25 de julio de 2014
La política del deporte
Por: Adriana Rodriguez Saavedra
En la inauguración de las olimpiadas de invierno en Sochi, Rusia, un índice embrionario hizo avivar la esperanza de reconciliación entre dos naciones hermanas: Corea del Norte y Corea del Sur. Y es que el deporte ha sido el hilo conductor para augurar la paz, para reconstruir el tejido social, como sucedió en el Mundial de Rugby en Sudáfrica (1995) o para restablecer las relaciones entre China y EE.UU. (1971-1972), a través de la conocida diplomacia del ping-pong. El deporte continúa siendo la estrategia para disipar las tensiones, como lo propuso recientemente el presidente mexicano, Peña Nieto, para hacerle una “gambeta” a la violencia.
Corea: ¿“Nuevos Horizontes” 2018?
Del 7 al 23 de febrero se jugó en Sochi, Rusia, la versión XXII de los Juegos Olímpicos de Invierno. En la inauguración, las delegaciones de las dos Coreas saludaron al mundo portando la misma bandera. Los espectadores entendieron el mensaje: se avizoran tiempos de acercamiento y, por qué no, la concreción de la añorada reunificación. Luego de tres postulaciones, la ciudad de Pyongyang fue elegida como la anfitriona de los Juegos Olímpicos de Invierno 2018. Con el lema Nuevos Horizontes, la nación asiática se apresta a recibir a los futuros competidores.
Ya se han construido 7 de las 13 instalaciones deportivas que demanda el certamen; pero quizá también sea el camino para la consolidación de un objetivo aún más importante. El 25 de febrero, luego de la clausura de los Olímpicos de Sochi, la presidenta surcoreana Park Geun-Hye anunció la construcción de “estrategias sistemáticas y constructivas” para volver a reunir a las dos Coreas. Tal parece que una de esas estrategias es el deporte, como lo ha sido en otras ocasiones de la historia.
Del “toque, toque” al acercamiento
Nelson Mandela encontró en los Juegos Olímpicos de Barcelona (1992), la táctica más acertada para acercar a su pueblo dividido por el apartheid: el deporte. El Nobel de Paz emprendió una maratón diplomática para que en Sudáfrica se jugara el Mundial de Rugby en 1995. Después de varias conversaciones, lo logró. Pero las críticas de sus coterráneos no se hicieron esperar. Las víctimas de la medida separatista no entendían por qué Mandela insistía en acercarse a uno de los mayores símbolos de sus opresores: los Springboks, la selección de rugby, el deporte por antonomasia de la población blanca.
Mandela, en Barcelona, quedó persuadido de que el deporte era el mejor reparador del tejido social. Y fue tal su convencimiento, que indicó que en las escuelas sudáfricanas se enseñara a los niños a jugar rugby. Cuando inició el mundial, pese al escepticismo de los futuros resultados, la nación fue comprendiendo, con el paso de cada partido, que este deporte era la excusa perfecta para mitigar los viejos rencores. Indudablemente, la mejor estrategia de Mandela fue contar con el capitán del equipo Francois Pienaar, quien, decidido por la visión del jefe de Estado, empujó a su equipo a la victoria. Todavía se recuerdan las palabras de Pienaar cuando ese 24 de junio de 1995 alzaron la copa de los campeones, después de un difícil partido con la selección de Nueva Zelanda: “No hemos ganado para los 60 mil aficionados que hay en el estadio, hemos ganado para los 63 millones de surafricanos”. Solo la certeza de un hombre visionario como Mandela pudo lograr lo que fue llamado por los titulares del mundo el milagro sudafricano.
Deportes diferentes, mismas consecuencias
El anterior no es el único caso. Un deporte menos popular, quizá menos llamativo, el tenis de mesa, lograría lo impensable: acercar a dos naciones distanciadas por sus ideología: China y EE.UU. Se le conoce como la diplomacia del ping-pong. En abril de 1971 los jugadores norteamericanos llegaron a Pekín, por una invitación del líder chino Mao Zedong. Durante siete días, los equipos de ambas naciones realizaron exhibiciones y dieron una lección de hermandad y tolerancia. El mundo, entretanto, estaba expectante. Y no era para menos: fue el punto de partida que permitió que el presidente Richard Nixon visitara en 1972 a su homólogo chino. Dos meses después, los tenistas asiáticos jugarían no solo en Estados Unidos, sino también en Canadá, México y Perú.
Son varios los ejemplos que demuestran que el deporte es una eficaz herramienta. El más reciente atañe a México. El presidente Peña Nieto instó a su gabinete a practicar el deporte, al igual que a todo el pueblo, con el fin de que fuese el mecanismo para combatir la delincuencia. Por ello, es una prioridad adelantar políticas que motiven a la comunidad a participar en eventos deportivos. Verbigracia, en el estado de Morelia, Michoacán, el pasado 9 de febrero, se inauguró el festival Nacional de Marcha 2014 que, según la regidora Saraí Cortés, “es un elemento importante para la convivencia, porque involucra no solo a los competidores, sino a sus familias y amigos. El deporte es una magnífica estrategia para la reconstrucción del tejido social, como pretende el presidente”.