1 de noviembre de 2019
Un despertar Sudamericano
Por: Juan Pablo Charry Sánchez
Por estos días se están respirando aires de inconformismo político y social, y es que, las protestas están sacudiendo América Latina. Millones de personas en países como Colombia y Perú, pasando por Ecuador y Chile, han salido a las calles en estas últimas semanas manifestando un descontento ciudadano por diferentes razones. Estas protestas están siendo portada día a día de toda la prensa internacional, y son precisamente Santiago de Chile y Quito, las ciudades que dejan las imágenes más fuertes, desde edificios totalmente destruidos, hasta militares defendiendo a los protestantes, cómo si se tratase del preámbulo de un golpe de Estado.
En la mayor parte del mundo, la protesta social es un derecho, y, en Colombia, según la Constitución Política, “toda parte del pueblo puede reunirse y manifestarse pública y pacíficamente” (Art. 37). Es un mecanismo de los ciudadanos para manifestar sus intereses, con el fin de ser escuchados por los gobiernos nacionales.
Por estos días se están respirando aires de inconformismo político y social, y es que, las protestas están sacudiendo América Latina. Millones de personas en países como Colombia y Perú, pasando por Ecuador y Chile, han salido a las calles en estas últimas semanas manifestando un descontento ciudadano por diferentes razones. Estas protestas están siendo portada día a día de toda la prensa internacional, y son precisamente Santiago de Chile y Quito, las ciudades que dejan las imágenes más fuertes, desde edificios totalmente destruidos, hasta militares defendiendo a los protestantes, cómo si se tratase del preámbulo de un golpe de Estado.
¿Qué está pasando en Sudamérica?
En Colombia, el grueso de los manifestantes son estudiantes; la educación pública está en crisis hace décadas y los estudiantes solicitan mayor inversión en educación superior pública para aliviar el déficit del sector y recuperar la pésima infraestructura de las Universidades oficiales. Mientras en Ecuador, las reformas económicas que implican la eliminación de subsidios para el consumo de combustibles fósiles y la liberación de los precios del diésel y las gasolinas, han provocado fuertes reacciones que abarcan manifestaciones y un paro nacional de transporte. El presidente Lenin Moreno declaró al país en estado de excepción, dónde puede suspender o limitar el ejercicio de derechos como la libertad de tránsito, asociación y reunión.
Por su parte, en Perú, que ya atravesaba una larga crisis política por la corrupción, quedó así sumido en una crisis institucional por el enfrentamiento entre el gobierno y el Congreso. Un rifirrafe institucional que hace tambalear al país, su situación política es de incertidumbre. Los responsables de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional se reunieron con Martin Vizcarra y reiteraron “su pleno respaldo al orden constitucional y al presidente”. En las calles, cientos de manifestantes salieron a mostrar su apoyo al mandatario y a exigir que se cierre el Congreso. En Chile -quizás el que era el país más estable de los 4- aumentaron el valor del pasaje de metro de Santiago, la capital: “la gota que rebosó la copa”. Una economía neoliberal que acaba de explotar, un “proletariado” furioso, y protestas que dejan decenas de edificios en llamas, más de 18 muertos y miles de detenidos. El sábado 19 de octubre, Piñera anunció que retiraría el aumento del pasaje del metro; sin embargo, las protestas continuaron.
Un descontento democrático
El resultado de las protestas deja imágenes similares: policías reprimiendo a los manifestantes, y la gente que, a pesar de esto, sigue saliendo a las calles a luchar por sus derechos, las manifestaciones van a continuar “hasta que los pueblos crean que se gobierna para ellos y no para un puñado”.
Marta Lagos, analista política y directora de la encuesta regional Latino barómetro, cree que este panorama contrasta con el avance de la democracia en América Latina durante la década pasada, antes del estallido de graves crisis políticas en Venezuela y Nicaragua . Históricamente la región ha tenido una actitud más sumisa frente a los gobiernos, pero cada vez, los ciudadanos se informan más, se concientizan más acerca de los problemas y saben que deben ser parte del cambio, de exigirles a los gobiernos respuestas ante sus demandas, y lo hacen con una mayor capacidad de organizarse. Es precisamente ese descontento democrático, lo que ha disminuido el apoyo popular a los gobiernos en la región. Las personas ya no se identifican con los líderes, se sienten decepcionados y muchos, traicionados. Los intereses de los gobiernos por tener cifras positivas en indicadores económicos han dejado atrás el desmantelamiento de otra problemática, la desigualdad. Sin embargo, muchos analistas dicen que es una situación normal, luego de un crecimiento y desarrollo sostenido en la región desde la crisis del 2008.
Estos acontecimientos, tanto la manifestación ciudadana cómo la represión por parte del Estado, evidencian la inestabilidad de los gobiernos en la región, y la crisis por la que la política Suramericana está pasando; sin embargo, son también el reflejo de un pueblo cansado de políticas que los afectan, cansados de gobiernos que traban su desarrollo, de pueblos cada vez más exigentes y conscientes de sus derechos. Claramente los gobiernos deben escuchar a su pueblo y sus necesidades, ofrecer soluciones definitivas y de raíz.
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