Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales

14 de marzo de 2017

El olvidado (pero omnipresente) poder de la palabra

Por: Enrique Vega

Decir que las palabras tienen poder es una afirmación que raya en el cliché. No en vano a Dios se le llama “el Verbo eterno”. En religiones como la judía, la sola mención de su nombre está prohibida, pues la mera pronunciación es considerada una blasfemia. Hoy en día “abracadabra” es una palabra reservada para Harry Potter, conejos salidos de sombreros y burlas sobre lo aparentemente fantástico de una situación, pero en el siglo XVI, su sola mención en una reunión de señoras hubiera bastado para que varias de ellas hubieran terminado en la hoguera, cortesía del Malleus maleficarum, el cura del pueblo y una que otra calumniadora con oscuros intereses. Cuando se trata de palabras, se acierta (o se peca) por exceso o por defecto. Luis XIV, “El Rey Sol”, solía escuchar a sus ministros y consejeros y ante la impertinente pregunta sobre cuál era su opinión, el reino entero e incluso los reinos rivales entraban en suspenso al escucharlo responder “ya veré”.  Habían pasado cuatro días de la muerte del venerado (y odiado) líder cubano Fidel Castro. Mientras en las calles de Miami (EEUU) algunas familias de exiliados continuaban con los festejos por la muerte del que por muchos fue considerado un tirano, en la Habana (Cuba) miles de personas lamentaban la muerte de quien llevó la revolución cubana al poder y le plantó cara al imperialismo norteamericano.

Entre esas miles de personas que se presentaban en la plaza de la Revolución para el homenaje oficial programado, una periodista de Televisión cubana (el canal estatal), divisó entre la multitud al más significativo exponente artístico de la Revolución, Silvio Rodríguez, no solo exdiputado de gran popularidad (pues ocupó el cargo durante quince años) y adalid del régimen de la isla sino, también, uno de los más grandes cantautores latinoamericanos, padre del género conocido como Nueva trova Cubana y para algunos tan solo comparable con Bob Dylan, el Premio Nobel de literatura de 2016 o con Leonard Cohen, por la fuerza poética que se esconde en sus composiciones. Caminaba discreto por entre las miles de personas que atestaban la plaza de la Revolución en ese momento.

La periodista sencillamente no podía dejar pasar la oportunidad; se acerca al artista y comienza diciéndole:

Silvio, buenas, buenos días, para la televisión cubana en vivo…

..Pero él, sin detener el paso y con una sonrisa discreta la corta al responderle sin apasionamientos y ningún rasgo de exaltación o de disgusto:

“No son muy buenos días, la verdad.”

Y continúa su camino.

..Quien no continuó su camino (al menos el originalmente trazado) fue la televisión cubana. Unos minutos después de su declaración, la televisión cubana comenzó a debatir ¿deberíamos decir hoy “buenos días” o no? La dirección del canal hizo consultas urgentes, desde expertos en medios hasta autoridades culturales de la isla para dilucidar si era correcto o no comenzar la emisión de noticias del día con este saludo.

Sin querer, los dos presentadores del noticiero del medio día aparecieron al aire, por unos minutos, debatiendo sobre la conveniencia de comenzar el programa con “saludos” en vez de “buenos días”, y aunque ambos expresan su molestia por la respuesta de Silvio y no dudaron en calificarlo como “una grosería”, el efecto fue puntual. Ese día, la emisión del noticiero comenzó con “Saludos” y muchos medios de comunicación afines a la revolución cubana, nacionales e internacionales, no solo en televisión sino en radio, optaron por emplear “saludos” durante todo el tiempo que duró el luto nacional cubano (9 días), lo que cargó el ambiente con el sentimiento que buscaba proyectar el gobierno de la isla  por la muerte de quien fue su más grande líder, al mostrar el evento aún más triste de lo que fue y generando la impresión de que la sociedad cubana, como un todo, estaba profundamente consternada por la pérdida al punto que, mientras durara el luto, sencillamente no se podía considerar adecuado comenzar una presentación social con la manifestación cortes habitual, sino con una sutil muestra de pesar (o al menos de disimulada sobriedad). En esos días, no era raro encontrar a muchas personas en la calle absteniéndose de emplear la expresión e incluso reclamando a quienes lo hicieran. Una vez más, Silvio Rodríguez y su críptica respuesta le dio sensación de unidad a la revolución, al menos, en lo que se refería a la pérdida de quien fue su principal ejecutor.

Un buen aporte hacia las nuevas realidades del país, no solo de parte de nuestra clase política, sino de nuestras autoridades, e incluso de nosotros mismos al movernos en nuestros distintos entornos cotidianos sería no olvidar que también construimos (o destruimos) con el adecuado uso de la palabras, siempre poderosas, aunque sean abiertamente malintencionadas  o simplemente, enigmáticas, muchas o pocas.