Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales

15 de enero de 2017

No se trata de personalismos, se trata de personas

Por: Camila Albarán

Más allá del triunfo de personajes como Trump o Rodrigo Duterte, de resultados como el Brexit, el No de los colombianos, las victorias de discursos nacionalistas, antiinmigrantes, antiglobalización, y la fuerza que éstos están tomando cada vez más a lo largo y ancho de Europa; es indispensable prestarle toda la atención necesaria a los pensamientos y a los sentimientos de un grupo de personas que se están convirtiendo en una importante mayoría, mirar desde esa orilla, evitar reduccionismos y sobretodo, dejar de subestimar su poder y alcance. La realidad se forma cuando encuentra receptores, y esta ha demostrado tener suficientes.

Nos hemos quedado en la sorpresa y en la crítica que nos han producido estas manifestaciones, casi como ignorando su fuerza creciente. A pesar de que los ejemplos abundaban y eran perceptibles desde antes, la magnitud de los últimos acontecimientos ha sido imposible de ignorar. El discurso del miedo y del odio ha puesto 1.200 kilómetros de vallas antirrefugiados en todo Europa, le ha sumado un mes y 15 días a la implementación del proceso de paz colombiano y ha elegido 2 presidentes en menos de 6 meses. Además, nos ha demostrado la impresionante facilidad con la que se puede poner a jugar a la democracia a favor con solo identificar las pasiones, los odios, los miedos y los anhelos correctos. Pero sobretodo, ha sido ese furor que despierta escuchar lo que “hay que callar”, eso que la gente teme decir porque es políticamente incorrecto, creando una suerte de “orgullo de antivalores”, lo que nos ha puesto de cara con el individualismo, la venganza, la indiferencia ante el sufrimiento ajeno, la discriminación…valores que parecen estar primando en el mundo.

¿Pero qué es eso políticamente incorrecto de decir?

Los discursos ganadores han versado sobre pensamientos de la gente como: ¿por qué a ellos los ayudan y a mí no?, no quiero sostenerlos con mis impuestos, me quitan mi trabajo, dañan el aspecto de mi barrio, destruyen mis costumbres, “no los odio, pero no me importa lo que pase con ellos”. Y aunque, entre las razones que explican algunos de estos sentimientos antiinmigrantes, se encuentra la afectación a la identidad que sufren estas personas a través de los cambios físicos y culturales que los migrantes generan sobre su territorio; así como el abandono estatal frente a los “blancos pobres”, quienes han visto por muchos años como las minorías se llevan los beneficios para las que ellos no aplican; el cansancio frente al discurso de derechos e igualdad no justifica que en nombre de la libre expresión se expandan más antivalores.

Niños gritando “construyan el muro” es una señal más que suficiente para empezar a tomar acciones reales como sociedad. Enseñar a humanizar y a sensibilizar es esencial, pues de nada sirve apelar al respeto de los derechos humanos cuando algunos aún cuestionan el otorgamiento de estos; así como lo es desaprobar de tajo las manifestaciones de odio que se escondan bajo el velo de la libre expresión. Nada educa más que el ejemplo, y ya que nadie nace racista, ni xenófobo, ni homofóbico, mucho menos odiando entonces, ¿qué ejemplo estamos dando?