gastronomía! Hay que mostrar que el campo, que es una realidad a veces tan alejada para ellos, puede incluirse en la ciudad”. Luego, me muestra lo que han plantado en la huerta: plantas aromáticas, vegetales comestibles, matas que protejan a las otras, ya es una huerta floreciente. “Ya hicimos hamburguesas de quínoa plantado en la huerta con los niños, funcionó súper bien”. Los mismos niños, con esa energía tan típica de los grupos de escolares, recién salidos de su escuela, están también llegando a la huerta, con risas y ánimo. Saludan a Rebecca y Óscar, unos más jóvenes de manera muy afectiva, saltando en sus brazos, y otros más discretos se dirijan inmediatamente a donde sus amigos. Todos no participan de manera igual en el taller; algunos se quedan charlando en un rincón de la huerta, relajándose después de sus clases. Rebecca no parece ofenderse por eso, siguen con el desyerbado de la huerta con unos dos niños juiciosos. “No estoy aquí para ser una profe para ellos, y pasar mi tiempo diciendo: “Eso sí, eso no”. Este es un también un sitio para que se diviertan, justamente tienen que sentirse libres, dentro de las reglas de convivencia que tenemos establecidos entre Casa B y ellos. Y generalmente, las respetan”.
4:45 p.m.: “Belén tiene talento”
Mientras que Carlos presenta a unas niñas curiosas las funciones tan útiles del “Señor Lombriz” para el compost, entra un visitante curioso en la huerta. Se presenta como artista y poeta, él viene a pedir informaciones sobre las convocatorias que Casa B tiene expuestas en la calle “Belén tiene talento”. Desafortunadamente, el evento en sí fue el pasado domingo, en el cual Casa B invitó a presentarse en la huerta cada persona con un “talento” artístico de cualquier tipo. Rebecca fue la organizadora principal de evento, y me cuenta qué tan conmovedor fue ver reunirse ese día tantas personas, para encontrarse en un ambiente de intercambio social y artístico tan diverso. “Vinieron niñas que hicieron un espectáculo de baile, varios señoras que cantaron, narradores de historias que celebraron la memoria del barrio… aun Jair, el joven drogadicto que siempre está parcheando en los alrededores de Casa B, hizo una canción de rap que nos dejó a todos impresionados. Fue muy bonito, porque logramos mezclar mucha gente diferente, y eso es para nosotros un objetivo importante”. Reconstruir el tejido social de un barrio tendiendo puentes entre sus generaciones, a eso aspira el proyecto de Casa B. Mientras que nuestro poeta se va mirando con interés el horno para pizzas artesanal de la huerta, me doy cuenta de la presencia discreta de una señora mayor de por lo menos 70 años que cultiva también, al lado de Carlos y de unos niños. Objetivo alcanzado.