28 de diciembre de 2015
Rumbo a la Gran Ciudad: ¿Qué es vivir en Bogotá?
Por: Maria José Sotelo
Estar en grado once implicó tomar una decisión importante que quizá tendrá repercusiones trascendentales para mi vida: enfrentarse a elegir un propósito, una misión, una carrera que determine y le dé un poco de luz a lo que será mi futuro no fue nada fácil.
Me sentí perdida y con mucho miedo pues parecía que mis compañeros sabían lo que querían y estaban claros en sus metas, pero al parecer yo no me conocía lo suficiente para elegir qué sería lo adecuado para mí.
Tenía miedo a fracasar en mi elección, pero cuando por fin encontré mi carrera me sentía completa, feliz y llena de ilusiones. Pensé que algún día yo sería quien cambie la historia de violencia, guerra y sufrimiento en mi país. Así pues, me apresuré a compartir mi decisión con mis padres. Elegí estudiar Gobierno y Relaciones Internacionales en la Universidad Externado de Colombia. Mi familia me apoyó desde el principio, yo sabía que la universidad estaba en Bogotá y que por ende yo debía ir a vivir a esa ciudad. A decir verdad estaba feliz, quería conocer nueva gente, una nueva ciudad, “salir de mi provincia y llegar a la capital”. Había tenido la oportunidad de salir de casa por máximo 5 días y nunca tuve problemas de mamitis. Me consideraba una persona muy fuerte y muy independiente pues desde niña he decidido y controlado mis propias acciones, responsabilidades y deseos.
Rumbo a la gran ciudad
Y bien, llego el gran día y yo partí desde mi provincia a esta gran ciudad; los primeros días sentía tener el mundo en mis manos porque no había ningún control sobre mí. Yo decidía qué, cuándo y cómo comer, dormir, estudiar… sentía tener un respiro de las normas y problemas de mi casa. Sin embargo, pasó una semana y comprendí que era tan débil y frágil como una niña a sus 17 años puede serlo. Me sentía vacía, sola, incomprendida, no sabía qué hacer, necesitaba soluciones y no las encontraba, no había nadie que me orientara y me guiara por el camino correcto, sentía que no era nadie y no sabía cómo debía vivir, si lo que hacía estaba bien o mal, no estaba mamá, no estaba mi abuela, no tenía la protección de mi papá. Estaba completamente sola en la capital de mi país con más de 6.7 millones de personas y a ninguna conocía. Y para terminar me encontraba a 721 km de distancia de mi casa.
Adaptarse a esta ciudad implicó cambiar la rutina a la que estaba acostumbrada y realmente me desesperaba viajar por más de diez minutos en un bus; no comprendía la necesidad de salir dos horas antes para llegar temprano a cualquier lugar, no tenía la paciencia que se debe tener en un trancón, aprendí con el tiempo que a la gente se le debe hablar desde lejos porque aquí todo se traduce en un posible atraco; la desconfianza es el precio que se paga por estar en la gran ciudad. Toda mi vida almorcé en mi casa junto a mi familia y aquí mi apetito se perdió por completo porque para mí era un ritual en el que yo y mi familia comentábamos nuestro día. Y en cada viaje de 40 minutos de la casa a la universidad pensaba que en Pasto, mi casa, lo tenía todo: la tranquilidad de mi provincia, la seguridad, compañía y amor de mi familia y amigos, la hospitalidad de mi gente y los atardeceres que me regalaba todos los días mi Galeras. Fue así como poco a poco esta ciudad se convirtió una obligación para mí, tengo que confesar que por momentos olvidé la razón de estar aquí, estaba enferma y no había ningún abrazo, ningún “¿Cómo te fue?”. Extrañaba hasta las peleas, no sabía cómo encontrarme a mí misma siendo solo yo. Pero realmente ese es el fundamento de ser alguien responsable y de ser mejor persona; ser consiente de ti mismo y lo que implica cada acto que tu realices para ti. Vivir en Bogotá es muy difícil sin que exista una razón por la cual seguir, una motivación que te impulse a continuar con lo que empezaste y a afrontar la barrera para descubrir hasta donde se puede y soy capaz de llegar.
Empezando a crecer.
Supongo que está etapa de independencia la atravesamos al llegar a un lugar que no conoces y estar solo puede hacerte recordar hasta los detalles más mínimos que antes no tenían importancia, pero lo que en verdad cambia es la visión de quién eres, pone a prueba la educación y formación que recibiste de tu familia, de reconocerte y de saber que tan responsable eres, que tanto cuidado tienes de ti. También incrementa tu capacidad de tolerancia y compresión con una realidad ajena, es una posibilidad de aprender a comprender una inseguridad que jamás había vivido, una distancia que obliga a cambiar el ritmo de vida y muchos más hábitos que los empiezas a crear por ti mismo, no hay reglas, no hay compromisos solo eres tu contigo mismo. Y esto se ve recompensado por un abanico de posibilidades que brinda la ciudad, la primera es tener contacto directo con la diversidad regional de Colombia y convivir con personas de otros lugares; segundo la posibilidad de conocer sitios supremamente diferentes, la variedad comercial y la riqueza cultural que tiene Bogotá; tercero amplia la visión del mundo porque ya no se limita a mi provincia sino que es el reto de subir está gran escalera para llegar a la cima de mis sueños, te hace sentir parte y ser ciudadana de Colombia en su totalidad al compartir con el cachaco, paisa, samario….
Es un proceso de crecimiento que te pone a prueba de todo, mide los lazos de amistad de tus amigos más cercanos, fortaleciendo unos y diluyendo otros. También te enseña a valorar tu familia, tú casa, aprendes que el cariño y el amor de los tuyos es el más sincero que existe y finalmente, que dejar atrás tu dependencia es darle paso a tu propio ser y elegir ser líder de tu vida misma, es un proceso difícil que no muchos logran, porque solo está hecho para valientes, pero quien se atreve a continuar y a retarse continuamente se supera en grados inimaginables que transforman el espíritu y hacen más fuerte, más audaz, más inteligente y mejor persona.