30 de octubre de 2014
Todos contra Garcia Marquez: una reflexión acerca de la sociedad colombiana
Por: Juan Esteban Osorio
Cuando en 1995 INXS visitó Bogotá, en un breve encuentro con la prensa, Michael Hutchence dijo que una de las cosas que más le llamaba la atención de visitar Colombia, era poder hablar con García Márquez. Quedó visiblemente desilusionado, cuando le contaron que el premio nobel llevaba mucho tiempo sin vivir en Colombia. Otro capítulo de un fanático pop del de Aracataca es el actor norteamericano John Cusack, quien por capricho e imposición suya, cambió el guión de un par de películas en las que actúa, para mencionar el libro El amor en los tiempos del cólera, al que considera un tratado de amor obligatorio; en diversos escenarios ha manifestado su afición al escritor nacional.
Otro caso particular, es la banda de folk-pop italiana Modena City Ramblers que ha dedicado discos completos a la obra del nobel colombiano. Apenas dos semanas después de la muerte de García Márquez, el metro del DF mexicano inauguró un vagón dedicado a la obra de uno de sus hijos adoptivos más ilustres. Y sin embargo en los días siguientes a su muerte, en Colombia se levantaron muchas voces públicas y en privado, de colombianos que prefirieron criticar a nuestro escritor frente al mundo. ¿Qué pasa alrededor de nuestras glorias?
De la dificultad de ser profeta en una tierra propia, desagradecida…
Colombia ha crecido con una identidad muy baja en su autoestima. Esto ha ocasionado que los pocos estandartes que han surgido, especialmente desde la cultura popular, se hayan esgrimido eventualmente como puntas de lanza para mostrar y vender al país. Sin embargo, una vez estos iconos se han apoltronado en pequeños altares en el imaginario popular, no se les perdona ni el pasado del tiempo, ni la decadencia ni la crítica para caer sobre esos pequeños ídolos que alguna vez nos cubrieron de gloria, y después fueron cubiertos de barro.
Lo que para un extranjero amante de la literatura o no, seguidor de Gabriel García Márquez o no, resultaría de lo más normal, una cascada de homenajes y de reconocimientos al escritor más laureado del país, para los locales, resultaba normal sacar no solo los trapitos al sol, sino trapos ajenos. Corrieron acusaciones de comunista –como si aquello fuera un pecado o un delito-, olvido y abandono, y hasta inquisiciones por el destino al que condenó a Aracataca.
Ya es una curiosidad pasada por agua la polémica que armó la congresista –en ese momento electa- María Fernanda Cabal, del Uribismo Centro Democrático quien le pronosticó al escritor quemarse en el infierno (a él, que además era ateo) al lado de Fidel Castro y lo curioso de la discusión no eran tanto los reclamos de los que se escandalizaron. El verdadero desasosiego venía de las voces que coreaban los deseos demoníacos de la congresista. Como si Cabal hubiera pronunciado las palabras que muchos habrían querido decir desde sus posiciones personales.
¿No perdonamos en Colombia el éxito? ¿Es cierto que morimos de envidia más que de otro mal?
Lo curiosos es que muy pocos de los críticos del recién fallecido venían de la literatura. De hecho, la mayoría parecía excusarse diciendo: “No tengo nada qué decir de su obra”. ¿Y no se trataba justamente de eso? Si Gabriel García Márquez vivió, trabajó y se convirtió en uno de los escritores más leídos del mundo… ¿por qué juzgarlo fuera de ese ámbito?
Entre arrogancia y cortinas de humo
Tenía muchos defectos…Probablemente. Como cualquiera. Pero virtudes, como pocos. Algunos lo catalogaban como un ególatra, un artista demasiado amigo del poder y los poderosos, y eventualmente del dinero. Pero ¿por qué salirse de su ámbito literario? Otros lo acusaban de haber fungido de apátrida, de haber preferido otros suelos como el mexicano o el cubano.
Hasta que alguien recordó un texto que el mismo escritor, harto de oír especular en su contra, hizo público en 1981. En éste, palabras más palabras menos, explicaba que, gracias a versiones irresponsable que lo vinculaban con grupos guerrilleros, el gobierno paranoico de Turbay Ayala estuvo a punto de detenerlo junto a su esposa, y encerrarlo, bajo cargos de subversión.
Aclaraba, vía El País de España: “Por eso renuncié hace mucho tiempo al derecho de réplica y rectificación -que debía considerarse como uno de los derechos humanos- y, desde entonces, en ningún caso y ni una sola vez en ninguna parte del inundo he respondido a ninguno de los tantos agravios que se me han hecho, y de un modo especial en Colombia”.
Y ante críticas tan primarias como “García Márquez se olvidó de Aracataca”, basta una reflexión que por básica, se ha pasado por alto. ¿No sería que sin García Márquez nadie recordaría su pueblo natal, en el que apenas pasó 9 años de su vida? ¿No será que la culpa de que el pueblo miserable que es, que sigue sin acueducto, es responsabilidad de las autoridades municipales y departamentales del Magdalena?
Si a García Márquez se le responsabiliza del servicio de agua de su pueblo, ¿no sería lógico exigirle al gobernador, alcalde y si a eso vamos, al presidente, una novela decente, de vez en cuando, ya que no pudieron cumplir con sus obligaciones políticas?
Arrogante, como fue acusado, el escritor apuntaba en el mismo texto citado anteriormente: “Tengo el inmenso honor de haberle dado más prestigio a mi país en el mundo entero que ningún otro colombiano en toda su historia, aún los más ilustres, y sin excluir, uno por uno, a todos los presidentes sucesivos de la República. De modo que cualquier daño que le pueda hacer mi forzosa decisión (de irse del país) lo habría derrotado yo mismo de antemano, y también a mucha honra”.