14 de octubre de 2016
El poder simbólico del Premio Nobel de la Paz.
Por: Daniel Del Castillo R.
Desde 1901, una comisión que emana del Storting, el Parlamento noruego, atribuye cada año el Premio Nobel de la Paz a una personalidad que actuó especialmente a favor de la misma. En efecto, en su testamento del 27 de noviembre de 1895, un año antes de fallecer, Alfred Nobel (1883-1896) forjó un sistema internacional de compensaciones con espíritu pacifista, meritocrático y cosmopolita. Este premio, el cual reconcilia la ética con la política desde la ruptura epistemológica en política realizada por Maquiavelo, es el máximo reconocimiento político que un líder puede recibir y del cual deriva un inmenso poder prescriptivo.
Después de la obtención del galardón por parte del presidente de Colombia Juan Manuel Santos, mucha prensa se esplaya en los aspectos más insólitos del premio, como si lo merecía o no, a quién debía ser dedicado, y qué hacer con la retribución monetaria que deriva de este y la cual asciende aproximadamente a 1 millón de euros. Sin embargo, todos estos comentarios recaen en la ignorancia tanto sobre el funcionamiento de la institución Nobel, como sobre sus implicaciones políticas y significado profundo del mismo, en términos de excedente de legitimidad.
El funcionamiento de la institución Nobel
En primer lugar, la institución Nobel permanece lo más fiel posible a los dictámenes de su creador. En este sentido, cualquier acusación de imparcialidad – como que Noruega financió el proceso de paz y por ende habría un supuesto conflicto de intereses en esta atribución, como se lee en las redes sociales hoy en día – resulta de entrada completamente absurda. No olvidemos por favor que el presidente Santos fue elegido entre una cantidad récord de nominaciones de 376 personalidades y organizaciones alrededor del mundo. Esta es entonces una institución absolutamente independiente, que no se ve mediada por presiones de tipo político ni mucho menos económico.
Por otro lado, recordemos que el premio le fue atribuido por: “his resolute efforts to bring the country’s more than 50-year-long civil war to an end, a war that has cost the lives of at least 220 000 Colombians and displaced close to six million people. The award should also be seen as a tribute to the Colombian people who, despite great hardships and abuses, have not given up hope of a just peace, and to all the parties who have contributed to the peace process. This tribute is paid, not least, to the representatives of the countless victims of the civil war”. Contrariamente a lo que escriben múltiples comentadores imprudentes sobre la pertinencia de esta atribución, el proceso de nobelización del presidente Santos subraya una vez más la inmensa coherencia del funcionamiento de la institución Nobel. Esta decidió transferirle “la notoriedad mundial que representa, desde hace más de un siglo, su sistema internacional de gratificaciones. Al respecto, pone al servicio de su acción, una visibilidad mediática de la cual [el presidente de Colombia] se encontraba hasta entonces [desprovisto]” (Laroche traducido por Del Castillo, 2013).
En este orden de ideas, la denominada “diplomacia nobel” interviene precisamente en la más difícil coyuntura política vivida en el país desde hace 50 años de guerra, cuando nos encontramos tan lejos, tan cerca de la obtención de la anhelada paz para nuestro país; con el fin de inclinar la balanza a favor de una pacificación definitiva del mismo. El Nobel de Paz nunca se ha tratado de recompensar una obra realizada, sino la voluntad de Alfred Nobel de organizar el mundo. En este sentido, la coyuntura actual representa una ventana de oportunidad política para que la institución Nobel se insertara en las dinámicas pacificadoras en Colombia. Al rendir homenaje a las víctimas del conflicto, hecho que se cristalizó en las declaraciones del presidente Santos tanto de aceptación del galardón, como de donarles el millón de euros en Bojayá el pasado domingo 09 de octubre, la institución Nobel comete un golpe de fuerza simbólico en la coyuntura colombiana.
El poder simbólico del Premio Nobel de Paz atribuido al presidente Santos
Los efectos de dicho golpe de fuerza simbólico no son anodinos, evaluemos a continuación sus efectos políticos e internacionales:
1) Se hace visible que ya no puede haber marcha atrás en la construcción de la paz, dado que ya hay un acuerdo y un Premio Nobel por la Paz, esto a pesar del resultado manipulado del plebisicito del domingo negro 02 de octubre;
2) El presidente es ahora un interlocutor obligado de todos los actores políticos del país, siendo que antes el partido Centro Democrático y su líder Álvaro Uribe se negaron a responder las múltiples invitaciones que les fueron ofrecidas para el diálogo;
3) El presidente goza ahora de un excedente de legitimidad política que le permitiría aplicar con suficiente margen de maniobra los acuerdo revisados, siguiendo su mandato constitucional;
4) El presidente integra ahora lo que Laroche llama una “élite transnacional” del conocimiento y del poder simbólico; y es capaz de activar estas redes creando una verdadera acción colectiva a favor de su propósito;
5) El presidente, aunque se mostró muy humilde en la obtención del Nobel de Paz, cuenta ahora con la capacidad de alardear su aura Nobel con toda la legitimidad que deriva de la institución hace más de un siglo;
6) El presidente goza ahora de una notoriedad así como de un poder de palabra capaz de prescribir el futuro del país.
En este sentido, varios comentaristas se quejaban que en Colombia no había una figura de la talla de Mandela, que creara un consenso alrededor de la pacificación del país. Empero, en palabras de Laroche (2014), “el premio (…) ejerce una fuerte violencia simbólica sobre sus beneficiarios” (Laroche, 2013). En otros términos, atañe al premio un mandato político de “encarnar la Ley Nobel” lo que coacciona duramente su accionar a partir del momento que ganan el premio. Dicho de otra manera, el Premio Nobel le impone al presidente el rol de establecer la paz, razón por la cual puede hacer potestad de su mandato constitucional, en armonía con el mandato Nobel, para establecer dicha condición a la sociedad colombiana, de forma duradera y sostenible a partir de ahora. Es la figura histórica que nos estaba faltando.
La ceremonia de obtención, que se llevará a cabo en Oslo el próximo 10 de diciembre, siguiendo un rígido protocolo, se considera un rito de paso hacia la horda de eruditos del Nobel. Pero desde ya, el presidente Santos se puede considerar como el encargado de imponer ese valor irreductible e universal de la paz, interponiéndose incluso en los distintos asuntos que le atañen, oponiéndose -gracias a ese poder universal de ser el único presidente de Colombia que cuenta con el tatuaje Nobel – a los actores políticos que entraven la pacificación del país. Finalmente, como guardián de la paz de Colombia, esta es su misión.
Recomendados El Libre Pensador:
Chaos International – El poder simbólico del Nobel
El Comercio – Estos son los nominados al Premio Nobel de la Paz 2016
Nobel Prize.org – The Nobel Peace Prize 2016
El Heraldo – Santos dona a las víctimas los casi $3.000 millones del Nobel de la Paz