1 de septiembre de 2017
“Todavía duele, duele…”
Por: Carlos Andrés Villegas Olarte
No les ha pasado que tienen a un amigo enamorado, el que está con un grado de felicidad empalagoso, que lo lleva a caminar sobre las nubes, y de la noche a la mañana se convierte en una insoportable piedra cuando su relación se termina. Esa dicha que pasa de un caluroso sentimiento de amor se convierte ahora en una angustia intolerable, la cual tenemos que soportar nosotros, las amistades más cercanas. De repente, esa dicha da paso a una desagradable sensación de pérdida, que es dolorosa, desanima, deprime y parece interminable por la persona que viven con la “tusa” y las que lo acompañan en su sufrimiento.
Todos nos hemos enamorado alguna vez. Mientras que algunos hemos visto cómo nuestro alrededor se inunda de este estadio, otros argumentan que el amor es ciego. Pero realmente el que tiene la culpa es el ojo sensorial de nuestro órgano sanguíneo, el cual instaura estrategias de persuasión, las cuales nubla nuestra voluntad de pensar racionalmente.
Antes de que los científicos empezaran a percibir la complejidad de la estructura y función del corazón, Antoine de Saint-Exupéry lo expresó así por boca de El principito: “Solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos”. Y aún antes, el sabio Blas Pascal ofreció al mundo su célebre enunciado: “El corazón tiene razones que la razón ignora”. Desde la sabiduría popular, Pedro Infante cantaba: “Corazón tú dirás lo que hacemos, lo que resolvemos, nomás quiero que marques el paso, que no le hagas caso, si la ves llorar”…
Sin embargo, si nos fijamos en las circunstancias, el corazón es el único culpable, ya que él envía señales a nuestro cerebro, quien transforma nuestros sentidos y nos hace reaccionar de modo inesperado. Pero recuerden que nada es eterno, el amor al igual que la vida tarde o temprano se extinguirá dejando una marca de vacío, la cual mostrará desespero y falta de energía. ¿Quién iba a pensar que el amor es un arma de doble filo?, cuando el amor finaliza, entra el ser humano en un estado de depresión, el cual se denomina colonialmente como la tusa.
Se estarán preguntando que es esa tal “tusa” de la cual nadie se salva, hasta la persona más fuerte, sufre de un corazón roto. La tusa es conocida por el sentimiento de despecho que tienen los enamorados al romper ese lazo de amor que juraban tener con sus parejas.
Tanto las mujeres como los hombres, los jóvenes y adultos hemos sufrido alguna vez de una tusa ¿pero por qué? Alguna vez se han preguntado cómo actúa este fabuloso virus que ataca a todos los géneros por igual, claro hay personas que logran soportar el virus mientras que otras se dan dolorosos golpes de pecho tras la ruptura. Es muy sencillo: imagine a un bebé con su juguete, en este caso con algo que quieren y repentinamente se daña o solo desaparece, es ese sentimiento de agonía que se percibe en la tusa.
Así que nadie puede negar que el desamor no discrimina el género, la raza, la altura, el peso, la belleza, la madurez del individuo, incluso, la edad también entra a este circo. No creamos que solo es exclusivo para las mujeres. De hecho, los hombres cuando enfrentan este dolor lo soportan abrazando las mieles de la creatividad romántica y la reconquista, solo para evitar esa insoportable agonía “soga al cuello” “el traguito de despecho”. Aceptémoslo, la tusa es universal, siempre responderá a la sensibilidad natural de los hombres y de las mujeres, a esa capacidad de entregarse de manera apasionada , a las quimeras que se formaron con los ojos abiertos, que rodearon ese sueño de amor: ¿les suena?… imposible que no, de hecho, nadie puede negar que ha pensado en esos finales de cuentos de hadas, un clásico cliché que nuestras pobres mentes deciden creer con este imposible mensaje que siempre escuchamos al final de las historias, “Y vivieron felices para siempre”, al mejor estilo de los hermanos Grimm. Esta típica frase que nos hacía suspirar cuando finaliza la historia o el sueño banal que tienen la mayoría de mujeres cuando dicen que esperan a su “príncipe azul”, a ese inconfundible caballero con reluciente armadura, que cabalgaba en su hermoso corcel blanco, empuñado una gran espada, el cual muta o se transforma— antes de la tusa—, por esa realidad de hombre joven y apuesto con buenas cualidades dispuesto a protegerlas. Lo más gracioso de la realidad es que el hombre promedio con el cual las mujeres conviven es el típico ogro y el que en realidad sería el príncipe es menospreciado o convertido en el mejor amigo ¿quién las entiende?, ¿no?…
Que tire la primera piedra quien diga que no se ha emborrachado con las amistades por el despecho que tiene o ha llorado, desconsolado como un bebe al finalizar la relación, imaginando al amor de su vida en brazos de otro(a), siempre nos preguntamos por qué nuestra retorcida mente cumple el objetivo de hacernos sufrir. Además ¿Quién no ha llamado a altas horas de la madrugada, dejando mensajes cursis y exagerados sin disimular el dolor? Y ni hablar de los incontables mensajes que dejan en el buzón de WhatsApp perdiendo la poca dignidad que conservan, sin un resultado favorable, pero haciendo más profunda la herida. ¡Maldita tusa!