13 de diciembre de 2015
Guerrilla e indígenas: remembranza de una joven INGA
Por: Mileny Jojoa y Gunnawia Chaparro
Dentro del imaginario colectivo existe la creencia de que hay una estrecha colaboración entre las guerrillas y los diferentes grupos indígenas del país. Aunque el talón de Aquiles es el tema del cultivo y manejo de la coca entre estos actores del conflicto— que es sumamente diferente—, para los indígenas el problema radica en el abandono permanente al que el Estado los tiene sometidos. Por ello, han tenido que abandonar sus territorios, sus familias, sus tierras para llegar a las grandes ciudades, bastiones de cemento que, por lo general, son indiferentes frente a sus problemáticas. Por ello, en la primera parte de este artículo se narra la historia de una estudiante indígena, que vivió a los 6 años una de las más cruentas masacres en el Putumayo y que, sin lugar a dudas, responde a la pregunta del vínculo que existe entre la guerrilla y los indígenas. Esta es su historia…
La inocencia perdida
A diario me preguntan por qué los jóvenes indígenas hacen parte de la guerrilla, a diario leo informes que etiquetan a mi pueblo como agresores de la patria. Soy más que una joven que con esfuerzo y un poco de suerte ha logrado salir de la verde selva de mi infancia, al entorno académico de la universidad. Quizás privilegiada o no, hoy vivo entre libros que explican la historia de mi país. Un país ajeno al diario vivir de los pasos desnudos en tierra de mis abuelos.
De niña, me enseñaron con historias de fogón y largas travesías entre árboles y animales de colores brillantes, a escuchar el entorno y a vivir en armonía con lo que consideramos nuestra fuente de vida: la naturaleza propia de nuestro hogar. Recuerdo cómo mis abuelos y padres caminaban tranquilos llevándome a hombros entre los ríos, cómo el miedo y el frío eran ideas de niña que evitaban que me alejara jugando entre matorrales perdidos.
Mis hermanos mayores, conscientes del compromiso propio a su edad, ayudaban a mis padres a traer el alimento y a construir casas cada vez más grandes, frescas y calienticas, Caminaban orgullosos entre sembrados, presumiendo de fuerza y vitalidad: todos queríamos ser como ellos. Pero un día unos hombres rodeados de bestias, cargados de herramientas que disparaban cosas que quemaban la piel, llegaron a mi comunidad, irrumpiendo entre fiesta y baile, cegaron la mente de mis hermanos mayores con chicha y mucho guarapo. Dormidos o casi embrutecidos de alegría se los llevaron y no los volvimos a ver por más de 6 meses.
Las casas estaban tristes, nadie quería volver a cultivar, los rostros de mi padres y abuelos tenían lágrimas que disimulaban con pintas en la piel, como queriendo disfrazar el miedo que evitaba que saliéramos corriendo. Eran días confusos para mi mente de niña, no entendía qué pasaba, no entendía por qué en mi propia casa, me sentía la visita.
Un día regresaron las bestias cargadas con los mismos metales que disparaban cosas que quemaban la piel; pero esta vez era diferente. Pues eran guiadas por mis hermanos, que vestían telas verdes como árboles y ya no tenían los pies desnudos propios de su libertad. Sus rostros oscuros habían borrado felicidad en sus ojos y solo parecían estar de mal humor. Se acercaron a nosotros, y a modo de despedida entre llantos y ruegos nos pidieron que dejáramos todo y en nombre del amor que les teníamos, entonces era mejor irnos de nuestra tierra por un tiempo. Yo sabía que ellos estaban sufriendo, los conozco, son mis hermanos… Pero no había otra alternativa y entendí por primera vez que ellos estaban dando su vida y su libertad, por nuestra seguridad.
Abandonamos las casas, los cultivos, los animales y a mis hermanos. Nos lanzamos en chalupas al río y no perdimos en la ciudad. Aprendimos a no mirar atrás. Hoy después de tantos años, y ya en la universidad soy testigo del cómo la prensa y los libros en medio de lecturas largas y políticamente aceptables acusan a mis hermanos de atentar contra la patria, pero la verdad yo no recuerdo eso, solo recuerdo a niños de 13 años, dejando su vida en el monte para que mi familia y yo, que solo tenía 6 años, pudiesen tener este futuro.
Cómo me gustaría abrazar a mis hermanos, que para mí son ejemplo de sacrificio, pues nunca deseaban ser la carne del cañón que sacaría a su pueblo del territorio para salvarles la vida. Es curioso… Es justo esto lo que recuerdo, cada vez que a diario mis compañeros y profesores me preguntan ¿por qué los jóvenes indígenas hacen parte de la guerrilla?
El desplazamiento forzado de indígenas en cifras
Este es uno de los muchos casos que viven día a día los niños indígenas del país, y una de las mayores problemáticas de las comunidades dentro de sus territorios. Tanto el desplazamiento, como el reclutamiento de jóvenes y niños ha sido el común denominador en las comunidades indígenas. Es tal el acoso, que recurren al abandono de sus tierras, enfrentándose a la pobreza y a la adversidad. Llegan a las ciudades, en donde no reciben un apoyo comprometido por parte del Estado.
Aproximadamente más de 70.000 desplazados en Colombia pertenecen a etnias indígenas, esto significa que son los más vulnerables a la violencia y a los grupos subversivos. Entre los años 2004 y 2008 se desplazaron 48.318 , claro está que, hasta el momento, estas cifras han aumentado significativamente, ya que muchos de ellos no tienen acceso al registro, debido a lo distante que se encuentran sus territorios a las zonas rurales o porque no hablan español o no conocen el sistema nacional de registro.
Esto es lo que sucede en el Putumayo, zona amazónica, rica en fauna y flora, donde todavía se sigue conservando el hábito y la cultura de las comunidades que habitan en el territorio, aun así las más afectadas por la ola de la violencia con casi 93.407 víctimas del desplazamiento forzado entre los años de 1995-2012. La mayoría de damnificados, generalmente, son madres cabeza de familias y niñas, por la simple razón de que los niños y los jóvenes son blanco fácil para la guerrilla, los cuales son sometidos y obligados a pertenecer a las filas de estos grupos ilegales, perdiendo así su cosmovisión y su identidad como indígenas.
Aunque no se cuenta con una estadística exacta, se estima que son muchos los niños arrebatados de sus familias por el conflicto en medio de la guerra, constituyéndose este en un factor de riesgo ante el desconocimiento de gran magnitud frente a esta problemática. Además, las partes donde están concentradas las comunidades son las más expuestas a la guerrilla, con el temor de que estos tomen represalias o que atenten contra la vida de los jóvenes, quienes no se atreven a denunciar por las amenazas que reciben.
En definitiva, estos pueblos pese a las circunstancias de violencia y masacres que se han generado durante más de 50 años, siguen vigentes en la lucha de preservar su identidad, saberes y costumbres; dando importancia a la biodiversidad cultural, por este motivos se crean organizaciones con el objetivo de defender la autonomía y el territorio ancestral, en más de las 102 comunidades indígenas.