17 de febrero de 2015
La religión: ¿esclaviza o libera?
Por: Nataly Arenas
La religión esclaviza en la medida en que las personas son fanáticas y legalistas. Por otro lado, la religión libera en la medida que las personas se acercan a la espiritualidad. Los hombres voluntariamente se ponen cargas que originalmente no existían, es por eso que los hombres no deben buscar la religión sino la espiritualidad. El mensaje ha sido tergiversado, y la iglesia ha sido responsable. La verdad no me sorprende el sentimiento de repulsión que se experimenta cuando nos “meten el mensaje hasta por los ojos”. Tal parece que lo hemos escuchado todo, y más aún en un país como Colombia, donde las estadísticas muestran que semanalmente se registran entre 15 y 20 iglesias. Lo paradójico es lo siguiente: la iglesia, en su afán de conseguir fieles para Jesús, ha hecho todo lo contrario a lo que él requería.
La religión esclaviza
Gradualmente, el término “religión” ha ido adquiriendo una connotación negativa asociada al “fanatismo” y al “legalismo”. En la medida en que la religión se asocie a estos términos, esclaviza.
El fanatismo y el legalismo esclavizan porque son impuestos, tanto por la iglesia como por el individuo mismo. El fanatismo o “celo irracional” es el resultado de una ideología movilizadora que en última instancia cohibe a las personas de ver la realidad de una manera objetiva. Así como en un régimen totalitario, el fanatismo termina por abarcar todas las áreas de la vida de la persona, y en últimas termina por convertirla en un agente violento con contra aquellos que no comparten sus creencias, las cuales trata de legitimar por medio de la conversión de otras personas.
Más que el fanatismo, el legalismo ha sido la herramienta de esclavitud por excelencia en la religión. El legalismo es la aplicación de las leyes de Dios a la conducta humana de acuerdo al pensamiento religioso. Hace que las personas crean que cumpliendo una serie de normas de comportamiento impuestas por la religión, agradarán a Dios y vivirán mejor. Éstas personas, sin darse cuenta, cometen el error más grande que es el atroz delito de no vivir plenamente.
La espiritualidad libera
Por otro lado, las personas pueden practicar la religión sin ser fanáticas. Esto se logra cuando las personas no tienen actitudes discriminantes y pueden tener conversaciones sobre religión sin exaltarse. Una persona creyente pero no-fanática no necesita entrar en debates injustificados, y herir susceptibilidades. La persona verdaderamente espiritual puede compartir sobre sus creencias con otros sin llegar a presionar ni intimidar. Una persona espiritual finalmente aplicaría lo que dice la Biblia, respondiendo a controversias siempre “con gentileza y respeto, manteniendo la conciencia limpia,” (1 Pedro 3:16) y obedecería el pasaje que dice: “no tengas nada que ver con discusiones necias y sin sentido, pues ya sabes que terminan en pleitos… más bien, debes ser amable con todos, capaz de enseñar y no propenso a irritarte” (2 Timoteo 2:23-24). De esta manera se evidencia que si una persona es fanática, a pesar de estar cumpliendo las expectativas de algunas congregaciones, no está cumpliendo las expectativas de Dios, que rechaza todo celo irracional y violento.
De la misma forma, las personas también pueden practicar la religión sin ser legalistas. Al fin y al cabo, las leyes que se encuentran en los códigos morales no son irracionales, pues tienen como objetivo la protección y el bienestar de aquellos quienes las cumplen. La persona verdaderamente espiritual cumple estas leyes no por obligación ni con tristeza, sino con libertad, sabiendo que estas leyes le darán sabiduría para vivir una vida larga, sana y alcanzar el bien máximo. También hay muchas leyes que los hombres se imponen a ellos mismos que no se encuentran en la Biblia. Para dar un ejemplo específico, muchos pueden pensar que la Biblia prohíbe tomar, cuando en realidad el primer milagro que hizo Jesús fue en una fiesta donde convirtió el agua en vino. Lo que ha Biblia prohíbe explícitamente es emborracharse, ya que priva a las personas de un control óptimo sobre su cuerpo, prestándose para accidentes y circunstancias adversas.
La verdad es que Jesús condenaba el mismo legalismo que hoy en día la gente le atribuye. Jesús les decía a los legalistas: “¡Qué aflicción les espera, maestros de la ley religiosa y fariseos! Por fuera parecen personas rectas, pero por dentro, el corazón está lleno de hipocresía y desenfreno. (Mateo 23:23-28 NTV). Y refiriendo a éstos dijo: “les aseguro que la gente de mala fama, como los cobradores de impuestos y las prostitutas, entrarán al reino de Dios antes que ustedes” (Mateo 21:31).
Jesús también dijo: “Yo vine a invitar a los pecadores para que regresen a Dios, no a los que se creen buenos” (Lucas 5:32). Y finalmente, cuando los fariseos sorprendieron a una mujer en adulterio, respondió: “el que esté sin pecado que tire la primera piedra” para mostrar su desaprobación del juicio hacia otros.
De esta manera es evidente que aquel que es legalista, tampoco está cumpliendo lo que Jesús mandó, porque Jesús condenaba a los legalistas.
En síntesis, el fanatismo esclaviza porque obliga a las personas a defender violentamente sus creencias. El legalismo esclaviza porque impone a las personas cargas ridículas con el fin de ser perfectas. La espiritualidad libera porque no hay que estar convirtiendo a todo el mundo por la fuerza y no hay que obedecer las leyes “porque sí”, sino por convicción de que saldremos beneficiados. Por esas razones creo que si Jesús entrará hoy a una cualquier iglesia en Bogotá, no reaccionaría muy diferente a como reaccionó hace 2.000 años: probablemente se indignaría y volcaría las mesas, dañándole el negocio a muchos.