Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales

13 de junio de 2017

Alerta en Corea del Norte

Por: Pío García

En decisiones temerarias, el nuevo presidente de Estados Unidos ordenó bombardeos en Siria y Afganistán contra objetivos militares específicos. Esa demostración de fuerza contra un régimen que le es contrario y contra el islamismo radical en el centro de Asia ha sido interpretada como medida para compensar la parálisis en la política interna y como la acción de un mandatario que cumple la promesa de contrarrestar el islamismo radicalizado. También cabe la hipótesis de ser una advertencia a otros regímenes políticos que se apartan o desafían el orden que el país más poderoso del planeta desea ver por todas partes. El mismo Trump ha señalado los posibles nuevos objetivos: Irán y Corea del Norte. El primero de ellos logró con el Consejo de Seguridad más Alemania y la Agencia Internacional de Energía Atómica –AIEA- un acuerdo histórico en diciembre de 2015, que detuvo su desarrollo nuclear militar a cambio del retiro de las sanciones económicas. El segundo, en cambio, no para de ensayar nuevos misiles de mediano alcance.

Los antecedentes

Como en el caso de Irán, la ONU aprobó un ciclo de conversaciones con Corea del Norte, que se extendió entre 2003 y 2007. Como efecto de esa ronda de Conversaciones a Seis Bandas, los participantes le hicieron al gobierno de Kim Jong-Il una oferta extensa de energía, comercio y alimentos para que detuviera su carrera atómica. El gobierno norcoreano les mostró a los delegados de la AIEA los equipos e instalaciones desactivados en Yongbyon, como prueba del cumplimiento, pero la ayuda externa no se materializó en los términos acordados. Sumados a ello los ejercicios militares conjuntos de las tropas estadounidenses con las surcoreanas, que incluyen ensayos de asalto y ocupación de Corea del Norte, el gobierno de Pyongyang dijo tener razones suficientes para reanudar las pruebas de misiles y las explosiones atómicas, en 2009 y 2013, acciones condenadas por el Consejo de Seguridad en ambas ocasiones.

En este ambiente enrarecido por el plan estadounidense de construir baterías antimisiles en Corea del Sur se sucedieron las pruebas atómicas y ensayos de misiles en septiembre de 2016, ante las cuales el Consejo de Seguridad impuso nuevas sanciones contra las exportaciones norcoreanas y el abastecimiento de materiales que puedan tomar un rumbo militar. El cambio de gobierno en Estados Unidos en enero pasado no implicó ninguna pausa en las operaciones alrededor de Corea; por el contrario, los ejercicios militares se cumplieron y fueron complementados con la visita del secretario de defensa, James Mattis, quien hizo una correría por Japón y Corea del Sur con el fin de reforzar los tratados de seguridad. Tras él, el secretario de estado y el vicepresidente repitieron el periplo. Los bombardeos en Siria y Afganistán caldearon aún más la situación, que Kim Jong-un ha aprovechado para hacer alarde de una capacidad de respuesta fantasiosa al despliegue de fuego estadounidense en sus aguas cercanas, que comprenden el portaaviones USS Carl Wilson, 3 barcos de guerra y dos submarinos atómicos.

Aunque Corea del Norte tiene uno de los ejércitos más numerosos del mundo, con más de un millón de hombres enlistados, y una capacidad de fuego considerable, lo cierto es que su avance atómico es rudimentario, pues carece de la tecnología suficiente para equipar sus misiles con ojivas nucleares. Sus misiles de mediano alcance no funcionaron en las pruebas de la última semana de abril y no hay ninguna posibilidad de alcanzar por ese medio el territorio estadounidense.

Ilustrado por sus asesores de defensa, el presidente de Estados Unidos tiene ahora expresiones menos fatalistas que las dadas en campaña contra el representante actual de la dinastía Kim, el joven Jong-un, de quien dice que hasta invitaría a la Casa Blanca. Atenuar el lenguaje revela la magnitud del problema, porque un ataque a Corea del Norte tendría una respuesta inmediata contra Corea del Sur y Japón, aliados militares y económicos de Estados Unidos, que por cierto no se oponen a las acciones militares contra el vecino.

El peligro latente

No obstante, el mayor inhibidor de la escalada hacia el enfrentamiento abierto es China. El ataque contra cualquier objetivo en Corea del Norte entraría dentro de la zona de seguridad de ese país. Por un lado, porque es su protegido económico y militar, cuyo programa atómico condena pero desea resolver por la vía diplomática. Por otro lado, una contienda abierta crearía una crisis humanitaria de inmensas consecuencias con la presión de millones de personas que buscarían refugio en territorio chino. Es muy probable que el asunto haya formado parte de las conversaciones entre el presidente chino Xi Jinping y el estadounidense Donald Trump en su encuentro en Florida, el 7 de abril, el mismo día que este ordenó atacar la base aérea siria de Al Shayrat con una descarga de 59 tomahawks. Así, las cosas, es razonable pensar que a pesar del carácter tan temperamental del empresario-presidente, el riesgo de iniciar un conflicto de grandes proporciones en Asia Oriental le de espacio a la mesura.

No podría decirse lo mismo de otros escenarios. Son factibles ataques contra bases islamistas en Mali, Nigeria, Libia y otros países desestabilizados. No hay que descartar en la lista a Irán, que viene cumpliendo con el acuerdo de 2015, pero que es objetivo militar por las presiones israelíes y de Arabia Saudita en los círculos de defensa estadounidense. Irán recibe el respaldo de Rusia y China, en calidad de observador en la Organización de Cooperación de Shanghai, por medio de la cual ambos buscan proteger a Asia Central de la injerencia externa; sin embargo, no es un país ubicado en una zona en extremo sensible para ambos.

Si bien muchos analistas dan por seguro el ataque a Corea del Norte después de las demostraciones de fuerza estadounidense en Siria y Afganistán, el alto costo político y económico de la operación la hace impracticable. Más que del propio Kim Jong-un, el detener la destrucción de Corea del Norte va a depender de la curtida y muy profesional diplomacia china, que dio muestra de serenidad y pragmatismo al convocar y acoger las Conversaciones a Seis Bandas, donde sentó a las dos coreas, Japón, Rusia y Estados Unidos. Esta vez, un programa recio económico para esa población empobrecida va a requerir del compromiso de esos país, más algún representante europeo y el papel crucial de la AIEA, recién fogueada en la ardua negociación con Irán.

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