Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales

14 de junio de 2015

Oscar Arnulfo Romero: el beato revolucionario

Por: Ana María Arango D.

35 años después de haber sido asesinado por los escuadrones de la muerte, el arzobispo de El Salvador, Oscar Arnulfo Romero, mártir de la iglesia y de la guerra civil de ese país, fue beatificado ante más de 300 mil personas.

La beatificación del que ahora es el primer beato salvadoreño, no está relacionada con milagros sino con el hecho de haber sido asesinado en una capilla y mientras oficiaba una eucaristía por lo que su crimen es considerado por la Iglesia Católica como un acto de odio a la fe. La decisión del Vaticano, llega después de casi 20 años de intensos debates al interior de la iglesia católica sobre el papel que jugó el entonces arzobispo, las razones de su asesinato y por ende, la pertinencia de su beatificación.

Un activista político

Monseñor Romero, fue asesinado el 24 de marzo de 1980, solo un par de meses antes del estallido definitivo de la guerra civil de El Salvador, y su asesinato, como tantos otros, obedeció al conflicto interno que enfrentó a las fuerzas estatales con el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional durante 12 años, y que dejo 75 mil muertos, 8 mil desaparecidos y cerca de un millón de refugiados.

Para entonces, las tensiones propias de la Guerra Fría golpeaban con fuerza Centro y Sur América, donde grupos revolucionarios inspirados en el ideario izquierdista de la Unión Soviética, se enfrentaban a gobiernos financiados por Estados Unidos a través de la Doctrina de Seguridad Nacional. Internamente, El Salvador tenía elevados índices de concentración de la riqueza y con ella, de desigualdad y las fuerzas militares venían ejerciendo presión sobre los ciudadanos, particularmente en el campo.

El arzobispo Romero, contrario a postura tradicional de la Iglesia de apoyar a la clase dirigente, denunciaba desde el púlpito la situación. En cada homilía, abogaba por la igualdad y la libertad, denunciaba los abusos del gobierno y señalaba los crímenes que para entonces ya cometían las fuerzas armadas legales e ilegales apoyadas por el gobierno.

Durante el periodo que duró la guerra fría, la defensa de los derechos humanos, de la igualdad y la lucha contra la pobreza, eran equiparables a los discursos de la izquierda revolucionaria que tanto buscaba combatir el bloque occidental.

Es en este contexto, que los discursos del arzobispo Romero fueron interpretados como participación en política tanto por las fuerzas gubernamentales de derecha en el Salvador, como por el ala más conservadora del Vaticano. La figura de el sacerdote defensor de derechos humanos en un país convulsionado por la polarización política, resultaba (para 1982) incómoda tanto para el Vaticano como para el gobierno salvadoreño.

El Papa Juan Pablo II, en audiencia con monseñor Romero, le sugirió acercarse al gobierno y jugar un papel mas neutral, cuando este fue hasta Roma un par de semanas antes de ser asesinado, a denunciar la crítica situación de derechos humanos en el país centroamericano.   De otra parte, la comisión de la verdad que se estableció con el apoyo de Naciones Unidas una vez terminó la guerra civil, estableció que el autor intelectual del homicidio de monseñor fue el mayor Roberto D’Aubuisson, cabeza de los sanguinarios escuadrones de la muerte y fundador de la Alianza Republicana Nacionalista (Arena), que hasta hoy es un poderoso partido político.

La iglesia al servicio de los pobres y desvalidos.

Tal vez la posición más osada de monseñor Oscar Romero, y la que le costó la vida, fue afirmar que la precaria situación económica, social y política que vivía El Salvador, era también moral y humana y por ello, la iglesia católica no podía guardar silencio.

El discurso conciliador del sacerdote, se radicalizaba a medida que la situación política y social de El Salvador se agudizaba, y aunque llamaba al diálogo y a la solución pacífica de los conflictos, conminaba también al ejército a dejar de hostigar a la población civil. De hecho, en su última misa, monseñor Romero acusó directamente a las fuerzas militares de asesinar campesinos y ciudadanos pobres. La iglesia era claramente un enemigo político de la derecha salvadoreña, que rompió relaciones con ella desde 1977, cuando comenzó el asesinato de sacerdotes. Pero la izquierda tampoco se salvaba de los señalamientos y sentidos pronunciamiento del arzobispo, que en cada oportunidad recordaba a los feligreses la importancia del “no matarás”. A pesar de escudar sus posiciones en el Evangelio, sus fuertes pronunciamientos le valieron amenazas de muerte tanto de los escuadrones de la muerte como la, tal como denunció él mismo en El Salvador y en El Vaticano.

Lo cierto es que Romero, se convirtió en una figura emblemática por su lucha contra la pobreza y la violencia, y logró contener la guerra civil que comenzó solo algunos meses después de su asesinato con la masacre de 600 civiles en el río Sumpul.

El hombre, hoy beato, que el papa Francisco califica de “ejemplo de siervo de Dios” y “padre de los pobres” había recibido dos meses antes de su asesinato, un doctorado honoris causa por su defensa de los derechos humanos de la Universidad de Lovaina. ¿Hay acaso algo más revolucionario que la defensa de los derechos humanos?

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