28 de junio de 2015
Historias tras el volante (primera parte)
Por: María Camila Aranda, Catalina Montaña Santos y Paula Bejarano Mahecha
Causa curiosidad ingresar a la página de la Real Academia de la Lengua Española (RAE) y encontrar que la definición de taxi no es solo lo que comúnmente conocemos de “automóvil de alquiler con conductor, provisto de taxímetro”, sino, también, es sinónimo de “prostituta que mantiene a un proxeneta”. Entonces, surge el interrogante de si ¿los taxistas no solo prestan un servicio de transporte, sino también otros servicios de manera informal? Al respecto, cabe señalar que si bien no hay certeza de que presten servicios “sexuales”, definitivamente los 52.768 carros amarillos que inundan la ciudad de Bogotá son también agentes de seguridad, espectadores de todo tipo de historias, psicólogos, informantes, además de generadores de opinión, entre otros tantos roles que se prestan para escribir un libro completo.
El ser taxista representa más que una ocupación: es una forma de vida. Para ser taxista, se necesita tener disposición para manejar público, conocer vías alternas para que los pasajeros puedan llegar a su destino que, en algunos casos, es de extremo a extremo, en el menor tiempo. Pues, para muchos, los taxistas poseen algo así como poderes extraordinarios: “vuelan”, para traspasar los interminables trancones, para llegar a la meta final. Además, van adquiriendo dotes de psicólogo, ya que más de un ocupante utiliza este medio de transporte como consultorio ambulante —por el precio de una carrera hay sesión de psicoanálisis gratis—. Como si fuera poco, son expertos en casos de robo; es decir, la policía acude a ellos para poder capturar a los malechores capitalinos. No suficiente con eso, si usted algún día se levanta desinformado y quiere aumentar su conocimiento, tome un taxi que, con seguridad, más que un servicio de transporte le brindará información sobre cómo se mueve Bogotá, qué piensa el ciudadano común y cuáles son los temas más importantes, no solo en la arena capitalina, sino a nivel nacional e internacional.
Este es el primer reportaje que el Libre Pensador entregará a sus lectores en dos partes.
Taxista y agente de seguridad
De acuerdo con el informe de Luis Rodolfo Escobedo[1], titulado “Los taxistas como factor significativo en la seguridad de Bogotá” y algunas de las historias que pudimos escuchar, entre estas la historia de Fernando Restrepo, se pudo identificar que existe una articulación entre los taxistas, y la Policía Metropolitana de Bogotá, que permite velar por la seguridad ciudadana. Esta red de seguridad comienza a funcionar cuando un conductor reporta el evento a través del radioteléfono a sus compañeros y a la empresa, con el fin de recibir apoyo a la menor brevedad posible. Sin embargo, dependiendo de la gravedad del evento, deciden o no avisarle a la policía porque, en algunos casos, consideran que su capacidad de respuesta es menor a la de sus compañeros que están en circulación, puesto que estos últimos son mayoría frente al número de agentes de la policía.
Así comienza la historia de Fernando Restrepo, un hombre de 32 años de edad, padre de dos hijos y tecnólogo en gestión administrativa, pero quien ante la falta de empleo hace seis meses trabaja como taxista: era sábado en la madrugada bogotana, para algunos apenas el comienzo de una jornada de trabajo. Decenas de taxis atraviesan la carrera quince en busca de un servicio. Desde la esquina en frente del Carulla, Fernando Restrepo mira el reloj en su muñeca izquierda a la espera de la primera carrera que reservó a través de una aplicación móvil.
Eran las tres y diez de la mañana. Hace frío y Fernando se fuma un cigarrillo para disipar el viento que se filtra por la ventana. En la radio suena “Beautiful day” de U2, y el taxista lleva el ritmo de la música con sus dedos en el timón, mientras busca entre la gente a su posible pasajero. Han pasado más de diez minutos y Fernando se baja para llamar al usuario que reservó, el telefóno timbra una y otra vez sin respuesta. En ese instante, un hombre bien particular se le acerca y le pregunta si está libre, Fernando se rinde e ingresa al vehículo para prestarle el servicio.
Arranca el taxi y detiene su mirada en el pasajero a través del espejo retrovisor para preguntarle hacia dónde se dirige. Fernando siente algo extraño en aquel hombre, lo nota afanado, distraído y nervioso. Una vez más le pregunta por su destino, al tiempo que observa una maleta negra que el individuo agarra con firmeza. Éste último con voz tosca le dice que lo lleve lo más rápido posible al barrio Diana Turbay –uno de los más peligrosos de Bogotá-. Fernando presiente que algo va mal con su pasajero, pero teme bajarlo del vehículo.
Era poco el tiempo que Fernando llevaba trabajando como taxista y nunca antes se le había presentado una situación parecida. Si bien, no es una persona muy devota pide a Dios que proteja su vida y que lo ilumine para actuar de la manera indicada. Fernando le baja el volumen a la radio, con el fin de iniciar una charla “amigable” con el usuario, quien detalla cada uno de sus movimientos. Sin embargo, pese a sus esfuerzos, el hombre le responde evasivamente e inicia una conversación por celular con un tono bajo. El temor del conductor se incrementa y varias cosas se cruzan por su mente, sentía que sería la próxima víctima de un atraco o, en el peor de los casos, de un paseo millonario.
Una situación de todos los dias
Este tipo de situaciones son frecuentes para los taxistas en el desempeño de su labor en el turno de la noche y de la madrugada. Bajo este escenario, la seguridad para los taxistas ha empeorado. De acuerdo con el Centro de Estudios y Análisis en Convivencia y Seguridad Ciudadana (CEACSC) de la Alcaldía Mayor de Bogotá, cada semana son robados diez taxis en la capital y al menos diariamente se presenta un caso de hurto del producido. La situación más frecuente de atraco implica solicitarle al taxista que vaya a un lugar apartado o a un barrio peligroso y en su defecto durante el trayecto sacar un arma e inmovilizar al conductor para que entregue el dinero o abandone el vehículo. Sin embargo, el número de casos donde los taxistas también son víctimas de homicidio ha venido en aumento.
Como consecuencia, a pesar de que Fernando aún no había obtenido ganancias, le preocupaba que le quitaran el carro o que llegaran a matarlo por no tener el dinero suficiente. Entonces, aprovechando que el hombre hablaba por celular, el taxista con su mano izquierda sudorosa por los nervios toma el radioteléfono y se comunica con la operadora. Tembloroso pronuncia: “Tengo un QR6, ¿me pueden dar pantalla?” –se refería a que llevaba a un pasajero sospechoso y socilitaba ser monitoreado-. Al fondo con interferencia se escucha un “QAP”, a lo que Fernando responde “es un tornillo” –informaba que su pasajero era un hombre-. En efecto, cada minuto desde la operadora le preguntaban cómo iba todo, a lo que él hasta el momento respondía con un 5-5 –el código para indicar que todo iba normal-.
El reloj que reposa en la parte frontal del vehículo marcaba quince minutos para las cuatro. Las ventanas poco a poco se empañaban por la respiración agitada de Fernando. De pronto, al disminuir un poco la velocidad, el hombre en la parte trasera se muestra ofuscado y desesperado busca algo dentro de la maleta negra, al parecer era un arma. La angustia del taxista aumentó rápidamente, por lo que en un impulso tomó el radioteléfono para anunciar lo que era previsible “QR7, QR7”. El pasajero le colocó un arma blanca en el cuello y le dijo que no pensaba hacerle nada, pero como se había puesto muy “asaroso” entonces le tocaba aprovechar el “papayaso” de llevarse ese carrito.
Posteriormente, el hombre le pidió al taxista que se estacionara en la próxima bahía y que se fuera “bajando” de todo el dinero, el reloj y otras cosas de valor que pudiera tener. Fernando estaba devastado y temía por su vida, sin embargo, al pensar que no volvería a ver a sus dos hijos, optó por mantener al delincuente en calma y prolongar la situación para darle tiempo de llegada a sus compañeros o a la Policía. En efecto, los taxistas que escucharon el aviso de asalto articularon todo un bloque de más de diez carros para acudir en su ayuda, llegando en menos de cinco minutos al lugar de los hechos.
De esta manera, Fernando quedó a salvo y con su valentía e ingenio permitió que la Policía capturara a un delincuente con graves antecedentes de hurto y homicidio. Este hombre pertenecía a una banda de maleantes que operaba en el norte de Bogotá y que eran buscados por realizar múltiples paseos millonarios con vehículos robados. Finalmente, cada año este taxista asiste cumplidamente a los tribunales para dar testimonio sobre lo ocurrido y asegurarse de que aquel particular pasajero pague por los delitos cometidos.
Más allá de las historias, buscando en el papel se encontró en un informe de la Policía Nacional[2] que, los hurtos de taxis se realizan principalmente por las noches, entre miércoles y sábados. En su mayoría, estos vehículos se desguazan y sus piezas se distribuyen en el mercado negro, no obstante, existen casos donde sólo se les cambia las placas para ser utilizados en “fleteos”, atracos a residencias o en el conocido paseo millonario. En efecto, algunas fallas que se presentan en el proceso de formalización y control en el gremio de los taxistas facilitan la infiltración de todo tipo de personas en el servicio, desde delincuentes, integrantes de bandas criminales e incluso agentes de inteligencia, teniendo en cuenta que este vehículo no despierta muchas sospechas entre la ciudadanía.
Es por esto, que si bien es importante permanecer prevenidos no se debe pensar que todo taxista es un delincuente o que tiene relación con una banda, red o grupo criminal. Incluso y como se puedo evidenciar en la historia de Fernando Restrepo, existen quienes trabajando de manera honesta, se han visto en apuros o han corrido riesgos por causa de sus propios pasajeros.
[1] Licenciado en Ciencia Política. Diploma de Estudios Avanzados en Sociología. Consultor, Centro de Estudios y Análisis en Convivencia y Seguridad Ciudadana, Secretaria de Gobierno, Alcaldía Mayor de Bogotá́, D. C., Colombia.
[2] Policía Nacional. “Los taxistas como factor significativo en la seguridad de Bogotá”.