5 de marzo de 2017
Dejación de armas: un paso hacia adelante
Por: Felipe Arrieta Betancourt
Como colombianos estamos acostumbrados a las malas noticias, pocas veces nos podemos dar el lujo de salir con una sonrisa, o con algo de esperanza, después de una emisión de noticias de las 7 de la noche. Por fortuna, toda regla tiene su excepción, por estos días Colombia vive una; llegan noticias de los rincones más remotos del país, anunciando que el proceso de desarme de las FARC, contra viento y marea, ha iniciado.
El pueblo colombiano tuvo que observar impotente cómo el conflicto armado hizo naufragar los sueños de varias generaciones, que algún vez quisieron construir un país mejor; hoy, ver que el conflicto llega a su fin, me hincha el corazón de alegría, me mueve las entrañas y produce una gran emoción. ¡Qué emoción! Qué emoción tan desbordante poder vivir este momento, qué emoción saber que de mi generación miles de entusiastas por la paz nos movilizamos para hacer esto posible, qué emoción saber que, finalmente, hemos recuperado nuestro derecho a soñar.
Hace un par de años este escenario era prácticamente imposible, hoy le demostramos a quienes eran escépticos, (al mundo entero también), que los pueblos pueden ser artífices de su propio destino, y que ningún esfuerzo que se ha hecho por la paz de estas tierras ha sido en vano. Hoy somos ejemplo, hoy el mundo nos mira, y mañana, la historia nos sabrá dar un cálido reconocimiento.
La violencia sistemática y banal, nos ha dejado grandes heridas, tal vez la peor, fue la creación de una coraza que nos volvió inmunes al dolor ajeno, nos quitó la virtud de ponernos en los zapatos del otro y sentir su dolor como propio. Cuando miles de guerrilleros marchan con paso firme a la vida civil, esa coraza empieza a romperse, de repente, como sociedad volvemos a sentir empatía con quienes antes solo sentíamos odio y desprecio, así se destierra la guerra de nuestros corazones.
Ahora que nuevamente somos capaces de sentir, deberíamos preguntarnos qué siente una persona al dejar un fusil que lo ha acompañado por miles de noches; tal vez ese fusil, que tantas vidas enterró, ha sido el único “compañero” fiel que han tenido muchos miembros de las FARC. Muchos psicólogos afirman que las personas que son miembros de grupos armados, crean verdaderos lazos sentimentales con sus armas, razón por la cual, la dejación de estas, es todo un proceso, algunos incluso lo comparan con la pérdida de alguna extremidad. Es bello saber que empieza un proceso donde guerrilleros entregan a su “fiel compañero” dejando así atrás la arrogancia de las armas y abriéndole paso a la virtud de las palabras.
Como sociedad debemos estar dispuestos a remplazar el lazo afectivo que los excombatientes tenían con sus fusiles, para así conectarlos nuevamente con las personas. Fácil no es, ni será, ni nunca lo ha sido, pero cuando toda una nación, con ganas de pasar la página del dolor, decide emprender un camino hacia la reconciliación, logra romper los ciclos que habían perpetuado la violencia. ¡Ánimo Colombia!, porque esta todo por hacer, que suenen los tambores y salgan volando un par de mariposas amarillas, anunciando que nunca hemos estado tan cerca de romper las cadenas de odio como en este momento.
Atrevámonos a construir una nación donde todos tengamos un lugar, y sobre todo, donde todos quepamos en un abrazo.