15 de septiembre de 2014
Amor, literalmente
Por: Adriana Rodriguez Saavedra
Una buena alternativa para entender los avatares que atañen al corazón es la lectura; los maestros de la escritura ofrecen variopintas alternativas para rumiar el amor que, en definitiva, es uno de los motores que le dan vida a la vida. A veces, las palabras bien intencionadas de los amigos no son suficientes para menguar el desasosiego que este despierta o la falta de él. Aunque parezca irónico, son las palabras de los desconocidos las que logran un mayor efecto, pues no están viciados con nuestra propia historia, con nuestros defectos o virtudes. Simplemente, ofrecen una mirada desprevenida que puede, en un momento determinado, hacer replantear, contemplar y hasta entender lo que puede llegar a ser el amor. He aquí, entonces, algunas sugerencias para sentirlo en soledad.
“Da más fuerza saberse amado que saberse fuerte”: Goeth
Fernando Savater advierte que “el vigor incombustible atesorado por los niños que crecieron amados en familias probablemente felices, la energía generosa que transmite una pareja bien avenida —mañana y mañana y mañana puede pasar cualquier cosa, pero lo nuestro no pasará—. Esa es la fuerza que se anhela incesantemente”. Sin embargo, también existe ese dolor profundo, endémico de los mal amados, de los que piensan que las mieles del amor están negadas para ellos. Esos mismos que carecen de fuerza de espíritu, porque están llenos de hiel cuando asoman las palabras a sus bocas. Para estos también hay remanso en la literatura.
Como proposición inicial, se encuentra Reiner María Rilke con su libro “Cartas a un joven poeta”, este es un texto sencillo, porque no me presume de recetas o amonestaciones soberbias que indiquen cómo encontrar el amor: su promesa es tan obvia, que por eso mismo se hace ajena, pues se le teme: la soledad. Rilke replica: “El amor es el encuentro de dos soledades”. Ello indica que para estar dispuesto a amar y a ser amado es fundamental primero conocerse, para saber qué se está dispuesto a ofrecer y presto a recibir. Y ello solo se consigue en ese encuentro íntimo y sincero que supone el hecho de escucharnos. Escuchar a ese otro “…que también me habita, ese otro que está solo siempre que estoy solo, ave o demonio (…)”, como lo diría Darío Jaramillo. La soledad es quien da rienda suelta a lo que en verdad, en verdad se anhela…
El amor es un aprendizaje
Entonces, el amor no es ese sentimiento egoísta, hedonista que quiere “todo ahora mismo”, la existencia a través de la brevedad. El amor toma tiempo y más si se quiere construir con él una relación erguida en fuertes cimientos. Para darle impulso es necesario recurrir a aquellos que saben susurrarle no solo al oído, sino también al alma. Verbigracia, el de Darío Jaramillo Agudelo “(…) tu voz por el teléfono tan cerca apaciguándome, y tan lejos tú de mí, tan lejos. Tu voz que repasa las tareas conjuntas o que menciona un número mágico, que por encima de la alharaca del mundo me habla para decir en lenguaje cifrado que me ama”. O aquel de Sabines que dice: “Me tienes en tus manos y me lees lo mismo que un libro. Sabes lo que yo ignoro y me dices las cosas que no me digo. Me aprendo en ti más que en mí mismo…” Pero También son necesarias las palabras cuando el amor se aleja. Para esos momentos, uno de los recomendados es Pedro Salinas: “No quiero que te vayas dolor, última forma de amar…” O como aquel pasaje de Benedetti que, incondicionalmente, recalca una y otra vez: “Se me ocurre que vas a llegar distinta no exactamente más linda ni más fuerte, ni más dócil, ni más cauta, tan solo que vas a llegar distinta como si esta temporada de no verme te hubiera sorprendido a vos también, quizá porque sabes cómo te pienso y te enumero (…)”.
Para saber distinguir entre el amor y el apego es recomendable leer a Anthony de Mello, pues él da varias pistas para distinguir entre el amor y la necesidad. En síntesis, cuando se ama se deja ser, no hay espacios para el egoísmo. Sé es capaz de dejar ir, la palabra necesito sale del vocabulario, porque, según este autor: “El amor de verdad es un estado de sensibilidad que te capacita para abrirte a todas las personas y a la vida”. Y si por casualidad nos equivocamos es preciso volvernos a escuchar…