Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales

25 de abril de 2018

Colombia, ¿una mentalidad conducente al subdesarrollo?

Por: Laura Camila Beltrán

El verdadero cambio radica en la mente y, con tantos años de hacer lo mismo sin resultado alguno, un par de cambios no vendrían nada mal.

El desarrollo dista de estar definido únicamente por los alcances en materia industrial, o inversiones financieras, o avances económicos de un país, puesto que implica un relacionamiento directo con la conciencia social ligada al reconocimiento de las fortalezas y potencialidades del mismo; todo aquello en aras del fortalecimiento de una sociedad que conozca sus deberes y haga valer sus derechos. Es por eso, que una alternativa viable para un desarrollo sostenible y humano, proviene de la priorización de la sociedad como fuente inagotable de recursos y parte de la premisa gramsciana de que las decisiones que la clase política tome, tendrán repercusión en la sociedad, ya sea para su progreso o para su condena.

En ese orden de ideas, una visión netamente económica del desarrollo que deje de lado el papel de la sociedad en el proceso, desprecia el verdadero potencial de los países para desarrollarse. El nexo entre las necesidades y características de un Estado, conforman la vía más eficiente para su construcción económica. De allí parte la importancia de generar un desarrollo social sostenible.

Colombia cuenta con un patrimonio inmaterial extenso, pero subvalorado. En términos culturales, el país posee una amplia diversidad que aporta un valor agregado invaluable. Las tradiciones de los más de 80 pueblos indígenas que habitan en Colombia, y representan cerca de un 3,36% de la población, constituyen la fortaleza cultural más grande del país. Este aspecto toma valor con la vivencia de las diferencias culturales que hacen a Colombia única. En tanto, uno de los medios de mayor atracción turística en el país es la cultura; un arma esencial para el fomento del aprendizaje entorno a las tradiciones que enmarcan a las diferentes etnias que habitan el país.

En adición, las riquezas naturales de Colombia son fuertemente apetecidas en términos mercantiles. La extensa gama de materias primas que el subsuelo produce hacen a Colombia el segundo país más biodiverso del mundo (Colciencias), dado que posee una amplia cantidad de ecosistemas, que constituyen abundantes fuentes hídricas, territorios ricos en minerales, flora que procesa el dióxido de carbono e incomparable fauna siendo algunas de estas especies  exclusivas del territorio nacional, entre otras riquezas. Es por ello que Colombia se caracteriza por ser un país principalmente agrícola, porque sus tierras son fértiles y el área de producción agrícola oscila entre las 28 mil y 32 mil hectáreas cultivadas.

Cadena de malas decisiones

La economía colombiana basa se basa en el intercambio de productos primarios. Esta situación ha traído problemas al país, debido a la explotación masiva de los recursos naturales, generando con ello contaminación de ríos, pérdida de valor de los territorios, daño a los ecosistemas, deshielo en los nevados, seguías en páramos, incendios forestales, entre otros; además, tales daños han derivado en graves problemas sociales.

El país ha tenido en sus manos un tesoro cultural que ha dejado en bruto y que incluso ha explotado de forma contraproducente, puesto que las comunidades indígenas, raizales y palenqueras, aportan su capital cultural al país y habitan en los territorios de mayor riqueza mineral. Si embargo, son los sectores sociales más vulnerables y pobres (en términos monetarios) de la población colombiana, debido principalmente a la explotación masiva en sus territorios y la falta de garantías que ésta ha dejado, sin mencionar su arraigo histórico con la esclavitud y la segregación social. Tal situación ha generado marginación, falta de oportunidades, exclusión y, por ende, subdesarrollo.

No obstante, hay un aspecto que realmente entorpece el desarrollo de Colombia y es provocado por múltiples factores que son conducentes a un estancamiento cuyas fuertes raíces en el pasado, alimentan su persistencia en el presente. Colombia cuenta con una constitución compleja, que se ha modificado y, sobretodo, adaptado a las distintas administraciones. El régimen democrático en Colombia permanece vigente, pero presenta algunas falencias que, sin duda alguna, han redundado en una serie de problemas.

La raíz del problema

Los vicios que han adoptado los distintos gobiernos colombianos han sido uno de los obstáculos en el camino del desarrollo. Las comunidades afrodescendientes e indígenas han sido víctimas permanentes de la ineficacia de las instituciones estatales, debido a la debilidad de las últimas en su acción para con las periferias y la protección de las áreas vulnerables del país, que a lo largo del conflicto armado (prolongado por la misma ineficiencia estatal), fueron víctimas masivas del desplazamiento forzoso, la explotación de sus territorios sin garantías monetarias ni políticas y la poca visibilidad ante el resto del país. La corrupción es desproporcionada en Colombia: para el 2017 se estimó en una cifra aproximada de 50 billones de pesos anuales el gasto en desfalcos por corrupción, que alcanzarían a cubrir casi por completo la deuda del país en el mismo año (El Tiempo, 2017).

Este problema conduce a reducir la confianza de los ciudadanos en la política. La falta de credibilidad de las instituciones estatales por parte de la población, se revela con cifras como el desfasado 62,59% de abstención en el plebiscito por la paz, o el 77% de imagen desfavorable de los partidos políticos, o la opinión generalizada de descontento con el sector político que hay en el país. La falta de cohesión social y política, impulsada en gran parte por la poca coherencia que tienen los partidos políticos y el grueso de los personajes políticos en sus cargos, repercute en la falta de consciencia política de los colombianos.

Todo lo anterior es conducente a saber cuál es el real obstáculo para el desarrollo en Colombia: la mentalidad de los colombianos. Sin entrar en generalizaciones y considerando que la democracia es la opinión manifiesta de las mayorías, el país tiene un agujero social que no ha logrado solventar y gran parte de ese problema es la cortina “moral” y la falta de argumentación que sobreponen los colombianos frente a su opinión política. Pero este problema radica en un legado de política mezclada con religión, de tradicionalismos que persisten en la mente de las personas.

Cuando los políticos hacen uso del patrón mental que gobierna en Colombia, saben implementar estrategias a su conveniencia, por lo cual sigue siendo un conflicto, y un tema polémico en los debates, el uso de la dosis mínima, o el tema de los derechos a las comunidades LGTBI, o el tema del aborto. Aun cuando la mayoría de las personas que se oponen a estas políticas usan juicios de valor y juicios morales para defender sus posiciones, es un hecho que eso impera a la hora de votar.

En conclusión, la subvaloración del real alcance de un cambio de mentalidad en Colombia forma parte esencial del círculo vicioso que enmarca el subdesarrollo del país. Es decir, si bien es razonable ver a la sociedad colombiana como el producto de una serie de errores fácticos en las distintas administraciones, no es menos razonable pensar que es debido a esa misma sociedad que tales administraciones han gobernado; esto con el agravante del continuismo de líneas genealógicas en el poder (Pastrana, Santos, López, Lleras, etc), que trajeron consigo una serie de gobiernos tradicionalistas con tendencias conservadoras muy similares.

No obstante, si se analizan los últimos cinco o seis años, el país tuvo innegables avances en materia social: a destacar el proceso de paz, -tema en el cual hay que mencionar nuevamente la poca permisión por parte de los colombianos para acogerse a un cambio que, sin duda alguna, ocupaba la agenda nacional desde más de 53 años atrás- o el mejoramiento de las relaciones exteriores del país, o las políticas implementadas para el cuidado de los ecosistemas, o las modificaciones de la agenda nacional para impulsar la participación política. Todas estas acciones tienen algo en común y es que requieren de la voluntad expresa de las mayorías (democracia) para ser funcionales.

En la medida en que los gobiernos sigan implementando políticas para mayorías tan poco receptivas, la aplicabilidad de las mismas no va a aturdir significativamente la realidad del país, por tanto éste seguirá enmarcado en una clasificación tercermundista, pues, el verdadero cambio radica en la mente y, con tantos años de hacer lo mismo sin resultado alguno, un par de cambios no vendrían nada mal.