24 de marzo de 2017
Los hombres invisibles
Por: María Paula Sánchez
La violencia sexual en conflictos armados es un tema que se asocia constantemente con la violación como única dinámica y con las mujeres como único objetivo. Sin embargo, en el contexto colombiano, la violación sexual ocurre también contra hombres, quienes si bien son una minoría respecto a las mujeres -1.404 casos frente a 16.699 mujeres víctimas, según el Registro Único de Víctimas (RUV) de la Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas (UARIV)-, no por ello requieren menos visibilidad. La importancia de analizar la violencia sexual en el contexto nacional, es porque es una violencia silenciosa, de la cual poco se habla, rodeada de impunidad y desamparo frente a sus víctimas. Por ello, si afecta tanto a hombres como mujeres, lo que este artículo propone analizar es si hay un impacto diferenciado para un mismo hecho victimizante.
Si bien la violencia sexual impacta a toda la población, las consecuencias son diferentes para los distintos grupos poblacionales afectados. Para argumentar este planteamiento, el artículo se desarrollará en tres partes diferentes: en primer lugar, se realizarán ciertas precisiones conceptuales para poder contextualizar al lector frente a la violencia sexual; en segundo lugar, se examinará este repertorio de violencia no letal (Wood, 2010) en el marco del conflicto armado colombiano; finalmente, en la tercera parte, se analizará la violencia sexual contra hombres víctimas en Colombia, bajo el contexto del conflicto armado.
¿De qué estamos hablando?
Se sabe que la violación es la modalidad que más se relaciona con violencia sexual; sin embargo, no es la única, pues, como ejemplos de la variedad de dinámicas que conforman esta práctica, se encuentran “el coito sexual intentado o forzado, contacto sexual no deseado, obligar a una mujer o a una niña o niño a participar en un acto sexual sin su consentimiento, comentarios sexuales no deseados, abuso sexual de menores, mutilación genital, acoso sexual, iniciación sexual forzada, prostitución forzada, la trata con fines sexuales” (Organization of American States [OAS], 2010).
Para complementar la anterior definición, Wood (2009) enfatiza al respecto: “En algunos escenarios, la violencia sexual en el marco de un conflicto armado magnifica algunas prácticas culturales de violencia sexual previamente existentes; en otros, es durante el conflicto que se gestan patrones de la violencia sexual antes inexistentes. En algunos conflictos, los patrones de violencia sexual son simétricos pues todos los actores de la guerra ejercen la violencia sexual aproximadamente en la misma medida. Pero en otros, el patrón es asimétrico: un grupo armado usa de manera prominente la violencia sexual mientras los otros no recurren a ella. Con frecuencia la violencia sexual suele incrementarse durante el conflicto; en otros conflictos, se disminuye en algunas regiones”.
Al tomar en cuenta la definición anterior como base, podría decirse que casi todos los tipos de violencia sexual se ejecutan en el conflicto armado colombiano: violación; desnudez forzada; mutilación genital; esclavitud sexual; anticoncepción y esterilización forzadas; violación en presencia de miembros de la familia o en grupo, son muchas de las modalidades que aquejan a toda la población. Y al referirse a toda la población quiere decir que no discrimina si es hombre o mujer, aunque las mujeres se ven afectadas de manera desproporcionada, en comparación con los hombres.
Finalmente, para efectos de este artículo y concluir la primera parte se trae a colación lo que se entiende por patriarcado: “Sistema social o de gobierno basado en la autoridad de los hombres de mayor edad o de los hombres que han sido padres –o, más bien, de los varones que tienen hijos, preferentemente varones, que forman una parte importante de su capital simbólico” (González, 2013). Una vez realizadas estas precisiones conceptuales, se procede a analizar la violencia sexual en el marco del conflicto armado colombiano.
La magnitud del horror
Aunque se conoce poco en Colombia respecto a violencia sexual[1], se sabe que la mayoría de sus víctimas son mujeres, sin embargo no son las únicas. De esta manera, existen como una minoría invisible los hombres víctimas de violencia sexual en el conflicto armado colombiano.
En términos geográficos, los departamentos más críticos en cuanto a casos de violencia sexual, al considerar el período entre 1985 y 2016, a nivel tanto de mujeres como de hombres, son Antioquia (3.346 casos), Magdalena (2.240), Nariño (1.275), Bolívar (1.203) y Putumayo (1.027). Posteriormente se ubican, con un rango de casos superior a 500 e inferior a 1000, Cauca (991 casos), Caquetá (892), Valle del Cauca (725), Chocó (716), Norte de Santander (697), Cesar (643), La Guajira (572), Meta (548) y Tolima (502). En niveles menores a 500 casos, se encuentran Sucre (471 casos), Santander (452), Córdoba (371), Cundinamarca (259), Huila (245), Caldas (234), Casanare (184), Guaviare (167), Arauca (164), Risaralda (162), Boyacá (134), Bogotá (88), Vichada (87), Atlántico (72), Quindío (50), Vaupés (25), Amazonas (12) y Guanía (6). Puede apreciarse la manera como los escenarios más críticos se ubican en el caribe (Magdalena y Bolívar) y la frontera sur (Nariño y Putumayo), junto con Antioquia, departamento que encabeza la lista. La fuente es el RUV de la UARV. Al respecto, cabe destacar que se refieren a delitos contra la libertad y la integridad sexual en desarrollo del conflicto armado. El año con el mayor número de casos, al considerar el agregado nacional, fue 2002 con 1788 y el año con la cifra más baja corresponde a 1986 con 120 casos. Al considerar el periodo entre 1985 y 2017, pueden diferenciarse cuatro tendencias generales: un aumento sostenido entre 1987 y 2002, con una aceleración marcada entre 1993 y 2002; una reducción sostenida entre 2003 y 2010; un repunte entre 2011 y 2014, sin superar las cifras más elevadas del primer periodo; un descenso en los últimos dos años de la serie de tiempo, 2015 y 2016.
Sin intención de desconocer la desproporción del impacto que tiene para cada uno -según el RUV, 1.404 hombres son víctimas de este delito, frente a 16.699 mujeres-, se quiere abordar en las siguientes líneas la otra cara de esta problemática, de esa que nadie habla o si quiera se imagina que existe: la violencia sexual contra los hombres en el contexto del conflicto armado en Colombia. A nivel departamental se mantienen la desproporción entre mujeres y hombres que se observa a nivel nacional, con Antioquia y Magdalena como los departamentos con el mayor número de hombres afectados por la violencia sexual, 208 y 160, respectivamente, entre 1985 y 2016.
La minoría invisible
Como se mencionaba anteriormente, las consecuencias son diferentes para los diferentes grupos poblacionales afectados. Por ejemplo, en el caso de los hombres víctimas, sin desconocer a las mujeres como víctimas de estos hechos victimizantes, entre las dinámicas que se ejecutan contra ellos está: “el empalamiento, la exhibición pública del cuerpo torturado, la mutilación y desmembramiento de ciertas partes del cuerpo y las golpizas con bates y bolillos, entre otras” (Verdad Abierta, 2015), además de niños víctimas de esclavitud sexual. La violencia sexual en estos casos puede ocurrir a la fuerza por parte de actores del conflicto armado tanto en sus mismos hogares, así como durante el reclutamiento, particularidad del caso colombiano: “Yo le dije que me respetara, que como así, que era un docente con esposa y con hijos, el profesor del pueblo. Que merecía respeto. Me asusté y me puse a llorar. Me dijeron ‘nenita, no llore’, y el más grande me empujó. El tipo me bajó los pantalones y me puso el arma en la cabeza. Grité pero por ahí no hay nada cerca, y ni me salía la voz. Cuando terminó, entró el otro. Me dijeron que cuidado avisaba a alguien, que no hiciera ningún comentario. Sangré mucho, lloré toda la noche […]” (El Tiempo, 2014).
Contrario a lo que podría esperarse alrededor de violencia sexual entre hombres, la homosexualidad no es una variable definitiva. Incluso el número de casos correspondiente a personas de la comunidad LGBTI no es muy elevado, 111, aunque no por ello le resta gravedad. Las razones por las cuales los hombres son víctimas de este tipo de violencia, muchas veces corresponde a la exaltación de la sociedad patriarcal en un conflicto armado. Es decir, una sociedad patriarcal va a ser en la cual el hombre ejerce el poder en todos los ámbitos, llámese política, religión, sociedad civil o el ámbito más íntimo, como lo es el doméstico, es quien impone sus creencias. En este contexto, se construyen roles de género tales como, el hombre es quien trabaja y la mujer pertenece a la cocina, el hombre es dominante la mujer es dominada, el hombre es fuerte y la mujer es débil, delicada. Sin embargo, no se le puede atribuir todo a este componente.
Como puede verse, es una violencia que le proporciona a los actores armados la posibilidad de dominar a la sociedad sembrando terror en ella. Ahora bien, en una lógica de ganador y perdedor, la violencia sexual sirve también para deshumanizar a la víctima, castigar, herir y “debilitar” al enemigo, ya que, en muchos casos, ocurre por un señalamiento de civiles como colaboradores de guerrilla que los convierte en objetivos legítimos de violencia sexual (Sisma Mujer, 2007).
Por lo demás, en un contexto en el cual hay combates por territorios, controlar las actividades de la población en donde están asentados asegura la permanencia en los mismos. Ahora bien, en el caso colombiano, la violencia sexual contra los hombres no es una estrategia de guerra, tampoco contra las mujeres, pues la ocurrencia de la misma no le permite avanzar a los actores armados en la consecución de sus estrategias. Y tampoco se constituye en la mayoría de los casos, como lo es para las mujeres, que sí constituye una práctica más frecuente que se mantiene oculta tras cifras y silencios de sus víctimas. Los hombres víctimas de violencia sexual también sufren y los aqueja la vergüenza y el miedo: “no aguantaba el dolor, el ano se me inflamó; desesperado le pedí ayuda a una vecina, le dije que me acompañara al médico, que me había bañado con agua sucia” (El Tiempo, 2014), y prefieren vivir con las consecuencias en silencio, antes que ser objeto de la estigmatización social.
Para cerrar la presente reflexión, el posconflicto no debería ser entendido como un resultado milagroso proveniente de la firma de un papel. La paz depende también de la presencia estatal y ayuda a ciudadanos víctimas de problemáticas desconocidas como lo es la violencia sexual contra hombres. Se le atribuye la responsabilidad al Estado, ya que es el encargado por su naturaleza social de derecho, de velar por el bienestar y el goce efectivo de derechos de sus ciudadanos. Velar en este caso por unas minorías, que por el hecho de serlo no significa que no existan, los hombres víctimas de violencia sexual. La paz requiere del reconocimiento de esa Colombia invisible, de unas minorías que sufren, pero que tienen ganas de vivir.
[1] La situación de la poca información existente en Colombia al respecto se da a causa de diferentes factores. El primero, es la existencia de un subregistro de víctimas, ya que muchas de estas por vergüenza y temor, tanto en mujeres como en hombres, no denuncian el hecho víctimizante y mucho menos al agresor. Y, por otro lado, están los problemas estructurales en la justicia.
Recomendados Libre Pensador:
El Tiempo – El drama de los hombres violados en la guerra
Sisma Mujer – Violencia sexual, conflicto armado y justicia en Colombia
Verdad Abierta – Los rastros de una guerra homofóbica
Wood, E.J. – Violencia sexual durante la guerra: hacia un entendimiento de la variación