21 de septiembre de 2015
Eterno recuerdo: el ritual fúnebre
Por: María José Plazas Sandoval
La muerte es inevitable, desde el momento en que nacemos sabemos que estamos destinado a ello, tal vez es de lo único que se esta seguro en esta vida: que nuestro tiempo está contado. Sufrimiento y tristeza son algunos de los sentimientos que la muerte trae consigo, para los demás, para aquellas personas que compartieron dichosos momentos con el difunto. Para ello, la sociedad ha adoptado diferentes rituales para despedir, de manera especial, a esa persona, con el propósito que su recuerdo perdure en el tiempo. En momentos de desespero, tragedia y dolor este tipo de rituales sirven para calmar y dar tranquilidad. Alrededor de todo el mundo cada cultura y religión tiene su propia forma de despedir a los muertos, sin duda alguna cada tradición tiene su toque especial. Uno de los rituales más particulares es el de los budistas tibetanos, ellos realizan el llamado entierro celestial o “Jhator” que significa dar comida a los pájaros. Al morir una persona, el cadáver es cortado en pedazos por un sacerdote y dejado en lugares a disposición de los pájaros. Este ritual viene siendo totalmente distinto al de los budistas de la India. No es común escuchar este tipo de rituales en el mundo postmoderno en el que vivimos, aún así todavía perduran antiguas costumbres en algunas partes del mundo.
La parca
¿Qué es la muerte? Borges describió la muerte como una vida vivida y a esta última como la muerte que viene, un poco redundante, como si se estuviera sumergido en un círculo vicioso. En realidad, la muerte no es más que el fin de la vida, que exista la reencarnación, la vida eterna, un mundo paralelo, es cuestión de las creencias, respetables, por demás. Es común preguntarse si se está preparado para el encuentro con la parca: sí o no. Siempre, la sociedad ha adoptado diversas maneras para enfrentar el duelo que trae la muerte: los rituales, las ceremonias, la música, la literatura, se han convertido en mecanismos de recuerdo, apoyo y aceptación.
Las religiones tienen bastante peso sobre la muerte de las personas, desde siglos atrás han estado presentes y según sus creencias cada una responde de manera distinta. La reencarnación, la vida eterna, el descanso eterno, la resurrección espiritual y física, están en respuesta a qué está después de la muerte. No todas las religiones piensan lo mismo, existen aquellas que la aceptan, otras que la niega y aquellas que deciden desafiarla. Sea cual sea la definición o explicación, todas logran el mismo objetivo: sopesar el duelo de quienes continúan vivos.
La muerte trae soledad pura. Savater en Política para Amador habla de la sociedad como compañía permanente en el duelo de la muerte: “si la muerte es debilidad e inacción, la sociedad ofrece la sede de la fuerza colectiva… si la muerte es olvido, la sociedad fomenta cuanto es memoria…” Al morir un ser querido queda un vacío que no desaparece de un día para otro y, probablemente, otra persona no lo pueda llenar. Es por eso que la sociedad, al no poder entregar o traer a esa persona que ha muerto de nuevo a la vida, lo suple con compañía, cariño y amor. Esta forma de reemplazar al ser querido, engaña a la mente, la distrae de pensar en lo inevitable, poco a poco se logra que “la muerte”, eso que es tan natural tanto de los animales como de los seres humanos, solo quede como un recuerdo.
Jhator: un ritual oriental
Al otro lado del mundo en el Tíbet se celebra el funeral celeste cuando la vida de una persona ha llegado a su fin. A pesar de que su nombre resulta un tanto paradójico, para los ojos occidentales, los budistas tibetanos creen que sí es así. Más conocido como Jhator, el ritual es una adaptación del ritual budista que se realiza en la India. La base de esta ceremonia fúnebre reside en la importancia que le dan al cuerpo cuando ya no tiene vida, ya que ellos piensan que este es un medio transportador de vida. Cuando una persona fallece, el encargado de liderar la ceremonia es el sacerdote, monje o líder espiritual, al cual ellos denominan lama. Durante el primer día se le rezan oraciones al cadáver del Libro Tibetano de los Muertos para que al tercer día se traslade el cuerpo a lo alto de una montaña. En el cuarto día, se realiza el más importante acontecimiento del ritual fúnebre. En la madrugada, el lama después de retirar el pelo del fallecido, disecciona el cuerpo en pequeños pedazos, incluidos los huesos para que después esto pueda ser mezclado junto con pulpa de harina de cebada, té, mantequilla o leche de yak. Cuando está lista la mezcla, inmediatamente se convierte en manjar para los buitres. En lo alto de la montaña primero se pondrán los huesos del fallecido, de tal manera que si es comido en su totalidad se les pondrá la carne. Cuando los buitres no comen todo lo que se les ha ofrecido se cree que es un mal vaticinio. Ahora la pregunta es, ¿por qué darle el cuerpo no a cualquier pájaro sino a los buitres? Los budistas tibetanos consideran que el buitre es un animal plenamente budista, ya que no son exigentes en su comida y a la hora de la verdad, se alimentan más de animales vivos que de los muertos.
A pesar que este funeral se tilde como violento, para los tibetanos este se constituye en una forma de agradecimiento y generosidad, puesto que su cuerpo puede ser útil para quien lo necesite, en este caso de alimento para los buitres. Consideran que la generosidad es una de las virtudes que los seres humanos deberían tener y es por esto que realizan este tipo de rituales, para purificar el alma. Los tibetanos muestran otra cara de la muerte, la del remordimiento en donde se debe aprovechar ese momento para limpiar el alma. Para los occidentales y cualquier persona que no esté acostumbrada a este tipo de rituales, puede que no sean de su mayor agrado, esta forma de dejar el mundo terrenal. En el mundo occidental se encuentran menos este tipo de ceremonias antiguas, como sí siguen presentes en Asia y África. La muerte nos reúne a todos, es diferente para unos y otros, pero sin excepción alguna, nos aferramos a nuestras creencias para poder sobrepasar este difícil momento.
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