29 de abril de 2015
El crimen de odio de Jonathan Vega Chavez: Un análisis del agresor de Natalia Ponce de León
Por: Gabriela Manrique Rueda & Daniel Del Castillo R
Después de un año del atroz ataque con ácido sulfúrico, perpetrado por Jonathan Vega Chavez contra Natalia Ponce de León, la presentación que hizo Natalia del libro El renacimiento de Natalia Ponce de León, de la periodista Martha Elvira Soto, vino a desvirtuar un montón de estereotipos, mitos e imaginarios construidos alrededor de su historia. Contrariamente a la imagen de una víctima ”enclaustrada” en su casa y completamente transformada, se presenta una mujer que no sólo siguió siendo ella misma[1]. Es una mujer fuerte y liderando la lucha contra los ataques con ácido en Colombia.
Natalia logró sobrevivir a un intento de homocidio. Los ataques con ácido son actos violentos mediante los cuales los agresores buscan dominar a sus víctimas, por medio de la quemadura del cuerpo, que viene a borrar la identidad física y a alterar la relación de la víctima con su propio cuerpo. En este caso, al ser perpetrado contra una mujer, es un acto de violencia de género. El agresor busca la dominación de la mujer por medio de su cuerpo. Sin embargo, Vega fracasó en su intento de dominar a Natalia, quien no sólo sobrevivió al intento de homicidio; la fuerza de su dignidad y el amor de su familia, así como el apoyo de todo un país, le permitieron seguir con su vida y reconstruir su identidad en un cuerpo transformado, volviéndose una líder en la lucha contra los ataques de ácido en el país. La historia de Natalia muestra que la vida puede cambiar de la noche a la mañana y que “esto le puede pasar a cualquiera”. Natalia revela la importancia de generar políticas de prevención que puedan ayudar a evitar nuevos ataques, en un país en el que, desde el 2008, se ha presentado un promedio anual de 160 ataques. Los ataques se presentan en contextos muy variados. 257 casos fueron perpetrados por desconocidos, 79 por vecinos, 71 por esposos y ex esposos, 23 son atribuidos a la delincuencia común, 49 en ámbitos colegiales y laborales y 18 por supuestos amigos[2].
Un crimen de odio
Aunque se han hecho esfuerzos por recoger las cifras, muy poca atención se le ha prestado al análisis de los agresores y de los contextos de victimización. Es necesario realizar estudios basados en metodologías cualitativas que permitan entender las trayectorias de radicalización de los agresores, para saber cuándo y cómo intervenir. En el caso específico de Jonathan Vega, existe muy poca información sobre su historia. Sin embargo, la información existente, difundida en los medios, que ha sido dada por conocidos de este hombre y por las mismas víctimas, muestran que en este caso, como en muchos otros, la hipótesis según la cual se trataría de un crimen pasional es muy poco convincente. Primero que todo es necesario aclarar una vez más, ya que sigue habiendo desinformación, que Natalia nunca fue novia de este hombre, ni amiga de él. Fueron vecinos y tenían amigos en común, pero no eran amigos. Si bien, Vega demuestra tener una fijación con Natalia, no existen indicios de que estuviera enamorado de ella. Aunque argumentó estar obsesionado, esto podría ser un mecanismo para sostener el argumento de la locura o de la drogadicción, propuestos por su defensa, a su favor. Por el contrario, las amenazas y acercamientos de él hacia Natalia, evidencian que la odiaba. Fue un crimen de odio. Los crímenes de odio están motivados por prejuicios y son perpetrados contra personas de grupos específicos, en este caso una mujer, restableciendo diferencias de estatus (Gomez, 2004[3]). Generalmente los grupos de personas hacia los cuales son dirigidos los crímenes de odio están definidos por la raza, la religión, la orientación sexual, el sexo, la etnia, la nacionalidad, la identidad sexual, la orientación política, la edad o la discapacidad.
La historia de Vega debe ser analizada dentro del contexto de los conjuntos privados del norte de Bogotá. Estos conjuntos ponen en interacción a personas de diferentes orígenes sociales, gente de Bogotá, con gente que viene de otras regiones, élites tradicionales y nuevas élites. En espacios sociales vigilados por celadores, entran y salen jóvenes de diferentes colegios privados, sus amigos, familiares y también gente de grupos de equipos de fútbol y de otros barrios. A pesar de compartir el mismo espacio social, estas personas tienen diferentes estatus sociales también. Aunque se conoce muy poco sobre la historia de Vega, se sabe de la ausencia de su padre, su madre vive en otro país y le manda plata. Fue criado por su abuela. Es alguien que está mal integrado a la sociedad. No terminó la carrera, no trabajaba, se la pasaba solo. La hipótesis que quisieramos proponer aquí es que el caso de Vega revela una masculinidad humillada y frustrada, en la que el género interactúa con factores de clase. Los trabajos sobre la masculinidad de Raewyn Connell (2005[4]) muestran la intersección entre el género, la clase y la raza en la construcción de la masculinidad. Vega es un hombre incapaz de conseguirse una novia, que es lo que exige el ideal de masculinidad dominante, acostándose con prostitutas[5]. Pero no sólo eso. Es incapaz de conseguirse una novia de su misma clase social y mucho menos una chica como Natalia, que tal vez sea lo que socialmente aprendió a desear. El ataque con ácido sería una forma de restablecer el estatus masculino, que está humillado, en la jerarquía de género. Al ser perpetrado contra una mujer, cumple el rol de rebajar a la mujer a un estatus inferior. Como en este caso la mujer contaba con un mejor estatus que él en la jerarquía de clase, el crimen la rebaja en la jerarquía de género, imponiendo la dominación de la masculinidad humillada sobre la mujer. El crimen está motivado por el odio y es el resultado de una serie de prejuicios de clase hacia la víctima y hacia la sociedad a la que pertenece.
La estrategia de la defensa
Las conversaciones que tuvo con su amigo revelan que el odio de Vega no era sólo hacia Natalia, como lo demuestra el ataque, sino también hacia la sociedad en la que creció. Vega odia el egocentrismo y el narcisismo, que según él, caracterizan a su grupo social. La hipótesis alegada por su defensa según la cual la esquizofrenia lo habría llevado a cometer el ataque, o se constituiría como un factor atenuante, es muy poco convincente. En primer lugar, no es seguro que Vega realmente tenga esquizofrenia. El oír voces no hace de Vega un esquizofrénico y aunque sí tiene problemas psicológicos, no es alguien que tenga una percepción alterada de la realidad. Alegar la esquizofrenia es más una estrategia de la defensa para favorecerlo penalmente. Al no ser, obviamente, este argumento lo suficientemente convincente, ahora están defendiendo la idea según la cual él estaría en un estado alterado de conciencia bajo efectos de la heroína, lo cual explicaría las supuestas voces y alucinaciones. Pero lo que hay que entender es que el crimen no fue la consecuencia de unas alucinaciones, ya fueran causadas por una supuesta esquizofrenia o por una adicción a las drogas[6]. El ataque es el resultado de muchos años de odio y resentimiento, basados en prejuicios de clase. Por eso mismo, estos argumentos no deberían ser tomados como criterios para una eventual reducción de la pena, ni mucho menos para sacar a Vega de la cárcel. Lo que debe primar, en este caso, es la protección de las víctimas (Natalia, su familia y amigos). Su caso se acerca más al de un miembro de un grupo radical, quien al estar mal integrado a su sociedad de origen, adopta un conjunto de prejuicios (de clase, de género, de raza) y se radicaliza hasta pasar al acto, que al de un enfermo mental. Se trata además de un ataque planeado que no responde a un ataque de locura.
La necesidad de prevención
Esto es importante también en términos de prevención. Natalia fue amenazada varias veces por Vega, las veces que le tiró el perro en el parque y cuando le dejó una carta a su mamá en la portería, inventándose cosas. En el contexto de estos barrios, estos conflictos tienden a resolverse de manera privada. Es importante crear conciencia para que la gente entienda el riesgo que pueden conllevar amenazas que a primera vista no se ven tan graves y ponga estos casos en manos del Estado. En el momento en que estas amenazas se presentan, el Estado tiene que prohibir que el agresor tenga cualquier tipo de contacto con la víctima y con cualquier miembro de su familia y amigos. Además de brindarle medidas de seguridad a la víctima, el Estado debió haber intervenido a Vega luego de estas primeras amenazas y encargarse de resocializarlo. Vega trató durante años de curar su adicción a las drogas y sus ”demonios” en instituciones privadas y el ataque con ácido muestra el fracaso de esta estrategia. El ataque muestra también el fracaso de la privatización de todo en Colombia. Después de las primeras amenazas, el Estado ha debido encargarse del caso de Vega y proteger a Natalia y no lo hizo. Como lo muestra Natalia, es importante restringir la venta de los ácidos y proteger a las víctimas por medio del encarcelamiento de los agresores. Pero también hay que tener en cuenta que estamos en una época en la que los Estados tienden a enfocarse en el control de los medios, más que en las causas, y el control de los medios, aunque necesario, no es suficiente.
En Colombia no existe una legislación específica para los crímenes de odio, a pesar de los graves problemas de discriminación que existen en el país. La violencia de género tiende a tratarse como un problema del ámbito privado, pero el aumento impresionante de los ataques con ácido muestran la necesidad de prestarle atención a la violencia de género, ya sea hacia hombres o hacia mujeres. La violencia de género es una interacción de dominación y está relacionada con problemas de estatus, en los que el estatus de género interactúa con el estatus social y racial. En este sentido, es necesario repensar las políticas públicas sobre los problemas de discriminación en el país, entendiendo la interacción existente entre las estructuras de clase, de género y de raza. Igualmente, es necesario pensar en cómo la privatización en Colombia ha contribuido a generar problemas de discriminación que tienen una incidencia en las relaciones de género, de clase y de raza, siendo los crímenes de odio, tal vez, la consecuencia más extrema.
Referencias El Libre Pensador:
[1] Blu Radio – No tendré la misma cara pero sí la misma esencia: Natalia Ponce de León
[2] Noticias Caracol – Desde 2004 en Colombia se denunciaron 926 ataques con ácido
[3] México Debate Feminista – Crímenes de odio en Estados Unidos. La distinción analítica entre excluir y discriminar
[5] Cartel Urbano – El Jonathan Vega que conocí
[6] Revista Semana – La siniestra estrategia de Jonathan