18 de septiembre de 2017
Progresividad fuerte para una Paz estable y duradera
Por: Santiago González
Colombia atraviesa por una situación fiscal muy difícil. Con una reforma tributaria encima –la cual sigo defendiendo–, se siguen teniendo problemas para la financiación del gasto público. Adicionalmente, tenemos un GINI del 0,517 y el gobierno atraviesa una coyuntura histórica: hay que financiar el posconflicto. El problema es que el precio internacional del petróleo ronda los US $50 por barril, con lo cual los ingresos del gobierno han caído y ante esta situación, nos queda la posibilidad de proponer una política tributaria de progresividad fuerte con 2 propósitos: el primero, ayudar a disminuir el GINI; y el segundo, conseguir los recursos necesarios para financiar el gasto público.
Siempre, una de las clases que más disfrutaba en el pregrado, era, sin duda, la de Gemán Umaña Mendoza. De él me quedó una enseñanza enorme: “la economía no es una ciencia exacta, hay escuelas y métodos, gobiernos con tendencias ideológicas variopintas, y son habitualmente las decisiones de la política las que se equivocan o aciertan. No son los economistas los que al final deciden”. Muy enfático en que el problema eran las decisiones de políticos y no los consejos de los economistas.
Como el populismo de los dirigentes de este país se fue en contra de la minería legal (esa que nos genera empleo, regalías e impuestos), no nos queda de otra que proponer uno de los principales apartados de la heterodoxia: la progresividad tributaria fuerte. Y es acá, cuando considero que la principal fuente de financiación de los costos de la paz, deben ser los impuestos.
Una tributación es fuertemente progresiva cuando la tarifa crece con la base gravable a un ritmo cada vez mayor. Esta lógica ha sido adoptada por países europeos como Alemania y Francia. Así mismo, ante la crítica de que los impuestos deterioran la productividad, en el momento de mayor productividad en el mundo (1970 cuando la economía predominante era la Keynesiana), la tasa marginal de impuesto a la renta en Inglaterra era del 82%, en Estados Unidos de 70%, Suecia de 88% y en Francia del 62%. Por el contrario, a medida que la tarifa cayó, así mismo lo hizo la productividad laboral.
La conclusión no es que los impuestos perjudiquen la productividad de las empresas, sino por el contrario si se tiene una tributación alta, la productividad mejora: los impuestos altos favorecen la estabilidad fiscal permitiendo así que haya bienes y servicios públicos de calidad como infraestructura, salud, niveles altos de educación e inversión fuerte en ciencia y tecnología. Esto generará trabajadores con estándares mayores y con esto un aumento indudable en la productividad de las empresas. Si no me creen, repito, vayan y miran Alemania.
Por consiguiente, las políticas de reducción de impuestos adoptadas por Colombia han generado un aumento en el saldo de la deuda pública sobre el PIB. Esta pasó de estar en 43.8% del PIB en 2007 a 52% en 2016. En Estados Unidos, entre 2007 y 2016, el saldo de la deuda pública pasó de 58% a 99% del PIB. En Francia de 64% a 97%. En Grecia de 104% a 179%. En Italia de 102% a 133%. En Japón de 147% a 201%. En Bélgica de 91% a 106%. Existe la “regla fiscal” que básicamente es el mecanismo utilizado para que los gobiernos centrales sean disciplinados fiscalmente, y su gasto esté en sintonía con los ingresos.
Perdónenme, pero un país que tenga más del 100% de deuda sobre el PIB no cumple ninguna clase de regla fiscal existente.
Como Colombia parece el bobo del paseo siempre, entonces insiste en cumplir la regla fiscal. A mi parecer esto es completamente inviable, porque para cumplirla, se debe reducir el gasto público que se traduce en frenar el crecimiento económico. La solución entonces no es reducir el gasto público sino conseguir más ingresos, y ¿cómo? Claro, progresividad en los impuestos.
Con una tributación progresiva fuerte, la tarifa iría creciendo de manera exponencial; es decir, las personas que tengan menores ingresos y pequeño patrimonio deberían pagar la tarifa más baja y el que tenga mayores ingresos y gran patrimonio, deberían pagar la tarifa más alta. Con lo anterior logramos la equidad que tanto se habla y logramos conseguir la plata para financiar el gasto público.
Por supuesto, es algo completamente difícil de hacer. Nosotros, los economistas que no le debemos favores a los grandes capitales podemos opinarlo, veremos si los políticos –como lo decía Germán–, van a tomar la decisión de hacerlo.
Allá ellos, son los representantes de los más poderosos. Esos mismos que les financian las campañas.
@SantiGonzalezO