Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales

4 de mayo de 2018

La clave es la gente

Por: Alejandro Mojica Godoy

En épocas electorales, discursos pomposos de decenas de candidatos adornan el debate político. Entre lo mucho que proponen, se destaca el tan anhelado, en tierras tercermundistas, desarrollo. Los círculos económicos y políticos, que en sus decisiones determinan el rumbo de una nación, usualmente se acogen al sentido clásico del desarrollo que se comprende como un modelo universal basado en la idea de progreso y los valores occidentales, desconociendo así la heterogeneidad  y la singularidad de las culturas. Dicho modelo está fundamentado en las bases de la expansión y crecimiento económico como garantizador del desarrollo, y que depende, a su vez, de variables tales como la competitividad, la racionalidad, el comercio y el mercado. En la actualidad, dicho paradigma se encuentra profundamente cuestionado debido a que parte del principio del bienestar de la sociedad como algo residual frene a la garantía de los presupuestos económicos planteados.

Es necesario entonces profundizar el debate, relativizar la concepción actual de desarrollo y apoyar las visiones alternativas que han surgido, es decir, re-significar el término desarrollo como generador de bienestar en una sociedad. Una sociedad desarrollada parte de la eliminación de las barreras que impiden o limitan la gestación, formación y la aplicabilidad de las capacidades y aptitudes de los seres humanos que interactúan en ella.

Del desarrollo individual al desarrollo social

Utria (2015) entiende al desarrollo humano como la piedra angular del desarrollo nacional. Es decir, reboza el papel de la sociedad como un factor demográfico, y lo cataloga como estandarte y protagonista del desarrollo de un país, debido a que es un proceso que involucra a toda la sociedad en su conjunto “[…] destinado a capacitarla para enfrentar con eficiencia los problemas básicos que la afectan y los desafíos político-sociales que cada coyuntura histórica le plantea” (Ibíd., p. 177).  Los integrantes de la sociedad son, a la vez, sujetos, objetos y destinatarios del desarrollo, ya que son el motor de la dinámica de los cambios y deben ser los principales beneficiarios de estos cambios.

Por otra parte, Useche (2008) retoma la concepción del premio Nobel de economía Amartya Sen, que establece una brillante relación entre la libertad y el desarrollo, debido a que: “El desarrollo consiste en la eliminación de algunos tipos de falta de libertad que dejan a los individuos pocas opciones y escasas oportunidades de ejercer su agencia razonada”.  Es decir, desarrollo implica garantizar la libertad para desplegar las capacidades del ser humano y con ello lograr su desarrollo individual y así, el desarrollo social. Useche complementa esta postura, asegurando entonces que el desarrollo empieza por asegurar los derechos de las personas como oportunidades sociales de extensión y actualización de las capacidades humanas. En tal contexto, se torna un deber ético del Estado garantizar los derechos.

El circulo virtuoso del desarrollo

El desarrollo y las capacidades humanas no son una abstracción si entienden desde las ciencias económicas tal como lo demuestran Corea del Sur, Holanda, y Alemania, países que le apostaron a desarrollar las capacidades de su población. “Los países que siguieron concentrándose en una educación superior pudieron manejar mejor la globalización, creando un mano de obra altamente capacitada. […] Aun cuando sus sueldos sean altos, vale la pena fabricar” (Kornbluth, 2013). Se evidencia la educación como forma de aprovechamiento de las capacidades humanas en la generación de trabajadores capacitados que desatan todo un círculo. Más productividad conlleva más salarios, que genera más compras por parte de los mismos trabajadores, las empresas contratan más, aumenta la recaudación impositiva, el gobierno invierte más, se educa mejor a los trabajadores, y el ciclo vuelve a empezar. No solo se tiene una mano de obra capaz de enfrentar los retos de una economía global, sino que también surge un mercado interno como soporte de la economía. Es decir, la clave está en invertir en la gente.

En conclusión, el desarrollo nacional va de la mano del desarrollo humano: de encontrar, de potenciar y de aplicar las capacidades de cada una de las personas que componen la sociedad para así lograr el desarrollo colectivo. Económicamente, si se fomentan dichas capacidades, se tendrá una mano de obra vigorosa, pero sin dejar de lado que el desarrollo parte de los derechos como garantía de la eliminación de las barreras que limitan nuestras capacidades. En la experiencia fáctica, quedan tres retos: garantizar la educación primaria y secundaria a todos los jóvenes y niños de una sociedad, para así permitirle encontrar sus capacidades;  asegurar la educación profesional y técnica para potenciar y desarrollar dichas aptitudes y, finalmente, comprometerse con el empleo, como forma de transmitir estas capacidades para el bien colectivo.

Pero queda una máxima: la clave es invertir en la gente.

Recomendados Libre Pensador

Dungan, S. Chaiken, J. (productores)  & Kornbluth, J. (director). Inequality for all [Robert Reich Documentary].   Estados Unidos: The Weinstein Company.     

Feinmann. J. (2013). El consenso de Washington. [Episodio de Serie de televisión]. En Cohen, R. (Productor). Filosofía aquí y ahora. Argentina: Camilo producción de contenidos.

Sen, A. (2000). Desarrollo y libertad. Bogotá: Editorial Planeta.

Useche, O. (2008). Los nuevo sentidos del desarrollo, ciudadanías emergentes, paz y reconstitución de lo Común. Bogotá: Corporación Universitaria Minuto de Dios

Utria, R. (2015). El desarrollo humano: La liberación de la conciencia y las capacidades humanas. Bogotá: academia colombiana de ciencias económicas.